La caída de un gigante (Desvío de Palpatine)

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Madita sea...
Por culpa de Void, los rebeldes han tomado el Palacio Negro y seguramente hayan limpiado el lugar de soldados fieles a mí. Ahora sí que me he cabreado.
Para colmo de males, Nixus no aparece, y me temo lo peor.
Menos mal que aún estamos en Coruscant, capital del Imperio, donde soy más que amado y respetado.
-Por aquí, Emperador...- decía un lugareño de a pie guiándome por los recovecos de la zona baja de la ciudad.- En mi hogar estaremos seguros.
Se agradece tener súbditos así de leales.
-Mil gracias, honorable ciudadano.- dije pomposamente.- Me aseguraré de que sea recompensado.
El hombre se deshizo en reverencias. Imbécil, ni siquiera sé tu nombre.
Llegamos a una residencia, dentro de la cual aguardaba la que supongo es la esposa de aquel hombre, dando el pecho a un niño. Vaya, ¿mal momento para una batalla, señora?
-Escóndase en esa habitación, Majestad.- decía el hombre ignorando las preguntas de la mujer.- Ahí estará seguro.
Eso espero. Por lo que leo en su mente, es cierto lo que dice.
Una habitación bastante lujosa para ser de esta zona era mi única compañía.
Por fortuna, había una ventana, por lo que podía ver al menos la parte naval de la batalla.
Cuatro Infernos destruidos... mierda... esto va a costar un riñón. Tendré que subir las tasas o saquear otro cártel hutt. Menos mal que el Mon Cala responsable ha caído ya.
Qué faena, desde esta habitación apenas logro ver nada. En fin, mi imperio se desmorona y yo estoy aquí encerrado como una rata.
A no ser...
Desplacé la ventana con la Fuerza y salté de aquel segundo piso. Sinceramente, me da igual lo que piense esa gente al no verme allí. Recompensado, ¿eh...? Me parece que no.
Por fortuna aún queda parte de mi ejército por ahí, matando rebeldes.
-¡Emperador!- bramó un oficial al verme.- ¡Han atacado el Palacio!
-Ya lo sé, cenutrio.- escupí. No estoy de humor para formalidades.- ¿Dónde vais?
-Intentamos cortar una retirada rebelde, Emperador.
Sonreí. Qué mejor manera de hacerles pagar que masacrar un poquito sus fuerzas.
-Os acompaño.- dije encendiendo el sable láser.- En marcha.
No andamos mucho hasta que un contingente rebelde se cruzó en nuestro camino. Al frente iba un trandoshano lleno de granadas. Fue el primero al que estrangulé con la Fuerza.
Fue rápido e indoloro. Un grupo menos de rebeldes. Sin embargo, el desastre rebelde se expandía por las calles de Coruscant como una mancha de leche azul en un mantel nuevo.
-¡Allí, más rebeldes!
Ante la pérdida del Palacio Negro, la táctica había cambiado. Ahora los rebeldes se enfrentaban a su propia medicina, la guerrilla incesante.
Un grupo más de rebeldes fue eliminado. Éste era más grande, pero el pelotón seguía sin bajas.
De repente, una violenta explosión derribó a todos los soldados del pelotón.
-¡Carambola! ¡Espero un aumento por esto!
Esa voz...
Xanheff mayor. Buscado por inteligencia primero por vandalismo callejero, luego por diversos atentados y más tarde por poner bombas allá donde se posasen los pies del Imperio. En total, ese crío crecido ha volado treinta bases imperiales.
Por supuesto, Mass lo acompañaba. Diablos, Xanheff, debiste haberla matado en Tatooine. Pero no lo hiciste porque eres un crío enamoradizo.
Cómo no, también estaba el nuevo Skywalker, desconocido para Inteligencia y para el mundo en general.
-¡Ya no puedes huir, Emperador Palpatine!- dijo el Jedi.
Que te lo has creído, niñato.
-¿Qué me lo impide?- respondí de vuelta.
-¿Qué tal el implosionador térmico XL que te voy a meter por el culo?- escupió Xanheff. Qué primitivo.
Por suerte, estaba demasiado ocupado conteniendo las oleadas imperiales que se aproximaban, lo que dejaba el panorama, de nuevo, entre el Jedi y yo. Es lo que tienen las explosiones, atraen enemigos siempre.
-¿Aún piensas que puedes ganar con esos clones tuyos, Jedi?
El interpelado encendió su sable láser en respuesta.
-Estás solo, Palpatine.- dijo poniéndose en guardia.- Nadie puede venir a ayudarte.
-No me hace falta nadie, Jedi.- respondí.
Los sables chocaron y crepitaron a medida que el duelo se desarrollaba. Maldito Jedi, ha mejorado. Incluso intenta leer mi mente. Lee mejor mis movimientos, crío estúpido.
Lo malo es que yo tampoco puedo leer su mente. Suerte que es un libro abierto en materia de pelea.
-¿Quién sufrirá si mueres, Jedi?
Éste no se dejó amilanar.
-No quiero que nadie sufra por mi muerte, Sith.
El duelo empezó a tomar un cariz violento con el uso de la Fuerza. Intenté, sin éxito, estrangular a aquel persistente joven con Fuerza, pero no surtió efecto. Él, por su parte, creó varios clones.
-No puedes ganar, Palpatine.- dijo.- Tengo la ventaja ahora.
-No cantes victoria, Jedi.- respondí. Aún tengo un truco de la Fuerza bajo la manga.
Los clones de Fuerza del Jedi intentaron atacarme, sin mucho éxito. Al parecer, se limitan a comando básicos. Patético.
-Me he hartado ya, Jedi.- dije furioso, harto de sus trucos baratos. Sonreí, ahora empezaba el mambo.
Pasó un segundo, y otro.
Y sonó el crepitar del sable láser atravesando la carne.
Y todo se tornó negro.
Lo último que escuché antes de perder la consciencia fueron siete palabras.
-No eres el único que tiene secretos.

El joven almirante.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora