El cazador y la alquimista

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Tres horas habían pasado y todavía no tenía señal alguna de su esposo. A parte de eso, la bebé no dejaba de llorar y ella, estaba exhausta.

-Ivi, por favor, hija. Ya no llores- dijo al borde de las lágrimas. No sabía que hacer -Keilot, ¿Dónde estás?-

Preguntó a nadie en particular, mirando la puerta y rogando que él entrará por ella.

En otro lugar de la ciudad, precisamente en un bar, un apuesto y robusto cazador, bebía su quinto tarro de cerveza esa noche. No sabía porque lo hacía, pero necesitaba beber cada vez más con sus amigos.

-Despacio, galán. No querrás que tu esposa te regañe por eso- la morena cazadora, se acercó seductora a él -Es una pena que te hayas casado, siempre fuiste tan atractivo y la pasaba tan bien contigo-

Le susurró cerca de su oído y él, la miró indiferente.

- Dejame en paz, Megan- la apartó despacio, arrastrando las palabras -No conseguirás lo que estás buscando-

-¿Tú crees?- mencionó, sugerente -Yo siempre consigo lo que quiero y justamente, es a ti a quién quiero- le tocó el pecho con un dedo.

Él se levantó tambaleante de la butaca donde estaba, para no caer en su juego. Ella le encantaba, era despampanante y sumamente atractiva, pero amaba a su esposa e hija.

-Tengo que irme a casa, Gaia me espera-

Intentó caminar, pero se tambaleó una vez más, ahora sobre ella, que lo abrazó y rozó sus labios con los suyos. Ese leve tacto, encendió los instintos más bajos y primitivos en él. Hacía mucho tiempo que no estaba con una mujer y lo necesitaba. La tomó de la nuca y la besó con pasión. En ese momento, se olvidó de su familia, se olvidó de todo.

-Ven conmigo-

Lo llevó fuera del bar y cruzaron la calle a una posada e ingresaron a una habitación, besándose, fogosamente. Ella intentaba desabrocharle la camisa y como no pudo hacerlo, arrancó los botones de un tirón, mientras lo besaba.

-Tenía tantas ganas de estar contigo- confesó y ella, sonrió -Te extrañé, Gaia- la besó cada vez más con los ojos cerrados -Te amo tanto, mi hermosa alquimista ¿¡Por qué me desprecias!?-

Estaba furiosa y ofendida. Él no quería estar con ella. Él quería estar con su esposa.

-Soy Megan, Keilot. Tu Meg, ¿Recuerdas?-

Rogó que la recordará. No quería las sobras de esa alquimista.

-¿Meg?- pronunció confundido y por un segundo, su conciencia volvió de golpe, retrocediendo asustado -¡Por dios! ¿¡Qué estoy haciendo!? ¡Yo amo a mi esposa y a mi hija!-

Habló desesperado y arrepentido de su repentina debilidad.

-Al parecer, ella no te ama- aseguró, mirándolo con anhelo -Acabas de decir que le eras indiferente y te desprecia-

Él se acercó furioso y la zamarreó de los brazos.

-¡CÁLLATE! ¡CÁLLATE!-

No le tenía miedo, lo conocía y sabía que no le haría daño.

-Y tú a ella tampoco, sino, no estarías aquí conmigo- aseguró aferrándose a él -Ámame, Keilot. Ámame como antes- suplicó mirándolo a los ojos.

-No, lo siento-

La soltó y salió de la habitación sin mirar atrás.

Ella cayó de rodillas al suelo. Se sentía frustrada y herida, pero sobre todo, usada por el hombre que acababa de irse. Aunque, no se quedaría así.

Simplemente Magia O Puramente AlquimiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora