Apple Club.
Repito el nombre de este espacio de diversión apartado. ¿Quién me podría reconocer en Brooklyn? Menos vestida como estoy. Solo soy una chica más esta noche. Mi idea de disfrazarme de ángel no es lo que se diría el mejor disfraz para quien va a cometer lujuria. Aunque soy uno diferente. Uno con alas doradas pequeñas, con un vestido blanco corto de encaje dorado en cada corte en especial el prominente cuello V por debajo de mis senos y la espalda en U descotado, además de la peluca larga de pelo platino rizado con unos rulos que caen por el rostro que tengo cubierto con un antifaz dorado.
Avanzo entre la gente que va por el pasillo donde la música empieza a rezonar. Los zapatos dorados de tacón alto me resultan algo incomodos. Asumo de lo normal que es la situación, porque son nuevos. Llego hacia un salón. Algunos hombres están apoyados en la barra, otros están con sus parejas en la pista y unos cuántos empezando su rito de conversación en camino a la seducción.
Siento una sudoración en mis manos tras un hormigueo.
—Creo que esto es fue una mala idea —murmuro.
Retrocedo unos pasos.
—¿Qué cosa es una mala idea, angelito? —Una voz varonil, detrás de mí, me sorprende, haciendo que gire de inmediato para saber quién es el entrometido.
Mala suerte.
El tipo en cuestión lleva una máscara blanca, aunque tiene el cuerpo y talla correcta para mí.
Lo ignoro.
Me dispongo a ir hacia la barra para pedir un trago y estar un rato, observando el panorama. Quiero seguir tomando. Quiero estar tan ebria y sobria a la vez para que este consciente de con quién voy a tener sexo y al mismo tiempo no sentir la culpa que trae el estar en completa lucidez.
—Un cosmopolitan, por favor —digo, hacia el barman.
Se dispone a prepararlo.
Me acomodo en el taburete. Un tipo se acomoda a mi lado. Uno con un disfraz de vampiro. No, ese no. Otro a quien ignoro. Quiero uno a quien cazar. No quiero ser la presa.
—Su bebida. —El barman coloca la bebida junto con un pedazo de servilleta escrito con tinta negra. Dirijo mi mirada enseguida hacia él y hace un gesto de que mire hacia la izquierda.
Ignoro eso también.
Leo lo que está escrito en la servilleta.
¿Bailas conmigo, Ángel?
Att. El Diablo.
—Diablo... —musito.
Ridículo.
Arrugo la servilleta y la dejo a un lado. Me tomo mi trago. Entonces, pido otro y otro más. Estoy lo suficientemente ebria para ir a la pista y bailar sola. Lo hago. Voy mezclándome entre la multitud que está al tope en ebriedad y euforia por la música. Busco un espacio y bailo. Cierro mis ojos. Levanto mis manos y luego las bajo con sensualidad. Me dejo llevar por la relajación de mi cuerpo.
Miro entre los que bailan. Miro y miro, buscando a alguien más que con la misma locura que la mía que esté bailando solo y esté lo realmente apetecible para seducir. Después de todo, esa es la única razón por la que estoy ahora aquí.
En una esquina. Por un pequeño cruce de mirada. Lo veo. Veo al mismo tipo que me topé al llegar. El entrometido. Me mira. Parado al final de la barra con un trago en mano dispuesto a beber sin quitarse la máscara que —estoy segura— le obstaculiza su cometido.
Hago clic. Me enciendo. La sobriedad de su traje elegante negro en contraste de su máscara es atrayente; más lo hace el no saber quién es. Incluso es mejor no saber la apariencia de su rostro. No es lo mismo con algunos hombres que a pesar de estar disfrazados sus rostros están libres; ya sea con un simple accesorio o pintura. Pero él.
Cierro mis ojos. Me prendo imaginarme estar en posesión de sus brazos. Siento un ligero mareo. Lo que hace que vuelva a la realidad. Puedo estar atrayendo a un degenerado. Golpeo de frente con alguien. Miro y es demasiado tarde. Él.
—¿Bailamos? —Extiende su mano.
Me quedo paralizada al creer que esa voz es algo familiar. Niego con mi cabeza.
—¿No? —suelta, y analizo su voz.
Miro sus ojos.
Son tan hermosos. Me atraen. Me imagino, viniéndome mientras miro esos azules oscuros. Nada más que eso. Le bajo la mano. Lo cual lo desconcierta. Entonces, me apego a él, llevando mis manos cerca de su cuello.
—Sí —le susurro.
Atrapa suavemente ambos costados de mi cintura con sus manos grandes y ligeramente suaves, encajando perfectamente en cada espacio. La música es propicia para que la sensualidad en mi cuerpo se acople al suyo.
—¿Cómo te llamas? —pregunta, a medida que apego mi rostro tan cerca de su hombro.
¿Que cómo me llamo?
Esta noche soy otra.
Esta noche...
—Rose —digo, cambiando el sonido de mi voz habitual a una cargada de sensualidad.
—Lindo nombre —susurra.
—¿Y tú? —pregunto, a la vez que me arrepiento hacerlo, porque rompo con la idea que tengo de no involucrarme más allá de una noche.
Hay un silencio entre los dos.
Cierro mis ojos para sentir nuevamente el ritmo de la música.
—James —dice, finalmente.
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*Segundo capítulo de la maratón de hoy.
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Tú © - [Serie Apariencias] [Libro #3]
Lãng mạnAdvertencia: Debes haber leído Random y London para ingresar a esta obra. Random, ¿Qué puedo decir de él? London, ¿Qué puedo decir de ella? London creyó dejar atrás todo lo que pudiera recordarle a Random. Más de Cuatro años que nada la ata a...