Treinta y dos.

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Capítulo treinta y dos.

[...] me di media vuelta y me encontré con Izzy, eso me tranquilizó, estábamos frente a frente.

—¿Te asusté? —preguntó divertido.

—Solo un poco —sonreí.

—En dos días volveremos a la mansión. ¿Te parece?

—Claro, debes trabajar.

—Debemos, debemos trabajar.

—Lo olvidaba. ¿Tienes planeado algo?

—Más o menos, saldremos a pasear y, luego, tengo una sorpresa para ti.

—¿Una sorpresa? —enarqué una ceja.

—Sí, pero no trates de convencerme, no te contaré nada.

—Está bien. ¿Podrías ayudarme a poner la mesa?

—Sí, pero si me das algo a cambio.

—Dinero no tengo —dije rapidamente.

—No es nada de eso —sonrió—. Aunque, ¿por qué pedírselo si puedo robárselo?

Me puse a pensar. ¿Qué podría ser? –tu virginidad– se burlaba la vocecita. ¿Y si era eso? Lo miré aterrada, si, había tenido novios, pero terminabamos antes de eso. Él tenía aún esa sonrisa dibujada en su rostro. Se acercaba lentamente pero di un paso hacia atrás, se volvió a acercar pero esta vez al retroceder choqué con la mesada. ¿Qué intentaba hacer? Se acercó lentamente, hasta que unió sus labios con los míos, minutos después se alejo.

—¿Te sucede algo? Te he notado rara.

—No, no me pasa nada, tranquilo.

—Entiendo perfectamente que es —dicho esto, se fue.

¿Qué se suponía que había hecho? Creía que debía decirle que Sarah estaba allí. El apetito se había disipado. ¿Cuánto más duraría esa situación? Fuí a su habitación, no estaba en ella. Busqué en las otras, estaba empezado a preocuparme hasta que lo encontré. Estaba acostado de costado, dando la espalda a la puerta, entré silenciosamente y me recosté a la par, abrazándolo. Suspiró.

—Te enojas fácilmente —susurré.

—En cambio, a ti parece afectarte todo.

—Si he estado rara no es por lo que descubrí de ti, es por otra cosa.

—¿Y por qué te niegas a contármelo?

—Tienes demasiados problemas, no quiero sumarte otro.

—Para mí no será ningún problema.

—Es mejor que lo dejemos así.

—Yo quiero saber, por favor, debes confiar en mi.

—Confió en ti, pero esto es privado —mentí.

—Por hoy dejaremos este tema así.

"Por Hoy." ¿Eso significaba que seguiría insistiendo? Se dio la vuelta y quedamos frente a frente. Sonrió al igual que yo, tomó mi mano y la sujetó fuerte. Aún así no sentí dolor.

—Estuve pensando en nuestra situación —dijo seriamente, pensé en sus ojos, en su color, en ese brillo.

—¿Ah si? ¿Llegaste a una conclusión?

—Sí, te quiero conmigo siempre.

—¿Estás hablando en serio?

—Muy en serio —acarició mi cabello—. Eres tan especial y única.

—A pesar de tus errores, te quiero —le guiñé un ojo, sonrió.

—Lo sé, me quiere muy lejos.

—Te equivocas, te quiero junto a mí, no me importará nada.

—¿Estás segura de lo que dices?

—Mi corazón jamás miente.

—Pero tal vez siempre se equivoca.

—Tal vez sí, pero esta vez se que no lo hará, se que está en lo correcto.

—Pareces tan segura de lo que dices.

—Lo estoy, y realmente agradezco que seas sincero conmigo.

—Diría lo mismo pero, hay algo que no me quieres contar —puse los ojos en blanco, era imposible.

—Olvídate de eso, yo intento hacerlo.

—Solo por ti. ¿Sabes? Se me perdió el apetito.

—Debo admitir que a mí también.

—¿Puedo preguntarte algo?

—Claro.

—¿Robert significaba algo para ti?

—Solo era mi jefe, nada más que eso —asintió lentamente. Y luego se lanzó a mi, a por mis labios y lo disfruté... Lo disfruté demasiado.

(...)

La tarde pasó volando y, por suerte, no vi a Sarah. Nos encontrábamos tumbados en el césped observando las estrellas, tomados de la mano. Estaba feliz, al fin todo estaba bien.

—¿Recuerdas algo de tu niñez? —pregunté sin quitar la vista del cielo.

—Sí, era muy feliz. ¿Sabes? Todo estaba bien.

—¿Quisieras regresar a esa época?

—La verdad, no.

—¿Qué? ¿Por qué no? —lo miré de reojo.

—No estarías conmigo.

—Pero estarías feliz.

—Ahora lo estoy.

¿Era feliz conmigo? El corazón se me quería salir. Pensé en que quizás luego de obtener su herencia, nuestra relación podría funcionar. Se oyeron ruidos que provenían de la cabaña, Izzy se dió cuenta y en segundos estuvo de pie. Se dispuso a ir a la casa, no podía permitirlo.

—Debemos irnos de aquí —dije asustada, tomándolo de la mano—. Por favor.

—Las llaves están dentro de la cabaña, de una u otra forma tengo que entrar.

—No, por favor —supliqué.

—No pasará nada, debe ser un animal o algo, enseguida regreso.

¿Animal? Claro que no, de seguro era Sarah y él entraría yendo directo a su posible trampa, no debía permitirlo. Se soltó de mi agarre y a grandes zancadas se alejaba de mi, corrí hasta él, pero fue demasiado tarde. Ya había entrado, intente abrir la puerta pero tenía ceguro.
Veinte minutos pasaron y él no salía, estaba preocupada. Debía intentar entrar.

Amor por conveniencia ; Izzy Stradlin.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora