Más allá de las puertas del infierno (parte 3)

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En todo hay un antes y un después, y esta llamada de teléfono marcó el antes y el después para Marta y Héctor: al tiempo que se separaban del resto, se unieron más entre ellos. Las tres amigas establecieron un acuerdo tácito: Carmen y Julia le hicieron entender que no quedarían con él nunca más, y Marta evitaba hablar de ello para no dar pábulo a los reproches. Eso produjo un cambio perceptible en su relación: ahora era más superficial, o más cauta tal vez, se expresaba con palabras a medias y con muchos silencios.

No era infrecuente poder oír este diálogo por la mañana, mientras desayunaban:

- ¿Todo bien, Marta? - decían Carmen o Julia. Y querían decir, en realidad: <<¿te ha vuelto a levantar la mano, quieres que hablemos?>>.

- Perfectamente. - respondía la otra con una sonrisa, dando a entender que no hacía falta que se preocuparan de sus asuntos.

Desde aquel día Héctor y Marta se convirtieron en inseparables. Él ya no la encontraba casualmente al salir de clase, sino que la esperaba a la puerta de la facultad y la acompañaba a todas partes; siempre estaba disponible para ella, como si no tuviera vida propia, y eso halagaba a su compañera, que olvidó definitivamente los ahogos existenciales de su antiguo novio.

En la biblioteca estuvieron a punto de echarlos a la calle un par de veces; se instalaban en dos mesas contiguas, con los apuntes y un montón de libros, él de hecho con un único libro, un grueso manual de derecho internacional que abría de tarde en tarde; prefería contemplarla con aire soñador, como un dandi fuera de órbita, y le gastaban bromas cuando las miradas de los dos coincidían; era como si no hubiera nadie más entre ellos, hasta que alguien protestaba de tantas risitas y los obligaban a guardar silencio.

Les seducían los lugares solitarios. A menudo comían en el Jardín de Viveros, en algún banco apartado de las calles principales, unos bocadillos o cualquier cosa que ella hubiera preparado en una fiambrera; y se daban bocados de comida uno a otro como dos pajaritos. En general se comportaban como una pareja empalagosa, muy acaramelados, y se juraban fidelidad eterna y un montón de cándidas promesas.

Algún día llegaron hasta el puerto, dando largos paseos que empezaban en el Paseo Marítimo, medio desierto en esta época en que se acercaba el invierno. Les apetecía dar una vuelta por los muelles y observar cómo cargaban y descargaban los barcos de mercancías o a los viajeros que cogían la línea de Mallorca. Les gustaba sobre todo ponerles nombre e inventarse historias estrambóticas. Héctor era un improvisador especialmente desvergonzado en estas lides:

- Mira aquella mujer que atraviesa la pasarela. - le dijo en una ocasión. Marta se fijó en una señora que cojeaba ostensiblemente, sexagenaria, obesa, con un vestido verde estampado de flores amarillas que se distinguía a un kilómetro de distancia - Es una top model, - aseguró - miss airosidad porcina, ha venido adrede desde Milán para pasar la colección de Francis Montesinos.

Esta clase de bromas veniales les gustaban mucho.

En otra ocasión se les acercó en la cafetería de la dársena un pasajero despistado y, muy circunspecto, con un plano en la mano, les preguntó si hablaban inglés.

- I'm a little. - se excusó Marta haciendo aspavientos, y señaló a su compañero como indicando que él sí lo hablaba.

- ¿Please, where is hotel Astoria? - preguntó en ese momento el turista.

Héctor, adoptando un aire muy amanerado, estrechó la mano del inglés y le respondió solemne, entre el aire pedante de un gentleman y la locución sincopada de un iletrado, con una pronunciación expresamente chapucera.

- My name is Dick. - mintió.

- Pleased to meet you. - contestó el otro con una sonrisa - My name is John.

- The teacher is English. - continuó Héctor, flemático.

El tal John puso unos ojos como platos:

- ¿Sorry?

- Sorry tú, macaco, y escucha bien o acabarás por perderte.

Después Héctor dio una vuelta a su alrededor y continuó hablando enfáticamente y a su voz en grito mientras Marta se moría de la risa y se alejaba de ellos cada vez más.

- ¿Has Mary a pencil? My taylor is reach. ¿Is the lion a beautiful animal? Yes, the lion is a beautiful animal. ¿Do you close the window? My uncle is in London.

El inglés, sorprendido al principio, se dio cuenta por fin de la broma y los mandó como mínimo a hacer puñetas.

- ¡Cómo te has pasado! - exclamó Marta cuando se quedaron solos - estaba enfadado de verdad. ¿Por qué no le has explicado dónde estaba el hotel?

- Bah, me sacan de quicio estos lameculos tan remilgados, he conocido un montón como él en Inglaterra, créeme. ¿Has visto qué pronto se le ha caído la careta de caballero y cómo bramaba?; parecía un hooligan furibundo.

El infierno de Marta (Pasqual Alapont)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora