—¿Mejor? —Sonríe Brenda, entregándome una botella de cerveza, mientras estamos sentada en la barra, viendo el terrible karaoke de sus compañeros de universidad. Todo el ambiente está decorado estilo vintage con madera rústica y envejecida, una decoración que tiene mi firma.
Me alegro de estar aquí con Brenda. No le conté todo lo que ha pasado desde la última vez que hablamos, pero ella es demasiado discreta para preguntar cuando sabe que no daré respuestas. Pasamos página. Ambas nos dedicamos al cien por ciento en el éxito de nuestro negocio, aunque ella últimamente me entretiene con su "búsqueda del amor".
Básicamente su "búsqueda del amor" se basa en tres cosas:
1. Si él no sonríe cuando te ve por primera vez, huye.
2. Si él no respeta tus opiniones, huye.
3. Si él no es un buen follador, huye.
Y la más importante, pero que no es necesaria tenerla resaltada, porque obviamente toda mujer huye de un hombre así; bueno, al menos que estés ya casada y jodida. Aquí les va: Si a él le apesta algo (boca, axila... uff pene), ¡huye! No, no, no... corre a toda velocidad.
—Tenemos una cita para redecorar el apartamento completo de una ejecutiva —anuncio, antes de dejar la botella, a medio tomar, a un lado.
Brenda voltea hacia mí, bebiendo un sorbo de su cerveza.
—¿Para mañana? —Se apresura a preguntar.
Asiento.
—Es un trabajo que nos pondrá a un nivel alto en el mercado de diseño interior —recalco, poniéndome de pie y ajustando mi sobretodo.
Ella se pone de pie por igual.
—No, no... —empiezo a decir— Tú quédate no más, yo puedo irme sola.
Sonrío, llevando mi cabello hacia atrás con mis manos para recogerlo con una liga que utilizo como pulsera. El bar se encuentra a una distancia corta de mi hogar así que, puedo irme caminando con tranquilidad.
—Bueno... —Mira hacia donde está su grupo.
—Me voy —digo, mientras se efectúa el cambio de música. Los chicos van por Thriller de Michael Jackson. Brenda me mira y aprovecho ese momento para despedirme con un beso en la mejilla.
Me alejo y agito mi mano en un gesto de despedida a medida que voy hacia la salida, evadiendo las mesas. Miro al frente. Salgo del sitio como puedo, siendo sorprendida por una rebelde brisa helada que me obliga a cruzar mis brazos a la altura de mi pecho.
Camino toda la avenida. Evado uno que otro transeúnte. Tarareo una que otra música de las que ponían en el karaoke, aunque solo un par de frases, porque soy mala para aprenderme una canción completa.
Veo la hora en mi reloj de mano.
Es temprano.
Siento esa sensación de qué algo anda mal cuando voy acercándome cada vez a mi hogar. A lado de la tienda, hay una segunda entrada con dirección al segundo piso. La cual utilizo muy a menudo, pero...
—¿Está abierta? ¿Olvidé asegurarla? —suelto, llena de temor al ver que la puerta está a medio topar con el marco.
Me agacho con cautela para quitarme mi zapato de taco y usarlo como arma de defensa personal si fuera el caso. Aunque estoy deseando que no lo sea.
Solo es por precaución, London.
Solo es por eso.
¡Vaya! Cómo me gusta engañarme a mí misma. ¿Por precaución? Sí, claro. Si se bien que mi corazón y mi sexto sentido dicta otra cosa.
Empujo la puerta poco a poco, evitando que esta haga el mayor ruido posible. Las luces en el interior siguen apagadas, pero la luz que viene de la construcción continua traspasa el cristal rectangular que está ubicado en la pared como un tragaluz. La escalera está lo suficiente visible para asegurarme de ajustar la puerta a mi paso y subirlas con mayor cuidado posible.
Mi pie en el último escalón. Un ruido. No es mío. Viene del pasillo que da hacia la entrada al piso por completo. Refuerzo el agarre de mi zapato en la mano.
Unos pasos más, London.
Avanzo.
Un sorbo. El sonido de alguien bebiendo algo me detiene a centímetros de ingresar por la entrada de la sala. Tomo aire. Agarro todo el puto valor que tengo para hacer mi entrada. Lo hago. Y antes de que pueda lanzar mi maldito zapato, él enciende la lampara que está cerca de la ventana junto a un sillón.
—¡Maldición! —exclamo, furiosa— ¿Qué haces aquí?
Sentado en aquel sillón blanco y con un vaso de whiskey a medio beber en su mano, fijando su mirada en los movimientos que hace el líquido al agitar el cristal.
—No puedo estar sin ti, London —declara, con un tono de melancolía en su voz.
Se vuelve hacia mí.
Fija su mirada.
Y solo ahí soy capaz de ver más allá de sus ojos oscuros. Hay roges. Hay lágrimas.
No sé si es el verlo en ese estado o la intensidad de emociones que luchan por dejarse ser expuestas, porque dejo vencer mi mano, dejando caer lo que iba a utilizar como arma. Ese objeto no me servirá. Ese objeto no hará nada por mí a sabiendas que él puede destruirme con solo hablar.
—Voy a llamar a la policía —advierto—. Vete de aquí, Adam.
Una sonrisa amarga se asoma en su rostro.
—No lo harás —dice, confiado, dejando el vaso a un lado sobre la mesa en que se apoya la lampara y se levanta a su vez de lo que fue su sitio de descanso.
—Te lo advierto, Adam. —Saco mi celular del bolso.
Él no se inmuta y avanza lentamente en mi dirección.
Retrocedo.
—No lo vas a hacer, porque vine a decirte que todavía quiero que seas la mujer que me acompañe por el resto de mi vida. —Saca del bolsillo de su pantalón una cajita negra con filos dorados... No, eso no. Me quedo estática—. Quiero que empecemos de nuevo. —Se arrodilla delante de mí—. Estoy dispuesto a adoptar con tal de formar una familia. —Abre la cajita.
Un anillo.
Me mira esperando por una respuesta.
Y no, no puedo darle ninguna.
¿Quién cree que es para dejarme y volver así como sin nada?
—Di algo, London —ruega.
Entonces, el ruido de un nuevo mensaje en mi celular llega tras una vibración en mi mano. Agradezco mentalmente la distracción. Reviso. Es...
Dulces sueños, ángel.
Att. James
El extraño...
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MAÑANA SIGO ACTUALIZANDO. HOY ME DI UNA ESCAPADA DE LAS TAREAS UNIVERSITARIAS PARA PODER ACTUALIZAAAAR.
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Tú © - [Serie Apariencias] [Libro #3]
RomanceAdvertencia: Debes haber leído Random y London para ingresar a esta obra. Random, ¿Qué puedo decir de él? London, ¿Qué puedo decir de ella? London creyó dejar atrás todo lo que pudiera recordarle a Random. Más de Cuatro años que nada la ata a...