Capítulo 23

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Después de muchísimos meses de descanso, Damien Keegan volvía a la acción.

Su comandante lo había llamado esa misma mañana para informarle que estarían uniendo fuerzas todo el ejército americano en Irak.

En medio de un discurso militar, Crowe había reiterado el hecho de que habían sido premiados estando de descanso más tiempo del estipulado, y que aún con mayor razón tenían que regresar con energías renovadas y con muchísima más pasión por defender el honor del país.

Pero Damien no se había puesto a pensar en eso. Ni siquiera había sido consciente del tiempo. Tampoco había extrañado irse a batalla.

>Irak...< exhaló mentalmente, y de inmediato le disgustó.

Demasiado lejos de Estados Unidos, demasiado lejos de Mission Bay, demasiado lejos de su casa...  Y demasiado lejos de Ariana.

¡Joder!

Lo peor de todo era que no podía replicar nada. A eso se dedicaba, ¿o no? Para eso se había entrenado tantos años. Además era lo que más le apasionaba, tuvo que recordarse. Adoraba el peligro y la adrenalina, así que tenía que dejar de ser un imbécil y terminar su equipaje.

Artículos de higiene, y sus uniformes. Las armas siempre les eran entregadas en la Base Militar antes de partir, pero él tenía su propia revolver guardada entre sus cosas.

Con el pecho desbocado recordó entonces aquella vez en el establecimiento de Joey, y el estómago se le revolvió. No quería armas cerca de Ariana, así que guardó aquella bajo llave. Tal vez después la enseñaría a disparar, pero sólo después.

Exhaló, y negó. Tenía que dejar de pensar en Ariana. Tenía que preparar su mente para el campo de guerra. Si la borraba de sus pensamientos, con suerte esas semanas sin verla, harían que se olvidara de la manera en la que ella parecía haberse adueñado de todo su ser. Sí, con un poco de suerte...

Y sin embargo... Sin embargo aún así, Damien estuvo bien seguro de que la visión de esa preciosísima hada mágica lo acompañaría en la batalla, y en todas esas noches vacías por venir.

–Mierda...– siseó, y pronto cerró la maleta. La colgó en su hombro para enseguida salir de la habitación.

Cuando salió de casa, para su maldita fortuna, se topó con Ariana precisamente, y el corazón le dio un vuelco.

Ella lo miró con esos estupendos ojos marrones, haciéndolo sentirse débil e invencible a partes iguales, como cada vez que se miraba en esas gemas preciosas.

Acababa de decirle que tendría que irse por unos cuantos días, justo antes de subir a hacer su equipaje. Ella se había quedado callada, sin decirle nada, y ahora parecía igual.

¡Demonios!

El soldado lamentó grandemente el hecho de que no vería esa preciosa carita en los próximos días.

Ariana reprimió con todas sus fuerzas la tentación de correr hacia él en cuanto lo vio salir, con su uniforme de militar. No pudo evitar pensar que se veía hermoso. Tan majestuoso, tan alto y fortachón, tan dorado que parecía irradiar luz. Y junto con aquellas ganas de abrazarlo, también luchó contra las lágrimas que pugnaban por salir. De inmediato las limpió. No podía ponerse a llorar ahí delante suyo. Iba a creerla una tonta.

El primero en hablar fue Damien.

–Yo... yo...– se aclaró la garganta. –Ha llegado la hora de marcharme–

La castaña permaneció de nuevo en silencio, pero no dejó de mirarlo.

Él pareció de pronto nervioso, y se rascó la cabeza.

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