Treinta.

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Capítulo treinta.

[...] Miré hacia el asiento trasero y me encontré con con Sarah. Quise gritar, decirle Izzy que ella estaba allí. Pero ella tenía un arma y me hizo una mueca en señal de que si abría la boca ella lo mataría. Estaba nerviosa, muy nerviosa. Él me miró sonriente.

¿Qué debía hacer? Supuse que seguirle la corriente. Intenté sonreír pero creo que fallé. Cerré los ojos e imaginé que no estaba ocurriendo. Imaginé que todo estaba bien y que así sería siempre.

—¿Estás bien? Pareces tensa.

—Es que no he dormido muy bien —mentí.

—¿Segura?

—Si, segura, creo que podré descansar en cuanto llegue.

—Había planeado dar un paseo, cerca de ahí hay un lago.

—Me parece excelente entonces, el agua me relaja.

—Lo sé, por eso pensé en traerte aquí —sonrió—. Ahora me siento mucho mejor.

—Me alegro por eso, me gusta verte así.

Traté de no perder la calma pero, ¿cómo hacerlo? Sabía que ella está allí atrás y estaba armada. Jugaba con mis dedos, tal vez así lograría calmarme. Deseaba bajar de ese auto. En ese momento recordé esa vez que me salí del auto en movimiento. Una risa boba se me escapó. Me miró unos segundos y luego sonrió.

—Quisiera saber en qué estás pensando.

—¿En serio quieres saber?

—Me encantaría.

—Recordaba cuando me salí del auto en movimiento —expliqué casi riendo una vez más.

—¿Y eso te causa gracia? Te podrías haber lastimado.

—Pero no fue así, además, ¿a quién se le ocurre secuestrar a alguien solo para hablar?

—Solo buscaba un lado divertido, además, con lo sucedido anteriormente, no hubieras aceptado.

—En eso tienes razón, pero realmente me sorprendió, admito que me hubiera agradado verte la cara luego de que salté del auto —reí.

—No fue tan gracioso cuando bajé del auto y tu ya te ibas corriendo, parecías una gran atleta —soltó una carcajada—. Pero una atleta muy asustada.

—En realidad estaba muy asustada. ¿Y quién no?

—Creo que ya llegamos —dijo cortando el tema.

El lugar era hermoso, un poco alejado pero hermoso. Bajamos del auto. Enseguida recordé a Sarah, miré hacia el asiento trasero pero no había nada. ¿Estaba loca? No, no lo creí.

Entramos a la cabaña y, vaya, solo había una habitación, lo cual significaba que dormiríamos juntos, o uno de los dos probaría qué tan cómodo era el sofá.

—Entonces, ¿solo hay una habitación? —pregunté mirando hacia todos lados.

—De hecho, hay otra.
 
—Genial, entonces ahí podría quedarme.

—No creo que esa habitación vaya a gustarte, es mejor que re acomodes en la mía.

—Pero... ¿Qué tiene la otra?

—Nada malo, solo que la mía te gustará mas.

—Siento que ocultas algo, iré a la otra habitación.

—Ya te dije que yo voy a estar en esa —dijo abruptamente.

—Pero yo quiero esa, ahora dime en dónde esta.

—No te lo diré.

—Entonces la encontraré yo sola.

Dicho eso empecé a recorrer la cabaña, encontré un gran pasillo, supuse que era el de las habitaciones. Llegué hasta la última, creí que sería esa. Al entrar me encontré con algo realmente raro. O mejor dicho un aroma raro. Busqué por toda la habitación tratando de hallar de donde provenía ese aroma tan nauseabundo. –debajo de la cama– dijo la vocecita de mi cabeza, hasta que al fin aparecía, al mirar debajo de la cama vi algo realmente asqueroso. Era un cuerpo, no pude evitar gritar, inmediatamente Izzy se acercó corriendo. Lo abrace fuerte.

¿Qué era eso? O más bien ¿Quién era esa persona? Lo miré aterrada.

—Vamos al lago y te contaré todo. ¿Te parece?

—Me... me parece perfecto —dije tropezando con las palabras.

—Sígueme, te quedarás en mi habitación.

—¿No hay otra habitación? De preferencia que no haya cadáveres —se quedó en silencio. ¿Qué rayos pasaba?—. ¿Hay más cadáveres? —no respondió nada y se supone que el que calla otorga.

Oh por Dios. ¿Qué era lo que ocultaba? Y, ¿si ese era su padre? No, no pudo haber sido él, eso ocurrió hace años. ¿Entonces quien era él?

Todo eso era nuevo para mí, quería mi vida, la que era antes. Pero sabía que era imposible volver a obtenerla. Me dejó en su habitación y salió, debía cambiarme. Me puse un short, y una musculosa. Para mí eso era algo cómodo. Al salir de la habitación creí ver una silueta entrando en una de las otras habitaciones. –Sarah —advertía la vocecita. Pero no pensé ir hasta allí, Izzy estaba esperándome.

(...)

Me encontraba en el lago, Izzy me había empujado. El agua estaba genial, me sentía más relajada. En cuestión de segundos él se lanzó y me tomó de los pies. Casi tragué agua.

—¡Oye! Casi trago agua —chillé.

—Pero yo no he hecho nada.

—No seas mentiroso, por favor. Ahora, dime, ¿qué era eso que me encontré? O mejor dicho, ¿quién era?

—¿En serio quieres oír la verdad?

—Obviamente, no me enojare ni nada —sonreí.

—Era Robert —dijo fríamente.




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Amor por conveniencia ; Izzy Stradlin.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora