Capítulo 43

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Las cuatros paredes de aquel mugriento y desamparado lugar habían sido la cárcel de Damien Keegan durante todos aquellos meses.

Encadenado, vendado y amordazado, ahí dentro de aquella jaula de metal, se le había obligado a permanecer sin siquiera tener derecho a ver la luz de sol.

Habían sido meses de incertidumbre, meses de no saber qué carajo planeaban hacer con él, si pedirían rescate, si lo usarían como cebo, si lo matarían de una vez por todas. Meses de ser víctima de la tortura.

Lo habían torturado de maneras inimaginables, y Damien llevaba las marcas de ello en todo su cuerpo. Pero sin lugar a dudas ninguna tortura había sido tan insoportable, tan dolorosa, tan aniquilante ni tan infernal, como la que sentía al no estar cerca de Ariana y de Stella.

Aquella era su peor pesadilla. No poder mirarlas, no poder mirar sus preciosas sonrisas o escuchar el perfecto sonido de sus risas, ese mismo que tantas veces consiguió tranquilizarlo, que tantas veces trajo paz a su inquietud.

Damien cerró los pesados ojos, descansó su cabeza contra la fría pared, y dejó salir un cansado suspiro.

Se preguntó entonces qué estarían haciendo en esos instantes. Sin embargo podía imaginarlo...

Podía imaginar a Ariana destrozada, su carita inundada de lágrimas, el corazón hecho pedazos, sintiéndose perdida y sin esperanza, creyendo que él había muerto.

Podía imaginar a Ariana destrozada, su carita inundada de lágrimas, el corazón hecho pedazos, sintiéndose perdida y sin esperanza, creyendo que él había muerto

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Aquella imagen de la preciosa hada mágica le provocó una fisura en su pecho, que lo hirió... ¡Joder, y cómo dolió!

La sola idea de su mujer en aquellas condiciones lo hizo gritar de agonía, aunque su grito fue todo debilidad.

No soportaba que Ariana sufriera por nada, y maldita sea, en esos instantes debía estar sufriendo a causa de él. Ella lo amaba.

Abrió los ojos, y los volvió a cerrar. Las lágrimas que rodaban hasta perderse en su barba oscura comenzaban a quemarle. Sin embargo no podía hacer nada, tiró de las cadenas de sus brazos pero la acción fue inútil.

Así como lo había sido durante todos aquellos meses.

¡Mierda!

A pesar de que a simple vista el joven y desgraciado soldado parecía enfermo y adormecido, su mente no lo estaba.

Los pensamientos corroían por todas partes.

Damien deseaba tanto poder escapar. Deseaba poder volver a Estados Unidos, a su casa, poder pararse frente a Ariana, y ser así capaz de detener su sufrimiento.

Tenía que huir, tenía que encontrar la manera. ¿Pero cómo?

Lo había intentado demasiadas veces, tantas que al final habían tenido que encerrarlo en aquella maldita jaula donde ahora su esperanza se hacía más pequeña, y las oportunidades nulas.

Mitades Perfectas® (AG 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora