Una joven se queda sola en casa acompañada de su perro.
Estuvo mirando una película de terror antes de irse a la cama, así que decide traer a su perro para que duerma con ella en su habitación.
Estaba tan acostumbrada a dormir con su perro que se le hacia natural.
Pero no se esperaba que todo cambiaría esa noche.
Se acuesta en la cama y el perro se enrosca al pie de ésta.
La joven lo acaricia desde arriba y su perro le da una lamida amistosa.
Ella ríe y eventualmente se queda dormida.
Por la madrugada, despierta al oír el sonido de algo goteando en su baño.
Medio dormida, busca con una mano fuera de la cama a su perro y siente su lamida confortante, y regresa a dormir. Es despertada de nuevo por el sonido de goteo, saca una mano de la cama y siente la lamida reconfortante de su perro, y regresa a dormir.
Sin embargo, una vez más, es despertada por el sonido de goteo.
Dispuesta a buscar la fuente del problema, se levanta de la cama somnolienta y camina hacia el baño; el sonido de goteo se hace más fuerte conforme se acerca.
Llega al baño y enciende el interruptor de la luz, y es recibida por una vista estremecedora: colgando de la cabeza de la ducha está su perro, con su garganta abierta por la mitad y su sangre derramándose sobre la bañera.
Estupefacta por el miedo, se gira a vomitar al labamanos, cuando levanta su vista queda frente a frente a un espejo que cuelga encima del labamanos.
Escritas con la sangre de su perro, están las palabras
«No sólo los perros pueden lamer».