Capitulo 10

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Alma de guerrero

Parte 1

A lo lejos, una nube de polvo se acercaba hacía la dirección de los bárbaros a una gran velocidad.

Tras el primero que volteo, el segundo lo siguió y comento.

"Esto es malo"

Sus palabras agraviadas no pasaron desapercibida del resto, por lo que tras escucharlas, instantáneamente también se voltearon a mirar. Y sin desear quisiera, sus rostros también se pusieron graves.

A pesar de que toda esa nube de polvo cubría, sea lo que fuere que causara que este se levantara, no hacía falta ver a la criatura para saber de qué se trataba.

"Una manada de carroñeros, ¡Maldición! Sabía que algo andaba mal. Esto no podía ser tan fácil." Comento uno de los bárbaros con odio.

Quieran o no, el resto estuvo de acuerdo con estas palabras.

¿Y cómo no estarlo?. Ante su situación, cualquier perturbación sería algo crítico para ellos. Y más aún para Altro y Kon que se encontraban en el interior de la madriguera.

"¿Cómo no lo vi antes?, ¡Esto es una maldita trampa, era tan obvio!. ¡Desgraciados!" Comento otro enfurecido.

En este punto, todos pensaron lo mismo. La situación en si ya era extraña y un poco fuera de lo común.

En este paramo desértico y árido, toda oportunidad que apareciera no sería desperdiciada por más peligrosa que fuera.

Aunque esta madriguera de Atragles estaba rodeada de insectos Cope y estos eran reconocidos por su letalidad, las bestias que se arriesgaran a probar su suerte no faltarían.

Aunque no serían demasiadas, por lo menos una debería de hacerlo.

El caso de que la madre Atragles murió en una batalla contra otra criatura debido a sus heridas, sin duda no pasaría desapercibido por otros. Ya que las bestias eran muy susceptibles al olor de la sangre en el aire. Y fuera donde haya una batalla, esta atraería a decenas de interesados en busca de una oportunidad.

Y entre estos –interesados- los principales eran los carroñeros. Un grupo de bestias con apariencia grotesca. Como todas las bestias, eran flacos hasta los huesos. Tenían el cuerpo de una rata con extremidades muy largas y la cabeza de un murciélago un tanto deformado. Sus bocas eran enormes al igual que sus dientes, los cuales eran sumamente filosos y duros, ideales para triturar huesos hasta el polvo sin mucha dificultad. Sus narices también eran enormes, y su sentido del olfato era el más sobresaliente de todas las bestias y criaturas. Su tamaño no era superior al de un pequeño perro con medio metro de altura.

Individualmente eran muy débiles y no representaban una amenaza para nadie. Pero era otra historia cuando andaban en manada. Sus números rondaban entre los mejores casos en decenas. Unos 20 a 30 de ellos.

Aun así, este número no era suficiente para enfrentar a otras bestias y hacerlos temidos. Lo que en verdad los hacía un oponente difícil y hasta evitable, era el veneno que estos portaban tanto en sus garras como colmillos.

Un veneno paralizante muy potente. Lo suficiente como para entumecer a un Atragles si se le diera a este la oportunidad de herirlo.

Pero claro, si suministraban una mayor dosis, hasta la muerte por los fallos cardiaco, pulmonar y hasta nervioso era posible.

Otra cosa que los volvia temibles era su capacidad reproductiva. Todas las mandas de carroñeros poseían una pequeña hembra monarca que los lideraba y era el centro de todo. Que mientras tenga un poco de comida, engendrara numerosas crías de una sola vez. Y la velocidad en que estos se desarrollaban era alucinante. Al punto que unas horas era suficiente para que estuvieran listos para luchar.

La dominación de los LordsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora