14. Silencio

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Comencé a prepararme para la fiesta después de haber estado todo el día estudiando, a penas sin parar ni para comer. Incluso Lolo, al ver que no bajaba, me trajo una ensalada y un bocata del bar. Me di un buen baño para ver si me espabilaba después de tantas horas leyendo y por suerte funcionó, pues sentía mi cabeza muy embotada e ir a una fiesta así, con la música a todo volumen que seguramente pondrían en la discoteca, no iba a ser muy buena idea. Poco a poco fui animándome y, mientras me secaba, puse algo de música comercial para intentar ir con las máximas ganas posibles. Me puse unos vaqueros pitillo ajustados negros, una blusa de tirantes y escotada color malva y una chaqueta corta estilo americana también negra que seguramente debería quitarme en la discoteca, pues siempre que había ido a alguna en París tenían la calefacción muy alta en invierno y el aire acondicionado muy alto en verano. Me puse también un collar de plata de piezas circulares grandes con una piedra  celeste en el centro para que no se me viese tan sosa y un reloj de pulsera también de plata para combinar. Me peiné dejando mi pelo ondulado suelto y me maquillé sutilmente los ojos, poniéndome también brillo en los labios. Cuando a penas faltaban cinco minutos para bajar a la recepción, dónde había quedado con los demás, me puse los zapatos de tacón negros y la chaqueta, cogí un bolso pequeño donde metí lo más necesario, me puse perfume y salí de la habitación. Cuando bajé ya estaban todos esperándome, bien arreglados, y les di un beso a todos a modo de saludo. Aquella vez íbamos en dos coches y yo fui con Lolo, Carlos y Pablo, que se puso atrás conmigo:

- Hueles muy bien- me dijo a mitad del camino a Montmatre mientras Lolo y Carlos cantaban una conocida canción francesa a viva voz en un idioma inventado por ellos dos.

- Gracias. ¿A qué sitio vamos?- le pregunté.

- Silencio Club, se llama- me informó.

- ¿En serio?- dije emocionada- Es el club del director de cine David Lynch. Siempre he querido ir porque dicen que es una pasada, pero cuesta mucho entrar.

- Pues ahí vamos- me contestó contagiándose de mi entusiasmo.

En cuanto llegamos, todas mis expectativas se quedaron cortas. Era un local precioso, ambientado en lo burlesque, y aquella personalidad tan parisina me cautivó a cada paso que daba. Nosotros debíamos ir a la sala que era una gran pista de baile, pero esta tenía también un pequeño escenario con un piano iluminado con luces rojas y abrigado por cortinas granates que le daban un aire misterioso a la estancia. En aquel momento solo pude pensar en Carla y en los gritos que daría cuando se enterase de que había estado allí. Mientras cenábamos picando de los canapés que pusieron a nuestra disposición y bebíamos Champagne, Pablo y los demás fueron presentándome a varias personas, entre ellas al productor de su nuevo disco, algunas personas de la discográfica, músicos varios que estaban ayudando en la grabación de algunas pistas y alguna que otra persona influyente de la ciudad que, como bien me dijo Pablo, sin ni siquiera conocerle se apuntaban a cualquier fiesta que llevara la palabra privada o exclusiva que se hiciese en la ciudad. La verdad es que no pude estar mucho rato con Pablo, pues cada dos por tres debía atender a alguien y poco pudo disfrutar de la fiesta, pero yo sí intenté hacerlo con Lolo y los demás. En un momento dado de la noche, cuando ya todos llevábamos alguna copa de más de aquel Champagne tan exquisito, una chica allí presente se acercó a nosotros. Era, la verdad, muy guapa: rubia de ojos almendra y con una figura muy bien cuidada que sabía de sobras como mover. Desde que la vi acercarse a nosotros no quitó ni un instante su intensa mirada de Pablo:

- ¡Hola, Pablo!- dijo ella al llegar en castellano con un marcado acento francés, dándole un caluroso abrazo.

- Ah... Hola, em... perdona, no me acuerdo de tu nombre- dijo él algo incómodo.

Bajo el cielo de París [Pablo Alborán] COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora