Capítulo 36

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Stella era la cosita más hermosa y dulce que pudiese existir. No podía haber en el mundo criatura más perfecta que ella, Damien estaba seguro.

Tendría que ser imposible tanta perfección, pero no lo era. Era real, real y suya.

Y ahí estaba, sentada en sus piernas, mirándolo con esos ojazos color miel, mostrándole sus mejillitas hinchadas y sonrosadas, esa sonrisa tan parecida a la que su madre tenía, con esos mismos hoyuelitos que las hacían verse preciosas a ambas, soltando adorables risitas que para Damien eran la melodía más bonita que sus oídos hubiesen escuchado nunca.

Cada vez que ella sonreía, algo mágico sucedía... ¡Caramba! Y cada vez que él la miraba su pecho se inundaba de amor y de muchas emociones más.

Damien acarició el cabellito lacio y castaño de su pequeña, y la admiró.

Con el pasar de los días crecía más y más, se dijo orgulloso. Tenía cinco meses, y era una niña despierta, curiosa por naturaleza y llena de alegría. Todo el tiempo estaba sonriendo, y eso le llenaba el corazón a cualquiera que la mirara, y después se lo robaba. Así era siempre. No había persona que pudiese resistirse a ese encanto. A su corta edad, Stella Keegan siempre iba por ahí enamorando a las personas con las que se topaba.

De pronto, la bebé se llenó de más energía, y comenzó a moverse frenéticamente sin dejar de reír, haciendo que su padre también riera. Luego con sus manitas regordetas empezó a impulsarse hasta tocar la cara de Damien, y sujetarse para poder ponerse en pie, aunque sin lograrlo, debido a que todavía era muy pequeña para conseguirlo. Cayó de sentón en las piernas de papá, quien prontamente la sujetó, y mostró una expresión de adorable frustración seguido de un tierno puchero que llenó sus ojitos de lágrimas por derramar.

Sí, sin duda la cosita más dulce, se dijo Damien completamente enamorado, y enseguida la ayudó a ponerse en pie, sujetándola él mismo. Después la apretó contra sí y la llenó de besitos. Automáticamente la sonrisa volvió a Stella y también las risitas.

La carcajada del Teniente que se encontraba en el sofá de enfrente observando a padre e hija, se escuchó por toda la sala

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La carcajada del Teniente que se encontraba en el sofá de enfrente observando a padre e hija, se escuchó por toda la sala.

–Cielo santo, es toda una preciosidad– exclamó.

–Sí que lo es– secundó la voz orgullosa de Damien, mientras la sostenía con todo cuidado.

El Teniente los miró de nuevo a ambos, y de pronto comenzó a sentirse muy lleno de emotividad.

Apenas y podía creerse que aquel era su nieto, el mismo de meses atrás, el mismo muchacho resentido y amargado con la vida.

Ya no quedaba casi nada de aquel Damien. Su vida era otra ahora, él era otro.

Y qué razón había tenido el Teniente cuando supo que la llegada de Ariana significaría algo para su nieto, algo importante. No se había equivocado con ese presentimiento. Sólo con verla había sabido que la chica era especial y hecha especialmente para Damien, justo lo que él había estado necesitando para empezar a vivir. Y con el nacimiento de Stella, mucho más.

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