Elizabeth.

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- Hola, estoy aquí por la bebé Mitchell.- dije a la recepcionista que me atendió en el hospital de Atlanta.
- Habitación 206, señorita.
- Muchas gracias.
Papá había llamado justo cuando se cumplió un mes de la muerte de mamá. Sheila había entrado en trabajo de parto temprano en la mañana, y no sabía cuánto tardaría la pequeña Elizabeth en llegar. Tomé el primer avión que pude, Chloe tenía un evento importante y no podía acompañarme así que me fui sola. Llegué en la mañana del 16 de octubre, bajé del avión con un pequeño bolso de mano y mi móvil en el bolsillo. Fui directo al hospital, y tuve que esperar a que fuera el horario de visita para entrar.
Estaba muy emocionada por verla, quería saber cómo era y si tenía algún pequeño parecido a mí. Obviamente eso era casi imposible, porque todo mi parecido físico lo había heredado a mamá, aunque no perdía la esperanza. La primera cosa que vi fue el cartel rosado que habían colgado en la puerta de la habitación doscientos seis, y una excelente caligrafía rezando su nombre "Elizabeth James Mitchell". Sí, James era su segundo nombre, algo que papá no había logrado conmigo porque mamá insistió en darme un solo nombre. Abrí muy despacio la puerta y me encontré a papá sentado en una silla al lado de la cama, mientras Sheila dormía.
- Ey...- papá se sorprendió al verme. Tenía las mangas de su camisa dobladas a la altura de sus codos, los dos primeros botones desprendidos, y su cabello desordenado.- Te ves fatal.- comenté y sonreí antes de entrar.
- Gracias.- respondió irónicamente, se levantó de la silla y se acercó a abrazarme.
- Felicidades, papá.- dije, y me solté en sus brazos, me entregué al contacto y dejé descansar mi cabeza en su hombro. Era un poco de todo. Me sentía cansada por el viaje, y agotada por haber trabajado hasta antes de tomar el vuelo. También estaba muy movilizada por la fecha, tenía una mezcla de sentimientos en mi cabeza y extrañaba a mamá. Abrazarlo era una forma de sentirme segura. Y él entendió que necesitaba quedarme allí un rato. Me presionó con fuerza y me dejó abrazarlo mientras acariciaba mi cabeza.
- ¿Cómo estás, hija?
- Bien, papá, estoy bien.- me separé de su abrazo y lo miré.- ¿Dónde está la pequeña?
- Recién la llevaron para su corte de pelo. Sheila insistió en que va a salir de aquí con su cabeza rapada, como los muñecos que tenías de niña.- me reí y me senté a su lado.- Cuando tú naciste, tu mamá hizo lo mismo, y dijo que el cabello crecería con más fuerza.
- Bueno, tuvo una gran idea porque mi cabello es realmente precioso.- él sonrió y me observó como si no me conociera.- ¿Por qué no fuiste con ella?
- Su abuela la llevó, yo me quedé porque Sheila tuvo un pequeño problema de presión durante el parto y está siendo controlada todo el tiempo.
- ¿Pero está bien?
- Lo estará, sí.- papá tomó la mano de la mujer y siguió en lo que estábamos.- ¿Dónde está Chloe?
- Atendiendo un evento importante en la ciudad, por eso no pudo venir conmigo, pero dijo que apenas tenga tiempo para viajar, vendrá a conocerla.
- ¿Cómo has estado tú?
- He tenido días muy difíciles, no voy a mentirte. Pero de a poco las cosas se van acomodando. Ayer recién se cumplió un mes desde que mamá murió, y todavía no puedo creerlo. Todo en casa me recuerda a ella, nuestras fotos en la pared, sus últimas pinturas, y algo de ropa que dejó antes de irse. No ha sido fácil para mí.
- Lamento no haber podido acompañarte, en verdad.
- No tenías que hacerlo. Estuve bien, Chloe y su mamá estuvieron conmigo durante la parte más difícil del proceso, y ya sabes que mis amigas son incondicionales. No estuve sola nunca.
- Sé que no. Lamento lo de tu mamá, en serio, Beca. Lo lamento tanto.
- Ella se fue en paz, no sufrió ni sintió dolor. Creo que al menos eso merecía.
- Ella estará contigo siempre.
- Lo sé. Sé que es así.- sonreí y él me devolvió la sonrisa. Sheila se movió un poco, llevó su mano hacia la cabeza y abrió los ojos.
- Beca...- se alegró al verme, y me mostró una leve sonrisa.
- ¿Te duele la cabeza?- pregunté.
- No, fue un acto reflejo. Soñaba que alguien iba a golpearme fuerte en la cabeza y entonces llevé mi mano justo al golpe.- nos hizo reír y luego posó su mirada en mí.- Me alegra mucho verte aquí.
- No podía no venir a conocer a mi hermanita. ¿Cómo estás?
- Bien, ya estoy muy bien. ¿Dónde está la pequeña?
- Tu madre se la llevó.- explicó mi papá.- No queríamos despertarte.
- Yo traje algo para ella.- saqué de mi cartera una pequeña cajita rosada y se la alcancé a Sheila.- Mi mamá me ayudó a elegirlos. De hecho fue nuestra última salida juntas.- ella abrió la cajita y se encontró con un par de aretes de oro y una pequeña piedra azul.
- Son preciosos.- comentó Sheila.- En verdad, me encantan.
- El color azul siempre fue mi favorito, y sé que se verá hermoso en ella.
- Siento mucho lo de tu madre.- se lamentó Sheila.- Siento mucho no haberte acompañado pero aquí estamos para ti, siempre.
- Lo sé.
- Hola...- la mujer entró a la habitación con la bebé en brazos, y me giré a verla. Estaba envuelta en una manta blanca y solo se veía su cabeza.
- Mamá, ella es Beca.- nos presentó Sheila.
- Hola, Beca. Ellos hablaron mucho de ti.- me levanté de la silla y me acerqué a saludar.- Supongo que querrás conocer a esta hermosa niñita.
- Más que nada en el mundo.- respondí, y saqué un poco la manta de su carita para poder verla. Era hermosa, la pequeña más linda que había visto alguna vez en toda mi vida. Su piel blanca, nada de cabello a esa altura, aunque a juzgar por sus cejas y pestañas, iba a tener el pelo claro como Sheila. La miré detenidamente, tomé su mano y no podía creer lo pequeños que eran sus deditos, lo frágil que era todo su cuerpo.- Por Dios, es hermosa...
- ¿Quieres cargarla?- me preguntó la mujer.
- Sí, claro que sí.
Tomarla en mis brazos fue la mejor cosa que alguna vez había hecho, poder observarla mientras dormía, el contacto con su piel suave, sus adorables gestos cuando se movía, y la forma en que su boca se movía inconsciente. Tenía en mis brazos el milagro de la vida del que Sheila me había hablado alguna vez. Había perdido a mamá pero había ganado a Elizabeth, y se sentía realmente muy bien tenerla en mis brazos. Estaba hipnotizada con ella, no podía dejar de verla, no podía creer que existiera tanta paz en un rostro.
- Hola Lizzie.- le dije, despacio, con calma, contagiada de su tranquilidad. Me senté otra vez, me sorprendí al ver que podía sostenerla con un solo brazo, y acaricié su mejilla con mi mano libre.- Es tan chiquita... Es preciosa, papá, es la niña más hermosa que vi alguna vez.
- Lo es, ¿cierto?- papá se sentó al lado nuestro, y también la observaba.- Cincuenta centímetros de puro amor, sólo un centímetro menos que tú cuando naciste.- él recordaba cuánto había medido al nacer, y seguramente muchas otras cosas más que iría trayendo a su memoria mientras Elizabeth creciera. Eso me alegró, y me emocionó a la vez. Algo me decía que esa pequeña nos uniría de la forma en que mamá quería, y lo haría mucho más rápido de lo que yo pensaba.
- Beca...- habló Sheila, y recién pude levantar mi mirada dek rostro dormido de mi hermanita.- Tu papá y yo estuvimos hablando, y nos pareció que deberías ser su madrina.
- ¿Hablas en serio?- mi pregunta era seria, no podía creerlo.
- Nos encantaría que además de ser su hermana, fueras su madrina.- agregó papá.- No hay nadie mejor que tú para eso.
- Claro que lo seré.- afirmé.- Por supuesto que seré la madrina de esta preciosa bebé.- volví mi mirada a ella, no podía dejar de mirarla, no podía entender lo que me pasaba pero sí sabía que se sentía bien y que quería sentirme así siempre. Quería permanecer mirando su rostro, quería tomar su manito y que ella apretara mi dedo por siempre. Ella me hacía creer, después de un mes, que la vida no era tan mala como yo pensaba, ni tan injusta como había asegurado esas últimas semanas. Tenía esos pequeños milagros, que en realidad eran gigantes e inexplicables. Una vida se había acabado, y otra había empezado mágicamente, y traía consigo la promesa de algo mucho mejor. Amor, por lo menos, no faltaría nunca.
La tuve en brazos un rato largo, mientras hablaba con Sheila y su madre. Papá se había quedado dormido en la silla, envuelto en una manta. Elizabeth no lloró en ningún momento, ni siquiera se quejó mientras la tuve en brazos, sólo durmió y cuando fue hora de alimentarse, se la di a su mamá y ellas conectaron automáticamente. Sheila debía quedarse esa noche también en observación, pero en la mañana ya le darían el alta médica para regresar a su casa. Me ofrecí a cuidarla, pero su madre insistió en que yo llevara a papá a descansar y regresara en la mañana para llevarlas a casa, así que hicimos eso. Papá estaba agotado. Llegó a su casa y le dije que fuera a darse un baño hasta que yo cocinara algo rápido, y luego iríamos a dormir.
Aproveché ese momento para hablar a Chloe, y contarle lo linda que era Lizzie. Ella tenía poquito tiempo, casi nada, pero sin embargo escuchó mi historia con atención antes de pedirme que le tomara alguna foto para que ella también pudiera verla. Le prometí que en la mañana le enviaría alguna. Estaba super atareada con el evento, era una fiesta de cincuenta años de un empresario muy famoso, y habían empezado la semana anterior con una sesión de fotos que estaba terminando de editar para llevar a imprimir y armar un mural para el salón. Me puso el altavoz y le hablé mientras trabajaba. La ayudaba a mantenerse despierta. Y de paso hablábamos de nuestros días un rato. Parecía una eternidad desde la última vez que habíamos tenido esos tiempos sólo para nosotras, y curiosamente lo estábamos reviviendo mientras nos separaban kilómetros de por medio. Colgué para cenar con papá, pero le prometí que hablaríamos en la mañana otra vez.
- ¿Era Chloe?- preguntó papá antes de sentarse a la mesa.
- Sí, envía saludos y sus felicitaciones para ti y Sheila.
- Ella siempre ha sido tan agradable. Incluso cuando dejaste la universidad, venía aquí para clases particulares de literatura y siempre traía una sonrisa y buen humor.
- Ha sido mi mejor apoyo en todo lo que pasé. Ni sé cómo agradecerle todo lo que hizo por mí.
- Una de las cosas más maravillosas de las relaciones como las de ustedes es que no deben agradecer por eso. Es lo que hacen porque se aman, y no hay nada que esperen a cambio.
- Chloe es fantástica...- suspiré, y me di cuenta que por primera vez estaba hablando con papá sobre mi novia.- Es brillante, y talentosa, y tiene esa alegría tan especial todo el tiempo que a veces me hace preguntarme si es normal. Es muy fácil quererla, demasiado.
- Y te hace feliz.
- Como nadie en todo el mundo. Es justo a quien quiero para toda la vida.
- Ojalá sea así, Beca.
- ¿Qué dices de la comida?
- Que aprendiste a cocinar muy bien en verdad.
- También se lo debo a Chloe.- sonreí orgullosa, y seguimos comiendo mientras él me contaba lo largas que se habían hecho las horas desde que había llevado a Sheila al hospital hasta que la pequeña nació, en la madrugada del día 16 de octubre. Completamente sana, sin mayores inconvenientes durante el parto, y con una belleza inexplicable. Me contó que la enfermera le dijo que no había visto un bebé tan lindo en mucho tiempo, y en verdad lo era. Confirmó mi teoría de su cabello claro, tal como el de su mamá, y estaba ansioso por ver sus ojos.
No había visto a papá tan enamorado nunca. Y la pequeña Lizzie había logrado eso. Estaba enamorado de ella, completamente hipnotizado con su presencia en este mundo, y además no dejaba de decir lo fuerte que Sheila había sido, y la valentía para afrontar la situación. Me alegraba que pudiera sentirse así, y que tuviera la chance de hacer las cosas bien con ellas dos. A mí ya no me debía nada.
Lo ayudé a ordenar el cuarto de la niña, poner las sábanas y dejar listo el espacio donde Sheila pasaría la mayor parte de su día. Dejamos todo aseado para que ellas llegaran en la mañana, y tuvimos una larga lucha para armar el carrito que habían comprado sólo dos días antes. Definitivamente eso no era lo nuestro. Instalamos el asiento en la parte trasera del auto, y acondicionamos los lugares donde ella crecería. Ni decir que me quedé dormida apenas puse la cabeza en la almohada, justo al lado de papá. No tenía recuerdos de él durmiendo a mi lado, abrazandome, pero ese día lo sentí poner su mano en mi cintura por unos segundos, y darme un beso en la cabeza pensando que estaba dormida. Había esperado veinticuatro años para eso, y me di cuenta que en realidad nunca era tarde.
Cuando desperté, papá ya se había marchado al hospital y me dejó una nota en la pared diciendo que no había querido despertarme. Me levanté de la cama, fui directo a bañarme porque estaba muy cansada y eso siempre me relajaba un poco. Cuando salí, preparé café y busqué algo para acompañar. Solamente conseguí unas galletas de avena y miel que seguramente eran de Sheila. Papá definitivamente necesitaba una Chloe Beale para llenar las alacenas de cosas necesarias. Fui hasta la sala, encendí el televisor y puse las noticias. No había nada interesante en ese horario a decir verdad, así que tomé mi móvil y decidí escribirle a Chloe.

Lo que dicen sus ojos- BechloeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora