Interrogatorios.

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-Bien hecho, Xanheff.- dijo Thrawn bebiendo de su café.- Le felicito. Gracias a su... novedosa táctica, los cruceros Mon Calamari han caído uno tras otro. Todos menos uno.
Me puse tenso. Thrawn había fallado en acabar con un enemigo. O ese enemigo era jodido de derribar, o Thrawn se hace viejo.
-¿Y las pérdidas?- inquirí. Por ir haciendo el presupuesto...
-Oh, sí.- respondió. Pareció relajarse.- Han sido mínimas. Sólo hemos perdido un 2% de las naves.
-¿Cada uno?
-En total.
Vaya. Sí que somos buenos.
-En fin, Xanheff.- dijo Thrawn levantándose.- Hablemos de los rehenes. ¿Qué puede decirme?
-Amm... Sabine Wren, el Jedi Ezra Bridger y la capitana Gwendolyn Mass.- respondí.
-Entiendo.- sopesó Thrawn.- Wren y Bridger son viejos conocidos del Imperio. ¿Te importa que me lleve a esos dos?
Joder. ¿Thrawn está pidiéndome permiso?
-Sí, porqué no...- respondí.
-Gracias, almirante.- dijo yéndose.
Una vez se fue, Gerruk se acercó.
-He de admitir que por un momento he pensado que estaba loco, almirante.- dijo el gamorreano superdotado.- Intentar un desembarco bajo fuego enemigo es un suicido, ya sabe.
-Sí, Gerruk.- respondí.- Pero Thrawn sabía que no habría rebeldes ahí abajo. Sabía lo que hacía.
-Debí haber ido.- se quejó.- Tengo la vibrohacha cargada.
Eso no me lo esperaba.
-¿Va armado, comandante Gerruk?- me alarmé.
-Noo.- respondió al instante.- Sólo la tengo en mi camarote. Es un regalo de bodas.
Típico. Te casas con una chica y te regalan un hacha. Aunque claro, tratándose de gamorreanos, qué esperar.
Me dirigí a mi camarote, dispuesto a dormir un poco. Ha sido un día duro. La imagen de Mass asaltó mi mente. De repente, me quedé tenso. Como rebelde que es, es un tarro de información. Si queremos información, hay que abrir el tarro.
Como el tarro no querrá abrirse, habrá que usar la fuerza física. Y la fuerza física en este contexto tiene un nombre: Maezo Sybell, oficial de seguridad e interrogador experto.
Sentía que no debía pasarle nada. Corrí hacia la sala de interrogatorios.
Cuando llegué, un agudo grito resonó en el pasillo.
-¡Si me dices cosas, dejaré de hacerte esto, cielín!- exclamaba Maezo. Es ciertamente un zabrak muy cabrón, pero es el mejor. Pero yo ahora no quería al mejor.
Me precipite dentro de la antesala. Por el cristal vi a Maezo paseándose por la sala con un guante de aros de metal en la mano. Eso sí que es un guantazo.
Gwen, por su parte, estaba maniatada a una silla con la cabeza gacha. Cuando logró alzarla, vi que tenía un ojo casi negro, varios moratones y el labio inferior partido.
-Vamos, otra oportunidad.- dijo Maezo acercándose.- ¿Dónde se esconden tus superiores?
Gwen escupió a la cara del zabrak. Consistió en más sangre que saliva.
-Respuesta incorrecta, cielito.- dijo Maezo. Luego se levantó y le propinó un bofetón de revés con la mano enguantada. Gwen gritó. Maezo casi tira la silla.
-¡No...!- se me escapó. El micro estaba abierto, así que Maezo me oyó. Se dirigió al cristal y habló.
-¿Ocurre algo, almirante?- preguntó.
Me fijé en sus ojos. Tenían un brillo... maléfico.
-Yo...- respondí atropelladamente.- Em... Déjeme a mí. A solas.
Maezo se encogió de hombros.
-Está bien.- dijo saliendo por la puerta y guardándose el guante de tortura en el bolsillo trasero de su uniforme.- Suerte.
Entré a la sala y cerré tras de mí, no sin antes cerrar el micro.
-No voy a decir nada...- susurró Gwen.
-Me da igual.- dije tímidamente. Estas cosas no aparecía en los libros de Prefsbelt IV.
Gwen me miró con odio.
-Entonces, ¿qué coño quieres?- preguntó.
Parte de mí se resintió ante la pregunta.
-Nada.- dije dirigiéndome al equipo de primeros auxilios de la sala. Desde que un inquisidor se pasó de verga en un interrogatorio, todas las naves grandes tienen uno.
-¿Qué...?- preguntó Gwen.
-Calla.- la ordené.- Y no te muevas.
Empecé a aplicar frío en los moratones y le desaté una mano.
-Sujétate el hielo en el ojo.- dije. Gwen, sorprendida, obedeció.
Rebusqué y encontré una tirita pequeña, la despegué del envoltorio y se la puse a Gwen con primor en la herida del labio.
-¿Porqué haces esto?- preguntó. Ya no tenía ese deje de odio en la con ni en la mirada. Más bien tenía gratitud.
Me senté frente a ella y sonreí.
-No creo que deban hacerte eso.- dije moviendo el hielo del ojo para que lo cubriese entero.
La capitana sonrió como pudo, teniendo un labio roto, y eso...
-Gracias.- dijo con lágrimas en los ojos.
-No hay de qué.- respondí.
Nos quedamos hablando durante horas. Claro, ella no tenía adónde ir y yo vivo aquí...
Alguien tocó la puerta.
-¿Almirante?- dijo la voz de Maezo.- ¿Sigue ahí?
-Mierda.- susurré.- Gwen, grita un momento. Como de dolor...
Gwen me miró con cara de póquer. Sabía lo que hacía. Aun así gritó.
-¡Habla, zorra!- grité yo.
Gwen me reprendió con la mirada y yo me encogía de hombros.
-Ha sido el pánico, ¿vale?- me excusé.
-¡Vale!- dijo Maezo.- Salga rápido, vamos a apagar las luces.
Gwen me miró.
-¿Y ahora qué?- preguntó.
-A ver...- cavilé.- Mañana iniciaré las negociaciones con Leia para que vuelvas con ellos.
Gwen se recostó en la silla.
-Pero nos volveremos a ver, ¿no?- preguntó.
-No creo...- dije apesadumbrado.- Tú eres rebelde, yo estoy al servicio del Imperio...
Gwen se rió.
-Sí, almirantillo.- dijo.- Nos veremos otra vez.
Dos soldados de asalto se la llevaron a los calabozos.
Por mi parte, me fui a mi camarote. Dormí a duras penas, pensaba en Gwen. ¿Está prohibido eso, el pensar en una rebelde...?
Imaginé que no y me dormí.

El joven almirante.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora