Capítulo 18

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¿Cómo era posible que Ariana se sintiera tan triste si hacía tan solo unos instantes había escuchado los preciosísimos latidos del diminuto corazoncito de su bebé? ¿Cómo era posible que después de haberse sentido más feliz que nunca ahora se sintiera tan desdichada?

Se encontraba haciéndose todas esas preguntas, mientras miraba por la ventana todo el trayecto de vuelta a Mission Bay, en el asiento trasero de la camioneta que era conducida por Tim. Sin embargo ella bien conocía la respuesta a todo aquello.

«Damien»

La consulta había ido de maravilla. Había escuchado de nuevo los latidos del corazoncito de su bebé, la doctora le había asegurado que a pesar de que había subido muy poco de peso, el pequeño estaba creciendo con normalidad, y bastante sano. Se suponía que debía estar feliz y tranquila, pero no lo estaba.

Había tenido que contenerse para no echarse a llorar delante de la obstetra, pero ahora no lo soportó más, y no le importó que Tim fuese a verla por el espejo retrovisor, dejó que sus lágrimas salieran y recorrieran todo su rostro hasta desaparecer en su cuello.

Lloraba por Damien que la detestaba, y que detestaba también al hijo de ambos.

Ver a ese precioso ser dentro de aquella pantalla era la cosa más maravillosa que ella hubiese podido experimentar nunca, y a él ni siquiera le interesaba.

Dove le había asegurado que con el tiempo lo Damien amaría, pero Ariana no estaba tan segura de ello. Al contrario... Podía imaginar que su marido contaba los días para que su hijo naciera y así ambos se marchasen pronto de la hacienda.

Si tan solo él supiese lo mucho que lo amaba, si tan solo él la amara también...

La joven exhaló llena de tristeza, y enseguida se dio cuenta de que habían llegado.

A los pocos segundos Tim que era bastante discreto, le abrió la puerta y la ayudó a bajar alzándole su mano.

Ella que ya había limpiado su llanto para intentar disimular, le agradeció mentalmente el hecho de que no hubiese mencionado nada. Se despidió de él y enseguida se marchó.

Caminaba con los mismos pensamientos desdichosos rumbo a su casa cuando de pronto fue abordada por alguien que le impidió continuar.

Era Damien, y el solo verlo hizo que la respiración de Ariana se disparara.

Se preguntó si acaso iba a preguntarle acerca de cómo había marchado la consulta, pero sabía que aquello iba a ser mucho pedir. Él no quería saber nada de ese bebé.

El soldado la miró, y frunció el ceño sin poder evitarlo.

Ella parecía agotada, y más infeliz de lo que la había visto nunca. También lucía, preciosa, maldición. Eso no se negaba. Incluso cansada, incluso sin sonreír, estaba tan bonita. Sin embargo esas sombras oscuras, esa luz apagada en sus ojos, y esa tristeza de la que él se sentía responsable, le impidieron seguir admirando la belleza que ella era.

Enseguida se aclaró la garganta para decirle lo que tenía que decir.

–Han pronosticado una fuerte tormenta para esta noche– le informó. –Así que abrígate bien, y mantente dentro de casa. No tarda en anochecer–

Sí, Ariana había escuchado algo así en los noticieros locales, además si miraba al cielo podía observar con perfección lo que se avecinaba. Las nubes se encontraban más grises y ya comenzaba a relampaguear.

–¿Tú seguirás trabajando?– le preguntó preocupada cuando se dio cuenta de que él llevaba en sus manos una pala y un pico de tierra.

Damien asintió. No quería conmoverse por la preocupación que ella mostraba por él.

Mitades Perfectas® (AG 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora