Capítulo 27

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Ariana le daba esperanza.

Ariana le hacía pensar en todas las cosas suaves y apacibles que él ni siquiera se había atrevido a soñar nunca.

Esa preciosa mujercita era la única luz en sus tinieblas.

Lo cambiaba todo.

Nada había vuelto a ser lo mismo. No después de ella.

La oscuridad se había ido desde que esa hada mágica había llegado a la hacienda, a su vida.

Damien la miró. Su esposa se encontraba en esa banquilla donde solía pasar sus tardes admirando el panorama que ofrecía el campo, con su sonrisa, con el brillo en su mirada, el rubor natural de sus mejillas, y su encanto.

Pequeña, hermosa y con un bebé creciendo en su interior... No había imagen más dulce que esa.

Lo hacía imbécil, lo noqueaba. Damien no podía contra eso.

Pero ella no era para él, no podía ser para él. Se lo había repetido mil veces, y seguiría repitiéndoselo hasta que fuese menos doloroso aceptarlo. No se la merecía, así como tampoco merecía al hijo que venía en camino.

¿Por qué las cosas debían ser así?

A Damien le daban ganas de gritar cada vez que pensaba en ello, en lo que pudo haber sido, pero nunca podría ser...

–Tu esposa es muy bella, hijo–

La voz del Teniente lo hizo sobresaltarse. Damien se sintió entonces abochornado al verse descubierto mirando a Ariana, pero enseguida echó fuera el aire que había estado conteniendo.

–Sí... Lo es– consintió, y tragó saliva. De nuevo fijó sus ojos en ella.

No valía la pena seguir escondiéndolo. Resultaba siempre agotador, y además era ya demasiado evidente.

George dirigió sus ojos oscuros hacia la misma dirección que su nieto. Él también exhaló. Aquella era la madre de su bisnieto, y para ser una mujer tan pequeña, tenía una presencia enorme en la vida de los Keegan.

–Ya lo creo que sí– repitió con una sonrisa tan orgullosa como si la chica fuese nieta suya también, aunque sí que lo era, en su corazón. –Y no me refiero sólo al sentido clásico de la palabra–

Damien tensó la mandíbula.

Sí, él sabía de qué hablaba su abuelo.

La belleza de Ariana no era cualquier belleza. Su belleza era aún más profunda que la de cualquier otra mujer. La suya nacía de adentro. Su corazón brillaba en su sonrisa y en sus ojitos. Junto a su bondad, su dulzura, su inocencia...

–¿Ya pensaste qué es lo que harás con ella?– la pregunta del Teniente hizo que el soldado despegara su mirada de su esposa para mirarlo a él. Tragó saliva.

No. No lo había pensado todavía.

Regresarla con los Sheen era algo que ni siquiera tomaba en cuenta, eso no ocurriría jamás, ni muerto. Pero quedársela, y hacerla su esposa de verdad... Eso tampoco podría suceder.

–No– respondió. –Supongo que... lo mejor será continuar con el plan original–

El Teniente frunció el ceño.

–¿Qué? ¿Piensas devolverla con sus tíos?– se exaltó. –Damien, yo no pienso permitirte eso– aclaró con dureza.

–No, no, abuelo. Eso jamás. Esos malditos no volverán a acercarse a ella nunca–

Eso corría por su cuenta, y también del Teniente. Pero aun así él seguía sin entender.

–¿Entonces? No te entiendo–

Mitades Perfectas® (AG 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora