Catorce.

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Capítulo catorce.

[...] pero solo me respondió con una bofetada.

—¿Qué cree que hace? —dije aún más furiosa.

—Lo siento... perdón —dio un paso hacia adelante y yo retrocedí.

—Será mejor que me deje sola.

—¿Me perdonará? —sus ojos me suplicaban, decidí ingnorar eso.

—Necesito pensar.

Salí de ahí, como le había dicho, necesitaba pensar, aún me dolía mi mejilla, ese hombre tenía fuerza, me lo acababa de demostrar.

Caminé y caminé, las nubes se estaban expandiendo, esperaba que la lluvia no se haga presente. Miré a mi alrededor, había llegado demasiado lejos, no quería regresar.

Entré a una cafetería, el estomago me rujía, supuse que sería suficiente con un café, y medialunas. Una camarera tomó mi orden y en cuestión de minutos rergresó con mi pedido. Mi celular empezó a sonar, supuse que era él. No deseaba hablar, no deseaba verlo, ni mucho menos tenerlo cerca.
Al no responder un mensaje de texto llegó. Dios, este hombre no se cansaba.

«Regrese a casa. Debemos hablar.»

Eso decía, sin embargo, no tenía planeado llevarlo a cabo. Miré la hora, 14:30 p.m. Debía irme. Pagué y salí del lugar. Las calles estaban un poco más transitadas, caminé lento, la mansión estaba muy lejos de allí. Sabía que llegaría en unas horas, pero no me importaba. Mientras más me demorara, mejor sería.

Llegué a un parque, era hermoso. Decidí sentarme en una de las bancas, estaba empezando a cansarme. Una vez sentaba me sentía bien, al aire fresco y sin preocupaciones. El maldito celular volvió a sonar decidí atender.

—¿Quién habla? —pregunté aún sabiendo la respuesta.

—Sabe perfectamente que soy yo, regrese a la casa, por favor.

—Déjeme gozar del aire fresco, por favor.

—Necesita comer algo, además, tenemos asuntos pendientes.

—No, no los tenemos, ya me quedó todo en claro con su amable respuesta.

—De eso mismo debemos hablar. Además, anunciaron lluvias.

—No me interesa, solo quiero estar tranquila.

—Iré por usted, entonces —colgó.

¿Iría por mi? No podía ser, aunque pensándolo bien, él no sabía en donde podía estar, si bien la ciudad era grande. Un viento frio invadió el lugar, y no llevaba un abrigo. Debía regresar. Aún faltaba mucho por caminar.

No pasó ni cinco minutos y la lluvia se hizo presente. ¡Maldición! Decidí caminar, el celular empezó a sonar de nuevo. ¿Debía sacarlo? ¿Y si se mojaba? Que va, lo saqué.

—¿Quién habla?

—¿En dónde esta? Dígame ahora mismo —sonaba molesto.

—En unas horas llegare —afirmé.

—¿No ha escuchado? Le acabo de decir que me diga en dónde está.

—Al parecer usted tampoco, llegaré en unas horas.

—¿El cambio de tiempo le afecto o qué? Exijo que me diga en donde demonios está.

Estaba a punto de responder, pero el celular no funcionaba, creí que era falta de carga de batería pero no, era a causa del agua. Aún así seguí caminando, mientras quedaba cada vez mas empapada.

Dos cuadras avancé y el sonido de una bocina se oyó, era él, pero preferí ignorarlo. Aún estaba furiosa. El sonido era insistente, sabía perfectamente que él no se bajaría del auto. Una cuadra más y el aún me seguía en su auto, parecía que estaba pegado a la bocina.

—Suba de una vez al auto —gritó desde el auto.

—Dije que iría caminando —respondí en el mismo tono y sin mirarlo.

—Así llegara mañana, además, se puede enfermar.

—No me interesa, dije que caminaré.

—Suba al auto, no me obligue a ir por usted —rugió.

—Sabe muy bien que no sería capaz. Teme mojar su traje —dije en tono burlón.

—No estaré rogándole toda la noche.

—Entonces váyase, yo llegaré más tarde.

—Se me está agotando la paciencia. ¡Suba de una vez!

—¿O qué? ¿Me pegará como lo hizo en la mañana?

Lágrimas caían por mis mejillas, pero se mezclaban con las gotas de lluvia, es por eso que él no las notaba. Jamás me habían golpeado. Aceleré mis pasos, tal vez por temor. ¿Pero a qué? ¿A que me golpeara, o a que notara mis lágrimas?

Se sintió un golpe, era la puerta del auto cerrándose. En cuestión de segundos estaba en frente de mí, sus ojos fijos en los míos.

—Por favor hágame caso —suplicó.

—¿Es tan difícil dejarme en paz?

—No sabe cuánto, no puedo permitir que corra peligro —sonreí de lado.

—Pero usted si puede golpearme.

—Lo siento, solo fue un impulso.

—Deberá controlarlos, ahora, con permiso —intenté rodearlo, pero se interpuso.

—Yo la llevaré, por favor suba al auto.

—Esas palabras ya están cansándome.

—A mi también, pero no queda de otra.

—Solo súbase a su gran auto, vuelva a su mansión, llame a la señorita Sarah y acuéstese con ella hasta que llegue yo.

—¿Por qué no me dijo que estaba ahí? —enarqué una ceja.

—¿En dónde?

—En la sala. ¿Por qué no me lo comento?

—No era de mi incumbencia -me encogí de hombros.

—Ahora —tomó mi mano—, vamos a la casa, debe descansar.

Mis lágrimas aún seguían deslizándose, sentía un dolor en el pecho, pero seguía sin saber a que se debía. Tal vez fue a causa de recordar que siempre estuve sola.

—Quisiera saber que piensa, tal vez así comprenda toda esta situación —no dije nada—. Tal vez así entienda por qué está llorando.

Él lo sabía, sabía que estaba llorando. Pero me negué a contarle por qué, quizás solo me había dejado llevar.

Izzy conducía hacia la casa. Los dos estabamos empapados, yo más que él. No quería hablar, sabía que rompería en llanto, aún sentía ese nudo en la garganta. En ese momento la lluvía no podría ayudarme a ocultarlas.

Llegamos a la mansión, el conducía a gran velocidad.
Al entrar a la casa, corrí hasta mi habitación, no me importaba si resbalaba en las escaleras, solo llegar y encerrarme, pero al entrar a mi habitación vi que...

Amor por conveniencia ; Izzy Stradlin.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora