Lo siento.

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Salí del estudio de grabación luego de pasar cuatro horas intentando encontrar el sonido perfecto para la banda que había llegado a nosotros para grabar su primer material discográfico. Era mi oportunidad, lo había esperado tanto tiempo que apenas podía dormir por las noches pensando en cómo iba a arrasar sobre los demás pasantes. Pero cuando el día llegó, me bloqueé, no había ninguna idea en mi cabeza sobre lo que podía hacer para que mi sonido fuera diferente, llamativo y original. Freddie, el altanero y egocéntrico llegado desde Londres, firmó el contrato que todos deseábamos firmar, mientras los demás fuimos desplazados a tareas ridículas bajo el conocido discurso: "Ya tendrán otra oportunidad". Debo admitir, de todas formas, que fui la única que no se sorprendió, y mientras mis compañeros hacían mil preguntas sobre lo ocurrido dentro de la cabina, en mi interior sabía exactamente la respuesta pero no iba a dejar que alguien la escuchara.

Pasé a comprar cereales en el lugar de siempre, saludé a la encargada con cierto recelo porque habíamos tenido un cruce de palabras el día anterior. Salí de la tienda, mis auriculares colgaban en mi cuello pero no tenía ganas de escuchar música ese día. Caminé las tres calles que todos los días caminaba, saludé a algunos vecinos que después de dos años me llamaban por mi nombre y dejaron de conocerme como la niña de la casa 223, sonreían amablemente cuando pasaba a su lado y seguían en sus rutinas.

Siempre sacaba las llaves de casa de mi bolso cuando me encontraba a unos metros, y caminaba lo que restaba haciéndolas girar en mis dedos mientras el llavero que Fat Amy me había regalado golpeaba una y otra vez las dos copias doradas que abrían la cerradura de la puerta de madera. Adentro todo era sencillo: un pasillo separaba a la pequeña sala de estar donde descansaba por las noches y podía leer alguno de los libros que reposaban en la mesa de vidrio que mi padre había enviado desde Atlanta, de la cocina demasiado grande para el uso que alguna vez iba a darle; el comedor (que no usaba porque prefería comer en el sofá o en mi habitación) era uno de los caprichos que cumplí a una obsesiva Aubrey, quien vino a visitarme en las vacaciones de verano y quiso convertir una sala vacía en un lugar de encuentros para las Bellas, aunque ninguna conocía todavía el lugar, salvo por algunas fotos que les había enviado al grupo de whatsapp. La planta baja la completaba un cuarto de huéspedes, el baño, y un cuarto donde guardaba cajas y cosas que nunca usaba. Subiendo las escaleras, estaba mi habitación, mi lugar preferido en la casa. Tenía mis equipos a un lado, la cama de dos plazas del otro, un armario de ensueños, y un fantástico asiento repleto de almohadas al lado de la ventana, donde pasaba horas mirando a la ciudad cuando me sentía abrumada. Me quité los zapatos y fui directo a sentarme allí, pero no miré a la ciudad, sino a la "galería de las Bellas" que colgaba en una pared blanca frente a mí. 

Chloe había decidido enviar un obsequio original la última Navidad, y mientras mi pendrive viajaba a su casa con villancicos remixados, ella se las ingenió para enviar un cuadro de madera donde colgó más de treinta fotos de los dos únicos años que estuve en Barden y fui parte de las Bellas. Me encantaba la forma en que había ordenado las fotos y lo cuidadosa que había sido al escoger las más divertidas y locas imágenes de las diez integrantes del grupo acapella de la Universidad. Siempre me sacaba alguna sonrisa verlas e imaginarme lo mucho que estaban divirtiéndose en la casa que alguna vez habíamos compartido. Ese día no había sido la excepción. 

El sonido de mi iPhone me sacó de mis pensamientos y lo saqué del bolsillo trasero de mis jeans para ver el rostro de Chloe sonriéndome en la pantalla. Le había tomado esa foto cuando ganamos las Nacionales por primera vez y fuimos a festejar en un bar cercano al hotel donde nos quedábamos. Ella estaba sentada frente a mí, tomando fotos y colgándolas en instagram sin que yo me diera cuenta. Quise tomar venganza pero ella sonrió a la cámara y no pude evitar asignarla como foto de contacto. Nunca la había visto tan feliz, y eso que Chloe era extremadamente feliz la mayor parte del tiempo, pero había un brillo especial en sus ojos esa noche, había una mirada de alivio y tranquilidad que nunca había visto hasta entonces. Deslicé mi dedo en la pantalla y acepté su vídeo llamada.

Lo que dicen sus ojos- BechloeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora