La vida les ha dado demasiados golpes a sus cortas edades.
Ellos van por ahí sin rumbo, lastimados, destrozados, resignados. Ellos tienen roto el corazón. Ellos están incompletos. Ellos son sólo mitades...
Damien Keegan es un soldado de las Fuerzas...
Ariana haciéndole mimos al traidor de Rambo en el jardín de la hacienda.
Aquello fue lo primero con lo que Damien se encontró al iniciar el día.
Había salido con la camisa a medio vestir, y gracias a esa pequeña distracción ahora estaba resultándole bastante difícil la simple tarea de terminar de ponérsela.
Sus dedos se movieron con torpeza como si jamás hubieran abrochado unos jodidos botones.
Ese condenado perro era un aprovechado de primera. Ella lo adoraba, y él simplemente se dejaba querer.
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La situación le hubiese causado gracia pero no sintió ni un poco de humor.
Su esposa sonreía en ese instante debido las gracias de su mascota. Oh, y esa mujercita sonriendo era... era una preciosidad.
El soldado tensó la mandíbula al tiempo que continuaba mirándola a lo lejos, muy cuidadoso de que ella no fuese a darse cuenta.
Lo ponía furioso que fuese más fuerte que su dominio propio.
No podía evitarlo, que el cielo se apiadase, pero en verdad no podía.
Estaba casado con aquella chica, una pequeña hada mágica, silenciosa, que cuando clavaba en él sus increíbles ojos marrones lo hacía sentir que caía en el vacío.
Cuando llegó al último botón, descubrió que de nuevo lo había hecho mal. Maldijo por lo bajo y los desabrochó todos, antes de volver a empezar.
La belleza de esa castaña era genuina, única, tan diferente a todo lo que siempre lo había rodeado.
Allá a lo lejos, ella continuó jugueteando con Rambo, y riendo. Luego se enderezó, se retiró el cabello de la cara haciendo que los alborotados mechones cayeran por su espalda.
Damien apartó la mirada, cerró los parpados con tensión.
Lo que más le sorprendía era que Ariana no fuese consciente de lo agradable que era contemplarla, y del daño que se hacía él mismo cada vez que lo hacía.
Su manera de sonreír lo tenía loco. Los hoyuelitos que se le marcaban, su inocencia, su dulzura, su timidez, sus expresiones. Todo en ella lo hechizaba. Sus gestos y sus reacciones eran tan...tan sinceros.
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