«Stella Keegan»
Ese fue el nombre con el que fue registrada la pequeña.
Naciendo el 2 de Febrero, pesando 3.100 gramos, y midiendo 45 centímetros.
Mientras la miraba Ariana apenas y podía creerse que fuera suya... Suya y de Damien.
Diminuta y sonrosada cosita hecha por ellos dos...
Increíble.
Un milagro.
Parecía imposible, pero ahí estaba.
Un sueño hecho realidad.
La miró entonces con ojos cristalizados por las lágrimas y por todo el amor que le provocaba. Después sonrió, y la acercó a su pecho, sosteniéndola con mucho cuidado entre sus brazos.
Aquel era el peso más hermoso que había sostenido en toda su vida, y la sensación la dejó fascinada, enamorada.
Estaba enamoradísima de su pequeña.
¿Y cómo no estarlo?
Era la criatura más preciosa y perfecta que sus ojos habían visto nunca.
Tan pequeña y delicada. Dormidita, y en paz.
Desde ese instante Ariana supo que sería capaz de cualquier cosa por protegerla por hacer de ella una niña feliz. No importaba qué.
La recién nacida bostezó, y enseguida despertó, pero por fortuna no comenzó a llorar, sino que miró fijamente a su joven madre con esos ojitos que al parecer iban a ser tan marrones y grandes como los suyos.
Cielo santo, la amaba con todas sus fuerzas, y la había amado desde el primer instante en que supo que iba a ser madre.
La había llevado en el vientre nueve meses, la había visto moverse en los ultrasonidos, la había sentido dentro, y ahora la tenía en sus brazos.
Nunca se había enamorado al instante de algo o de alguien, pero Stella se había apropiado de su corazón en un parpadeo.
Apretó los labios contra la frente de la niña, y el sentimiento se multiplicó por diez.
Todavía le parecía todo increíble. Un milagro. Eso era. Un milagro en su vida porque un año atrás Ariana ni siquiera podía imaginarse que algo como aquello pudiera suceder.
–¡Oh, pero qué hermosura tenemos aquí!– exclamó Meryl emocionada.
–¿Dónde está mi bisnieta? Necesito conocerla ahora mismo– secundó el Teniente con graciosa desesperación.
Ariana ni siquiera los había escuchado entrar, pero en cuanto los vio, les sonrió.
Pero ellos no la miraban a ella, sino que toda su completa atención era para la nueva integrante de la familia.
–¡Por el cielo bendito, qué preciosa que es!– los ojos oscuros de George Keegan jamás se habían llenado de tanta alegría como en el segundo en que conoció a la más pequeña de su dinastía.
–Ari, muchas felicidades, no hay palabras para describir lo divina que está– la mirada de Meryl también reflejaba mucho amor y ternura.
Ariana se sintió dichosa de ver cuánto amaba su bisabuelo a Stella. Era un hombre maravilloso, que siempre la había apoyado, y que había estado esperando con ansias la llegada de aquel preciosísimo ser.
–¿Quiere cargarla, Teniente?– le preguntó, y con todo cuidado la alzó hacia él.
–De...desde luego– asintió ilusionado. –¡Desde luego que quiero!– repitió, y cuando la sostuvo en sus brazos fue el hombre más feliz de todo el planeta. Sonrió y admiró a la pequeña, lleno de orgullo. Por su parte la bebé también lo miró a él. Fue valiente, y no lloró, sino que se dedicó a grabarse aquel bondadoso rostro de quién más delante llamaría abuelito. –Es... es preciosa. ¡Qué belleza! ¡Mírala, Meryl! ¡Sangre de mi sangre! Ve esa carita que tiene, ve esos ojazos, va a ser toda una muñeca–
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Mitades Perfectas® (AG 2)
FanficLa vida les ha dado demasiados golpes a sus cortas edades. Ellos van por ahí sin rumbo, lastimados, destrozados, resignados. Ellos tienen roto el corazón. Ellos están incompletos. Ellos son sólo mitades... Damien Keegan es un soldado de las Fuerzas...