35. Diego

527 39 29
                                    

El jueves de Navidad, día en el que aprovechamos en casa para darnos mutuamente los regalos (recibí un reloj precioso por parte de mis padres y unos zapatos monísimos de mi hermano) fue un día bastante tranquilo que aproveché para pasar con Bise. Por la tarde fui a pasearla a un parque muy grande que había cerca de mi casa y estuve con ella allí horas, correteando y jugando con ella. Cuando decidí volver a casa ya comenzaba a anochecer, y cuando doblé la esquina que daba a mi calle me asusté al ver a la persona que menos quería ver en aquel momento. Era increíble como en tan solo unas semanas Diego había pasado de ser el chico al que más quería ver y con quien más quería estar a ser todo lo contrario. No quería verle ni en pintura:

- Vaya, Henar- dijo él al verme con una sonrisa que deseé arrancar de su cara- Parece que estamos destinados a encontrarnos ¿eh?

- Tú y yo no estamos destinados a nada, Diego.- le aclaré- Debo volver a casa.

- Veo que hoy no vas con tu estúpido nuevo novio mojabragas.- soltó- ¿Ya se ha cansado de ti, zorra?

Bise comenzó a ladrar a Diego como si hubiese entendido aquella falta de respeto y a pesar de ser tan solo un cachorro Diego dio un paso atrás:

- Dile al chucho este que se calle.- me ordenó Diego.

- No voy a hacer que se calle. Déjame pasar.- le pedí con seguridad al ver que si intentaba avanzar él retrocedía para barrarme el paso.

- No, cariño. No voy a dejarte pasar.

Escuchar de su boca aquel "cariño" y de la forma tan obscena en que sonó me provocó incluso náuseas:

- Diego, déjame. No quiero hablar contigo.- le solté comenzando a sentirme furiosa.

- No quiero hablar contigo. –se burló- ¿Sabes? Estás más guapa que nunca...- comenzó a decir avanzando hacia a mí. Bise seguía ladrándole y gruñéndole, pero parecía no importarle.

Cogió un mechón de mi cabello y lo acarició entre sus dedos mientras cerraba sus ojos y mordía sus labios:

- Odio pensar que ese mojabragas haya tocado tu pelo como solía hacerlo yo o te haya follado como lo hacía yo.- soltó para intentar intimidarme.

- No parecía importarte nada de eso al acostarte con Miriam, Diego. Deja de hacerte el inocente que si ahora estamos como estamos es solo por tu maldita culpa y tu falta de cerebro. ¡Ah! Y siento decirte que no puedes ni siquiera compararte con el que tú llamas bojabragas. Me hace gritar como tú nunca lo has hecho.

Enseguida me arrepentí de decir aquella palabras. No eran propias de mí pero estaba tan enfadada con él que casi me salieron solas. Vi crecer el odio y la rabia en los ojos de Diego, incluso pude percibir que sus pupilas estaban extrañamente dilatadas creí que por el efecto de alguna droga y, sin esperármelo, me cogió del cuello con fuerza dejándome prácticamente sin respirar:

- Eso no es cierto.- dijo él con rabia.

- S...suéltame- dije sin aire.

- Nunca va a quererte como yo te quiero, Henar. ¡No pienso rendirme contigo! ¡Eres mía!

Las lágrimas comenzaron a salir de mis ojos sin poder controlarlas y es que a parte de que sus palabras me dolían me estaba haciendo realmente daño y a duras penas podía respirar:

- ¡S...suéltame!- volví a decir intentando gritar, aunque a penas me salió un susurró.

Diego me miraba con odio. ¿Cómo era capaz de decir que seguía queriéndome mirándome de aquella manera? Bise ladraba sin cesar y yo cada vez sentía mas dolor en mi cuello y la presión en mi cabeza aumentaba. Comencé a temblar del miedo que sentía y solo deseé que Pablo pudiese aparecer como la última vez en la que me topé con él, pero bien sabía que aquello no podía ocurrir. Por suerte, las luces de un coche aparecieron detrás de mí y Diego pareció volver en si, soltándome al instante. Aproveché su momento de distracción, le empujé con fuerza incluso haciéndole caer y salí corriendo de allí. Por suerte, mi casa estaba a solo unos metros pero el camino me pareció una eternidad. El miedo se había apoderado completamente de mí y supe que nunca podría olvidar aquella mirada de rabia y odio con la que Diego me había mirado. ¿Cómo demonios había podido cambiar tanto? Durante el tiempo que estuvimos juntos parecía un chico tranquilo, bueno e inocente y ahora parecía todo lo contrario. No podía llegar a entender cómo alguien podía haberme tratado así casi de la noche a la mañana y las lágrima se apoderaron de mi rostro no solo por el dolor que seguía sintiendo en mi cuello, si no que también por la decepción que sentía. Entré a casa dando un portazo y enseguida mis padres se asomaron al recibidor:

Bajo el cielo de París [Pablo Alborán] COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora