Estoy jodida.
Me estoy quemando por dentro. Mi pecho arde cada vez que tomo una copa de whisky. Es tan prodigiosamente ácido y carente de significado el líquido que recorre mi garganta, pero no me importa. Yo solo quiero alcanzar la etapa de éxtasis que me lleva tomar una botella completa. Casi al borde del abismo. Decante y sin ganas de vivir.
Pienso en la muerte. Se siente tan seductora ahora que me visualizo saltar por el balcón de mi apartamento. Me pregunto quién llegará primero: la ambulancia, los policías, los curiosos o los periodistas. Pero de seguro no estará él.
¡Maldito, Adam! Jodidamente ¡Maldito! No supe nada más de él desde el hospital. Quisiera conservar las razones que me he preparado mentalmente desde ese día. Razones en las cuales están anotadas todas las justificaciones de por qué desapareció. Pero no.
Estoy agotada. Llego al extremo de sentirme agotada de todo. Mi vida de ensueño se fue por un acantilado. Desde mi regreso he tratado de evitar a Brenda. Aunque en pocas ocasiones lo he logrado. Detesto este camino de mentiras en las que empiezo acumular mi vida.
Miento una y otra vez.
Miento cuando sonrío ante mis clientes.
Miento cuando acepto y disfruto ver películas en una noche de amigas.
Miento cuando digo que voy por un vaso de agua en la cocina y termino por beberme una copa de cualquier puta etiqueta de alcohol en un envase de apariencia refinada.
Miento, miento, miento, miento...
—Sí, mañana no abriré el negocio. —Ahora miento de nuevo—. Tengo cita con la ginecóloga. —Trato de mantener el celular pegado a mi oído, mientras me esfuerzo para que mi voz no suene ebria—. Puedes tomarte el día libre, Brenda.
Estiro mis pies en la alfombra. Es tan suave. No diría lo mismo de la base de la cama que la uso como soporte para mi espalda. Patética.
—London, es momento de que hablemos —empieza a decir, y sé a qué dirección lleva ese camino—. Has evitado que topemos el tema desde que saliste del hospital. Te he dado tu espacio, pero... ¡Ya son dos malditos meses!
Rio.
Rio una y otra vez. Que no sé por qué mierda lo hago. Pero está esa necesidad de hacerlo.
—London, ¿estás bien? —escucho su voz al otro lado de la línea, aunque dice algo más, esta se pierde en mis oídos en un "creo que es mejor que mañana hablemos", "hoy tengo que terminar un proyecto universitario", "mañana no te salvas", "cuídate, amiga" ...
Dejo rodar el celular de mi oído al piso al dejar mi mano volverse pesada y poco manipulable. Miro mi imagen en el espejo plano de cuerpo entero que me compré hace un par de días. En una esquina de la pared justo a pocos centímetros del balcón mi imagen reflejando miseria.
¿Qué hacen las chicas buenas para sobrevivir a una decepción? Aunque las mías son varias.
Sí, ¡aciertas!
Se cambian de imagen.
Pero, ¿qué hacen las chicas malas para sobrevivir a una decepción?
Sí, eso que piensas.
Se van de fiesta hasta perder la cabeza.
Y yo quiero ser la chica mala. Una que por un par de horas olvida. Sí, olvidar quién soy, qué me tiene ebria y qué voy a hacer con mi vida. Pero debo hacer algo primero, y mi cuerpo reacciona ante esa necesidad. Que se vaya a la mierda todo por hoy. Llevo en mis manos la botella del maldito whisky que sobra y la lanzo del balcón hacia el otro lado de la calle, estrellándose en la vereda cerca de un carro mal parqueado.
Entonces, grito.
Grito en éxtasis.
Es de noche. Y la mayoría de los neoyorquinos están concentrados en la Gran Manzana con la presentación de uno de los candidatos a presidencia, eso hace que las calles en el Central Park estén casi vacías. Para hacer una acción tan mala, mi interior "chica buena" ha tomado sus precauciones. Sonrío. Levanto mis brazos y me estiro. Sienta la vibra del frío rozando mi piel. Me encorvo rápido. Mi única prenda no me hace justicia como abrigo. Mi tan apreciada tanga negra.
Sí, mis pechos están al aire. Las niñas están tomando respiro. Me siento una perra. Alguien que no le importa si algún curioso o vecino la ve. Sí, solo por esta noche mandaré todo a la mierda. Me dejará de importar si hago lo correcto o si me vuelvo lo mitad de puta en un segundo.
—¡Maldito frío! —Regreso hacia dentro del departamento, aprovechando para cerrar las grandes puertas que dan al balcón. Estas suenas fuertemente al hacer aseguradas con velocidad.
Me vuelvo hacia el espejo. Observo mi cuerpo. Esa chica que veo al otro lado está rota. Tiene veintiséis años y sabe que nunca podrá ser madre. Tiene su negocio, pero no un amor. Tiene belleza, pero no un compañero que la idolatre. Pero esa chica es patética. Yo no.
Yo no voy a seguir llorando. No dejaré que sienta y sientan lastima por mí. No dejaré que tomen más de mi vida y que se vayan cuando más los necesito. No, yo no estoy rota. Yo soy piezas de cristal que será una nueva obra de arte.
—¡Vamos! —Acaricio mi cuello, incitando a la otra chica a unirse a mí—. Puedes seguir llorando o disfrutar esta noche.
Sonrío.
Veo a la chica empezar a ser más segura. Ella sonríe. Asiente. Y dice sí.
—Salgamos a bailar, a vaciarnos, a olvidar...
Peino hacia atrás mi cabello con mis dedos. Me lleno de sensualidad. Rota no.
—Vamos a vestirnos sexy, provocadoras, pero malditamente inalcanzables. —La chica del espejo me observa. Su sonrisa me dice que lo aprueba.
Entonces, lo capto.
Ella piensa en follar.
A un extraño.
—Solo si somos precavidas —le advierto.
Ella asiente.
—Hagámoslo.
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Mañana actualizo nuevamente :)
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Tú © - [Serie Apariencias] [Libro #3]
RomanceAdvertencia: Debes haber leído Random y London para ingresar a esta obra. Random, ¿Qué puedo decir de él? London, ¿Qué puedo decir de ella? London creyó dejar atrás todo lo que pudiera recordarle a Random. Más de Cuatro años que nada la ata a...