Más allá de las puertas del infierno (parte 2)

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Sintió un escalofrío en la médula, y se dispuso a escuchar un secreto íntimo. Sofía, éste era el nombre de su madre. Héctor le había hablado alguna vez de ella, por encima. La idolatraba, y de vez en cuando evocaba una anécdota suelta que lo hacía caer en una especie de marasmo. Marta le había preguntado alguna vez qué había sido de ella, pero él había respondido con evasivas, con indicios tan ambiguos que le habían inducido a componer un retrato evanescente, a imaginar un desenlace melodramático para su vida: que no había muerto, realmente, que se había fugado con algún artista extranjero o vete a saber qué otra fantasía romántica.

- Había sido cantante de joven, - empezó Héctor, como si le costara esfuerzo desentrañar el enigma - pero lo dejó por mi padre. No estaba molesta por eso, sin embargo; cantaba siempre que podía, por el simple gusto de cantar y punto. Todo el mundo en la fábrica la adoraba, hasta el empleado de menor categoría. - Héctor hablaba de forma lacónica - Todo el mundo la quería menos el que debería haberlo hecho. Él la obligaba... - la voz del chico se rompió - Sólo pensaba en su carrera, y la obligaba a coquetear con todos los visitantes ilustres, era como una posesión distinguida, como una atracción de feria que había que enseñar en todas las fiestas: <<Atención, ahora la virtuosa Sofía nos cantará una sonata>>. Pero en la intimidad la menospreciaba, era como si tuviera celos de su éxito con los demás, y se lo hacía pagar caro, créeme, con vejaciones continuas, hasta que ella ya no pudo aguantar más y ... se tomó una caja de somníferos...

Marta hubiera querido decirle que lo dejara, pero necesitaba saber más.

- No sé qué me pasó la otra noche... supongo que no era yo, había bebido mucho, y de repente me entró miedo de perderte. No lo soportaría, Marta, antes...

Otro silencio. Marta no sabía qué decir, buscaba alguna palabra de consuelo, pero sobre todo se quedó intrigada con aquel "antes" que Héctor había dejado suspendido en el aire como una amenaza; por su inconsciente desfilaron las ruedas de un tren, un veneno, una bañera llena de sangre... y se estremeció; sintió ese escalofrío como una señal. La parábola era diáfana, nada le impedía colgar en estos momentos, definitivamente, pero su cerebro encontraba una analogía más embriagadora entre el suicidio de Sofía y la amenaza de su hijo que entre la bofetada de Héctor y las vejaciones que su padre le había infligido a su mujer.

- Bueno, eso era todo, necesitaba explicártelo, supongo. Ya no te molestaré más.

Marta dio un respingo.

- Lo siento. - se le escapó, con un tono que sonaba como una súplica; temía que el otro hubiera colgado definitivamente.

- Soy yo quien lo siente. La he cagado. - ironizó Héctor - Bien cagado, ¿no?

- Un poco, sí- sonrió Marta.

- Si pudiera volverme atrás, todo sería diferente. Yo no te haría daño, créeme, te quiero demasiado.

Se hizo otro silencio. Después Marta, con una expresión meliflua, pronunció:

- Me gustaría tanto..., si eso fuera posible...

A su lado, Carmen y Julia intercambiaron una mirada de asco; tuvieron la impresión de encontrarse en alta mar, viendo como un pez se tragaba el anzuelo.


El infierno de Marta (Pasqual Alapont)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora