37. La Florida

691 39 24
                                    

Me cambié de ropa para ir más cómoda al día siguiente en el viaje y opté por ponerme unos vaqueros negros, una blusa de tirantes blanca, una chaqueta abierta larga de color marrón claro y mis bambas blancas. En Barcelona no hacía demasiado frío aquella semana y poniéndome un pañuelo y el abrigo tendría suficiente. Cogí también mi bolso grande marrón para aprovecha y utilizarlo para guardar lo que no había podido meter en la maleta, como las cosas de aseo y algún libro que cogí por si acaso, aunque mucho me temía que con Pablo a mi lado pocos momentos encontraría para leer.

Salí de mi habitación con el abrigo y la maleta en las manos y el bolso colgado. Estaba segura de que se me veía patética al ir tan cargada y lo comprobé al intentar bajar la primera escalera levantando la maleta y casi cayéndome, cuando escuché la risa de Pablo, quien me miraba desde la puerta de la que era la habitación de invitados. Su carcajada me hizo flaquear, para variar, y tuve que dejar la maleta en el suelo si no quería caer:

- Podrías ser un poco amable y ayudarme.- le dije.

- Lo siento, es que te ves muy graciosa con esa cara de concentración.- dijo acercándose.

Cogió mi maleta y dio un sonoro beso en mi mejilla:

- Gracias, príncipe, por haber ayudado a una dama en apuros- bromeé.

- Todo por mi princesa.

Escucharle llamarme así de sus labios y con aquella voz tan sexy con la que lo dijo me hizo suspirar como una tonta y se dio cuenta, sin poder evitar volver a reír:

- Espero que nunca hayas suspirado así por nadie más.- dijo él bajando las escaleras mientras le seguía- Cualquiera que lo escuche se volvería loco por ti.

- Si no tuviese las manos ocupadas te pegaría ahora mismo- le dije yo.

- Eres muy agresiva cuando quieres.- soltó entre risas.

Una vez estuvimos abajo, fuimos al salón para despedirnos de mis padres y de mi hermano. Mi hermano y mi padre se despidieron de nosotros con alegría y deseando que lo pasáramos bien y, aunque mi madre también lo hizo, la notaba algo forzada seguramente aún afectada por la discusión que habíamos tenido. Durante el camino en taxi, el cual Pablo había llamado hacía ya unos minutos, estuve bastante callada. Nunca me había gustado discutir con mis padres y el haber tenido que irme así, sin poder hablarlo del todo bien, me había dejado mal:

- ¿Qué pasa?- preguntó Pablo pocos minutos después cogiendo mi mano.

- Nada...

- Tu silencio no dice lo mismo.

Resoplé y me giré hacia él:

- Mi madre, que ha tenido que darme la charla justo antes de irnos y no me gusta haber discutido con ella.

- ¿Qué charla te ha dado? ¿Una en la que se preocupa por mi fama, la distancia y la posibilidad de que acabe haciéndote daño?- preguntó sonriendo con ternura. Yo solo asentí- Es normal, Henar. Si yo fuese tu padre también lo hubiese hecho. Tu familia te quiere mucho y se preocupan por ti. Tu padre y tu hermano se han encargado de recordármelo- dijo sonriendo aún con más ganas.

- ¿Cómo?- pregunté confusa- ¿Te han dicho algo?

Pablo acarició por segundos mi mejilla para volver a mi mano y seguir hablando:

- Tu hermano se encargó de dejármelo claro en París, que si te hacía daño me las vería con él. Y tu padre ayer me abordó al salir del baño, diciéndome que te cuidara como el tesoro que eres para él y que ni se me ocurriese hacerte daño.

Bajo el cielo de París [Pablo Alborán] COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora