Capítulo XXX: Habitación

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—Debe saber que ella no despertará por ahora

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—Debe saber que ella no despertará por ahora. Lo entiende, ¿verdad? —Siento el verdadero impacto de todo lo que sucede a mi alrededor en el momento en que el doctor posa la mano sobre mi hombro. Es su forma de dar su apoyo. Pero lo que él no sabe es que sé que es la forma en la que me avisa que me prepare para lo peor.

Y sinceramente, no estoy listo.

En realidad, nunca lo estuve y no lo estaré hasta que ella despierte... hasta que ella me hable y me diga que todo va a estar bien.

Mi cuerpo me traiciona. Mi estabilidad emocional se quebranta. Estoy roto. Ella lo está.

—No voy a apartarme de su lado. —Barro en una ligera acaricia los bordes de sus dedos—. Estaré aquí cuando despierte. No pienso dejarla sola.

No otra vez.

—Por esta noche tómese su tiempo para ir a descansar —dice, al deshacer su contacto para rodear la camilla e ir hacia al otro lado y verificar el suero—. Ya van a hacer dos días en los que ni siquiera se ha despegado de esa silla desde que la paciente fue traída a esta habitación. —Se voltea en mi dirección aún con su mano en la funda del suero—. No olvide que usted también es un cuerpo, uno a que si no le da los cuidados que necesita terminará en una camilla como en la que está ella. —Lleva su atención hacia el rostro hinchado de London—. Cuando despierte, tal vez usted no tenga esa fortaleza que tiene ahora, porque su cuerpo lo terminará venciendo.

No respondo.

Él sigue con su verificación. Realiza unas anotaciones en su tablero. Cuando termina, se acomoda sus lentes rectangulares. Miro a London. Su bello rostro que se ve opacado en la mitad por el bulto morado en lo que se expone su delicada piel a los golpes que sufrió. Quiero saber lo que realmente ocurrió. Aunque para la policía se haya visto como solo un accidente de parte de alguien ebrio que intentó bajar las escaleras y simplemente tropezó. ¡No! Algo me dice que esto no fue así.

¿Y por qué él no está aquí?

Es su prometida... lo mínimo que podría haber hecho es arribar al menos horas después de ser ingresada London al hospital con la justificación de haberse enterado tarde de lo ocurrido y estar furioso de mi presencia en este sitio.

—Buenas noches, señor Random —se despide el doctor longevo, detrás de mí, al salir de la habitación. Se da por vencido. Sabe que no me moveré.

No puedo.

No quiero.

No estoy dispuesto a alejarme de su lado, aunque tenga que fastidiarme la vida con el incompetente de su prometido.

—Ey, ángel, despierta —susurro, en un intento vago de negarme a mí mismo que no me escucha—. Devuélveme la sonrisa. —Vuelvo a acariciar sus dedos. El único espacio de su cuerpo que mantiene la tonalidad perfecta de su piel—. Porque ahora soy nada más que un infeliz miserable sin ti en mi vida.

Tú © - [Serie Apariencias] [Libro #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora