Capítulo 26

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Estar embarazada era realmente incómodo.

Le dolía la espalda, notaba los pechos hinchados, tenía que hacer pipí cada media hora, y de vez en cuando el bebé se giraba de cierta manera y disparaba un pinchazo de dolor por todo su interior.

Sí, en definitiva incómodo. Los nueve meses eran sin duda los peores.

Ariana había esperado en vano que el bebé se durmiera y la dejara dormir a ella, pero ya era más de medianoche y aquello no había sucedido. Esa noche estaba demasiado inquieto, y hacia que ella también lo estuviera.

–De acuerdo, tú ganas– exclamó con resignación. –¿Qué es lo que quieres? ¿Comida?– a manera de respuesta, recibió una patada que la hizo arquear su espalda. Cerró los ojos tratando de soportarla y gritó levemente. –Te daré comida pero sólo si dejas de patearme por esta noche– la futura madre esperó. La patada no llegó. Entonces sonrió. –Buen chico– se palmeó el vientre, y entonces se giró para sacar las piernas de la cama. De pronto tuvo mucho antojo de algo, aunque no supo de qué. Lo averiguaría cuando llegara a la cocina. Con fortuna el vaivén del camino a la planta baja haría que el niño se durmiera. Colocó sus sandalias de peluche, y pronto salió de la habitación en silencio. Pero al llegar a las escaleras se detuvo.

Bajarlas era ahora lo que más le angustiaba, y el regaño de Damien de semanas atrás no tenía mucho que ver. La panza le había crecido un poco más de manera prominente, y ella tenía que inclinarse ligeramente hacia atrás para no perder el equilibrio en los escalones. Era muy difícil, tanto que a veces optaba por no subir a su habitación en todo el día, o quedarse ahí por el contrario. Sin embargo en esos momentos el antojo dominaba todos sus pensamientos. De pronto supo que deseaba un sándwich de jamón con mostaza... Sí, eso era. Mucha mostaza.

Bajó entonces escalón por escalón con sumo cuidado, y finalmente llegó a la planta baja. Enseguida se dirigió a la cocina en busca de lo anhelado, esperando poder prepararlo y comerse al menos la mitad antes de que el antojo desapareciera.

Intentó no hacer mucho ruido, pues no quería que Damien fuese a despertarse por su culpa. Él trabajaba mucho, y no sería justo interrumpir su sueño.

Abrió la nevera, y sacó el jamón y la mayonesa. Después fue en búsqueda del pan, pero se paró en seco al recordar que solían guardarlo en la alacena. Lugar que ni de broma ella podría alcanzar.

Exhaló porque por más antojo que tuviera, no pensaba exponerse de ninguna manera intentando alcanzarlo. Sin más tomó las cosas de la mesa para volver a guardarlas.

–¿Qué haces?–

La voz de Damien la hizo sobresaltarse, y soltar el tarro de mayonesa. Por fortuna el joven soldado consiguió atraparlo y evitar que cayera.

Enseguida Ariana se giró para mirarlo.

Ahí estaba su esposo, erguido en su metro noventa de altura, con pantalones de algodón, y una camiseta blanca de resaque que permitía la visión de sus fuertes brazos, especialmente en el que llevaba el tatuaje. Sostenía con sus grandes manos aquella mayonesa, y Ariana lo encontró guapísimo a esas horas de la medianoche.

–Lo siento, he intentado no hacer ruido. ¿Te he despertado?–

Él negó, y enseguida colocó el tarro en la mesa.

–No, no me has despertado. He bajado por agua. ¿Tú qué haces despierta?– la miró fijamente, pero entonces se dio cuenta de algo...

Y ella también lo notó.

¡Santo cielo!

Tenía la bata abierta, y su camisón era demasiado delgado. Se sintió de pronto abochornada. El rubor apareció en sus mejillas.

Mitades Perfectas® (AG 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora