Veinte.

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Capítulo veinte.

[...] Alguien entró a la habitación y no había ocultado el baúl, cerré los ojos, la puerta se cerró. Pensé lo peor.

—Sabia que lo había traído. ¿Por qué se encapricha con saber? —dijo severamente.

—Lo necesito. Ahora... ¿Por qué tiene una foto mía aquí? —solo abrí un ojo y lo miré.

—¿Y por qué no tenerla?

—¿Y esto? Es lo último que escribió —asintió.

—Si, de hecho, fue después de conocerla a usted.

—¿Se inspiró en mi? —pregunté incrédula.

—Algo así, ahora vamos a almorzar.

—Pero luego me contará. ¿No es cierto?

—Tal vez.

Bajamos a la cocina. Por suerte no se había enojado. No quería que me golpeara. Almorzamos en silencio, parecía estar pensando. ¿Pero en qué?

—Me gustaría saber en que está pensando —dicho eso bebí un poco de agua.

—Le aseguro que no le gustará saber.

—Sarah, ¿no es cierto?

—Sí, ella tiene algo que ver —sonrió.

—¿Está recordando en cómo se revolcaron aquí mismo? —pregunté con dureza.

—Ha acertado.

—Permiso, tengo cosas que hacer —me puse de pie.

—Aún trato de comprender por qué se enoja cada vez que menciono a Sarah.

—Simplemente no es de mi agrado.

—¿Pero por qué?

—A pesar de que esto sea un trato, me he sentido engañada.

—Pero ella está enterada de toda esta situación.

—¿Qué?

—Como lo oye, ella sabe que esto es una farsa.

—¿Entonces por qué no se lo ha pedido a ella? —pregunto al limite de la furia.

—Ella no me ama, además, estaba con Axl.

—Mientras se revolcaba con usted, muy buena historia. Ahora, con su permiso, debo hacer otras cosas.

—¿Revisar el baúl de los recuerdos?

—Eso es mucho mejor que estar aquí discutiendo por culpa de una oportunista, hablo de Sarah por si no le ha quedado claro.

—Ella no es una oportunista —dice entre dientes.

—¿No? Entonces, ¿qué es? ¿una zorra? ¿o prefiere llamarla prostituta?

—¡Me ha cansado!

Maldición lo había hecho enfadar. ¿Qué haría? Se estaba acercando, quería correr pero mis piernas no me respondían. Sus ojos ardían, y no precisamente de pasión. Era enojo, furia. Me tomó del cabello y practicamente empezó a arrastrarme. No importaría lo tan fuerte que gritara, nadie iba a lograr oírme.

Dolía, dolía mucho. Llegamos a una especie de sótano, abrió la puerta y me tiró hacia adentro.
Sin duda alguna aún amaba a esa mujer, le había afectado mis comentarios. Cerró la puerta con llave, no importaban mis intentos, siempre fallarían.

La habitación estaba oscura, y yo aún seguía tirada. Recordé que tenía el celular en un bolsillo. Con la luz de este busqué algún interruptor de luz, al fin. Hacía frio allí, y un olor a humedad insoportable.

Quería estar en casa, sin molestar a nadie. Miré el celular, la señal iba y venía, caminé por la habitación con la esperanza de que tenga buena señal. ¿Pero a quién podría llamar? Otro problema para mí.

Media hora había pasado. Quería salir de allí, oía gemidos, él estaba con alguien. Aunque el suelo estaba frio decidí sentarme. Hundí mi cabeza entre mis rodillas, traté de imaginar mi vida mejor. Había armado una gran historia en mi mente, ojalá se hiciera realidad.

Una hora, quería huír. ¿Siempre sería así? Lágrimas caían por mis mejillas. El celular sonó.

—¿Quién habla? —pregunté tontamente.

—Soy yo, quería disculparme por mi accionar.

—¿Sabe que con una disculpa no me sacará de aquí? —dije sollozando.

—¿Está llorando?

—Eso a usted no le importa, siga revolcándose con la mujer con la que esté.

—No es lo que usted piensa —me excusó.

—Hasta aquí se oyeron los gemidos, no trate de engañarme.

—Deje de llorar.

—Usted deje de desilusionarme —colgué.

La luz que brindaba el foco se desvaneció, otra vez me encontraba a oscuras. Eso no era lo que me esperaba. La puerta se abrió. Supuse que era él. Se sentó a mi lado, pero me corrí al costado, no quería tenerlo cerca.

—Ya, perdóneme —susurró ¿apenado? Claro, como si eso fuera posible. Las lágrimas aun se deslizaban por mis mejillas—. No fue mi intención solo que... no supe cómo actuar

—¿Puedo ir a mi habitación? —susurré entre sollozos.

—Claro.

Me levante de allí y corrí a la habitación. Cerré con llave, no deseaba que él entre. Era inevitable no llorar, eso no era lo que había planeado, lo que esperaba.

—Tú puedes aguantar, esto y mucho más —me recordaba la vocecita en mi cabeza. ¿Era cierto? Tenía que salir de allí, ¿pero como? Tal vez él estaba afuera. Tal vez podría correr el riesgo. Salí sigilosamente de la habitación, no había rastros de él.

Una vez fuera de la mansión pude estar tranquila, respirando el aire fresco. Debía apresurar el paso, él no tardaría en darse cuenta de mi ausencia. Estaba anocheciendo pero eso no era obstáculo para mi, además si alguien intentaba robarme, ¿Qué podría llevarse de mí? No llevaba nada –tu virginidad– me respondió sínicamente la vocecita y, como siempre, tenía razón.

Tenía la impresión de que alguien me seguía, di media vuelta y...

Amor por conveniencia ; Izzy Stradlin.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora