Las chicas, entretanto, habían llamado a la ginecóloga de Marta con el móvil y ésta les había dado algunas indicaciones. Habían conseguido que la criatura sacara la cabeza, pero se había encajado y no acababa de salir.
- Dice que te pongas tú, que trates de estirarlo un poco de los hombros - le dijo Carmen a Braulio.
- ¿Yo? ¿Por qué yo? - se espantó.
- Porque eres más fuerte que nosotros, espantapájaros.
Braulio intentó salir de nuevo a la carretera:
- Voy a buscar al camionero cordobés; está como un roble, ya verás...
- Por favor - suplicó Marta.
- Yo es que esto... - se disculpó -. No sé...
- Te han dicho que lo estires, no que le hagas la cesárea - lo animó Carmen.
- ¿Y si tiene la cosa esa, cómo se llama?, ¿el cordón ese enrollado al cuello?
- Todo saldrá bien - aseguró Marta.
Estaba convencida de que todo saldría bien: si aquella criatura había superado tantos obstáculos cuando ella había estado a punto de morir, y cuando después había decidido tenerlo, bien se merecía una oportunidad.
Por suerte, Héctor había desaparecido de su vida. La policía lo había detenido cuando trataba de huir de casa aquel día nefasto y lo habían condenado por el asesinato de Isabel Forteza, aquella pobre chica de 22 años, y por el intento de asesinarla a ella también. Tenían pruebas de sobra para inculparlo: el anillo de aquella chica, y sus fotos en el pinar con la ropa que llevaba el día en que murió.
Marta haría todo lo posible para que su hijo creciera lejos de la influencia de ese bestia, tenía tiempo de rehacer su vida. No se sentía desgraciada: había sufrido más de lo que puede soportar una persona y eso la había hecho fuerte, y por encima de todo contaba con amigos que le habían demostrado un cariño generoso y no la habían abandonado; en cierta manera, ella había tenido suerte.
- Venga, empuja ahora - gritó Julia -, es el momento.
Marta empujó con todas sus fuerzas, y trató de concentrarse en dar la vida a aquella criatura. Sintió que le arrancaban las entrañas y después notó un enorme alivio.
A veces le habían asaltado dudas durante el embarazo de cómo sería este hijo, de si heredaría los ojos fríos y apáticos de Héctor. Eso no lo podía saber, pero sí sabía que crecería entre amigos, personas que valoraban la vida por encima de todo, y de eso ella sí era responsable.
De pronto, un grito la sacó de estas ensoñaciones. Abrió los ojos y vio una criatura sanguinolienta en las manos de un Braulio que sonreía de oreja a oreja.
- ¿A ver si sabéis en qué se par cen un niño acabado de nacer y el culo de una mona? - preguntó.
Todos se echaron a reír. Fuera continuaba lloviendo a cántaros, pero en el interior de aquel habitáculo minúsculo se respiraba la misma paz que en el ojo de un huracán.
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El infierno de Marta (Pasqual Alapont)
Teen FictionCuando aceptó salir con aquel chico, Marta no sabía que ponía un pie en el infierno, y que a partir de entonces sería tan doloroso penetrar en él como tratar de escapar de allí.