Desaparecer

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Tres semanas habían transcurrido desde que Gaia y su hija, habían desaparecido de la faz de la tierra. Su esposo, no entendía que había pasado. No comprendía porque se había ido de su vida sin decir nada.

Todos los días, visitaba la casa de sus suegros en busca de ella o de alguna razón de su partida. Pero ellos se negaban a revelarle su paradero o algún indicio de eso.

Ahora, se encontraba como todas las noches desde hacía tres semanas, en el bar del pueblo, tomando sin parar. Pero, era una de esas noches en las que no tenía ganas de hacerlo. Solamente, sostenía sus manos alrededor de un vaso, pensando, en donde estarán los amores de su vida.

-¿Otra vez tan solo, Keilot? ¿Deseas que te haga compañía?- preguntó, sentándose junto a él.

-No- contestó seco, tomando un trago de su vaso -Déjame en paz, Megan-

-Por favor, Keilot. Necesitas consuelo. Déjame ayudarte-

Se acercó sugerente, pero una vibración por todo el lugar, detuvo toda acción en su interior.

En la puerta del bar, una alquimista, se acercaba furiosa y a paso lento a la cazadora, mientras el suelo se movía bajo sus pies. Dejando a todos en silencio y algunos huyendo de su mirada cambiante.

-Gaia-

Murmuró él, acercándose, pero se detuvo de golpe, al observar como a su esposa le cambiaban los ojos. Algo estaba pasando y él, lo sabía.

Ella pasó a su lado y ni siquiera lo miró. No volteó ni un instante en su dirección. Estaba enfocada en su objetivo que se encontraba detrás de él.

-¡Tú!- exclamó, señalando a la cazadora que retrocedía a su paso -¿Tú lo hiciste? ¿Verdad?- juntó sus manos lista para transmutar -Quiero que me la devuelvas, ahora. A menos que quieras sentir la furia de una alquimista- habló, lentamente -No soy cualquier alquimista, soy la alquimista heredera del poder sol y créeme, no voy a parar hasta destruirte-

Levantó sus manos y las paredes del bar, desaparecieron en escombros. Las personas huyeron horrorizadas por su poder.

-No sé de que hablas-

Dijo titubeante y quitando una de las dagas de su cinturón.

-Si, sabés de lo que estoy hablando. No te hagas la estúpida- aseguró en el mismo tono anterior -Quedate con Keilot, si quieres, él ya no me interesa- mencionó con veneno en su voz -Pero quiero a mi hija. Ella es mía y la quiero de vuelta-

Juntó sus manos otra vez, justo cuando le lanzó la daga. Un muro apareció entre ellas y desapareció, al instante.

-Yo no tengo a tu hija, alquimista ¿De qué estás hablando?-

Temblaba ante la fría mirada que se acercaba a ella, amenazante. Era, realmente, poderosa.

-¡CÁLLATE!- le lanzó un golpe tan duro, que la arrojó al suelo -¡DEVUÉLVEMELA!- la tomó del cuello, estrangulándola -¡DEVUÉLVEME A IVI Y TAMBIÉN A EYRA! ¡YO SÉ QUE TÚ LAS TIENES!- gritó histérica, zamarreandola entre sus manos y golpeando su cabeza contra el suelo -¡SON DOS NIÑAS PEQUEÑAS! ¡DOS BEBÉS! ¡NO TIENEN NADA QUE VER EN ESTO! ¡DEVUÉLVEMELAS! ¡MALDITA!-

La mujer entre sus manos, se estaba poniéndose azul, no podía respirar aunque lo intentara. Una fuerza descomunal, la alejó de ella, antes de que la matará.

-¡SUÉLTAME, KEILOT! ¡JURO QUE VOY A MATARLA!- gritó al hombre que la sostenía con todas sus fuerzas entre sus brazos -¡QUIERO A MI HIJA, MALDITA! ¡QUIERO A MI HIJA!- gritaba una y otra vez, rompiendo en llanto -Por favor, quiero a mi hija- Se aferró a los brazos de él y dejó de luchar. Estaba agotada, el dolor que sentía, era más grande que cualquier cosa -Por favor- susurró con lágrimas en sus mejillas y se desmayó.

Simplemente Magia O Puramente AlquimiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora