—Usted es un hombre obstinado o ama a esta mujer con su vida —arriba el doctor.
Pasé la noche en vela, imaginando que abriría sus ojos y me vería, dejando desdibujada una sonrisa amplia en su rostro. Pero no ha pasado. No pasa. Y ya me estoy desesperando. Ya no sé si es el cansancio o la falta de comida, pero me siento agotado.
—Las dos cosas —respondo de manera vaga.
Deslizo mis manos por mi rostro justo en el instante en que siento que me voy hacia delante sobre el cuerpo de London.
¡Maldición!
Me estabilizo rápidamente en la silla.
—Lo que está haciendo no le hace bien a su cuerpo —irrumpe, al cerciorarse de los signos vitales de London.
Lo miro.
—Vaya a descansar. —Inyecta con una jeringa, llena de un líquido transparente, el tubo conectado al suero para el flujo de este.
—Es mi decisión si arriesgo mi vida por estar aquí. —Me recuesto al espaldar de la silla. Mis ojos se cierran. Noto pesadez en mis párpados y ardor que no aguanto, terminado por restregarlos con los dedos.
—Ya está sufriendo las consecuencias de su decisión —lo escucho decir.
Aprieto mis ojos.
—¿No sabe de alguien más quien se quede en su lugar por un par de horas quizás? —empieza a decir. Llevo mi atención hacia él que va hacia la ventana y ajusta las persianas para que estás se mantengan cerradas—. ¿Su familia? ¿Amigos?
—No —digo, definitivamente.
Él hace un gesto en su rostro de desaprobación, pero, a un paso, finalmente se resigna, porque lo delata un suspiro. Chequea su tablero para luego ubicárselo bajo el brazo y enganchar su pluma en el borde del bolsillo que tiene por el pecho en su bata médica.
—Es probable que esté despertando antes de lo establecido. Según los análisis que le realizamos, no se debe descartar que cuando reaccione pueda tener un post-trauma a la situación que la ha traído a esta camilla —anuncia, dispuesto a dirigirse hacia la salida.
No respondo ante eso.
Él se va y detrás de su ser me deja una estela de preguntas sobre la verdadera situación de London. No pasa mucho... No pasa mucho tiempo para que el sonido del monitor cardíaco llene la habitación, mientras me debato en tomar ese corto descanso. Lamentablemente, ella no me deja continuar en mi debate.
—¿London? —Me levanto y trato de ser cuidoso en mi tacto. Aunque mi voz deja en evidencia mi preocupación y a la vez mi desesperación al pronunciar nuevamente su nombre— ¡London!
Estoy ausente de mi alrededor; extraño de que, si grito o no, si alguien me escucha o no, si alguien ingresa a la habitación o no... Solo somos ella y yo. Solo queda a desborde el hilo de emociones desenfrenadas cuando sus parpados se dignan en abrirse.
—London, ¿me escuchas? —Intento no tocarla, aunque estoy deseando lo contrario. Mi miedo por romperla con tan solo un tacto se acrecienta, aunque esté lejos de lograrlo, porque ella me rompe primero.
Sí, ella lo hace.
Lo hace cuando su boca modula una frase bien lograda y mis oídos están deseando entre pausas minúsculas no estarla escuchando.
—Necesito a Adam conmigo, ¿dónde está?
—London...
Mi cuerpo cae derrotado sobre la silla. No sé que decir. Ella observa a su alrededor con dificultad. Veo en su rostro su incomprensión de los hechos. Tal vez se pregunte qué hace aquí. Y ciertamente me termino de preguntar lo mismo. ¿Qué hago aquí si ella lo quiere a él en mi lugar?
—¿Por qué no avisó que la paciente despertó? —escucho, la voz de una mujer, detrás de mí.
Una enfermera joven de cabellera negra y baja estatura revisa el pulso de London. No escucho cuando ingresan, pero el doctor y una colega se unen a hacer los debidos procedimientos de examinación a su paciente.
—¿Qué es lo último que recuerda? —pregunta el doctor hacia London.
Soy tan solo un espectador del efecto que causa en los demás su respuesta.
Ya que estoy estupefacto.
—Mi compromiso.
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Tú © - [Serie Apariencias] [Libro #3]
RomanceAdvertencia: Debes haber leído Random y London para ingresar a esta obra. Random, ¿Qué puedo decir de él? London, ¿Qué puedo decir de ella? London creyó dejar atrás todo lo que pudiera recordarle a Random. Más de Cuatro años que nada la ata a...