Turnos de letrina (parte 4)

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Una de las gotas que colmó el vaso sucedió una tarde del mes de abril. Julia estaba duchándose y al descorrer la cortina vio que Héctor estaba sentado sobre la taza del váter, repantigado contra la pared, y que la miraba burlón. Su primer impulso fue taparse, pero le dio rabia que la intimidara un gachó de esa calaña y, aunque se moría de vergüenza, se enrolló muy lentamente la toalla.

- Creía que había cerrado la puerta. - dijo despacio mientras cogía el cepillo, traspasando toda su furia a la acción de peinarse.

- ¿Quieres que te seque el pelo? - murmulló él. Le temblaba la voz de deseo.

Julia lo miró de reojo a través del espejo, trataba de aparentar una tranquilidad que estaba muy lejos de sentir.

- ¿Y Marta? ¿No está en casa? A lo mejor le gustaría que se lo secases a ella, ¿te has parado a pensarlo?

- Ha salido a comprar. De todas formas, me gustas más tú.

- Ah, eso sí que es una sorpresa... ¿En qué sentido te gusto más?

Héctor sonrió con chulería y se levantó.

- Tú y yo somos iguales. - dijo, cogiéndola por la espalda.

Julia agarró unas tijeras de manicura que había en un bote y se giró bruscamente.

- No, yo no soy como tú, hijo de puta. - lo amenazó - No me gustas ni un pelo. Eres una mala persona, y antes me iría a la cama con una rata, ¿estamos?

Héctor no perdió en ningún momento su aspecto risueño, como si el cabreo de Julia lo pusiera a mil.

- Era una broma, mujer, ¿te has vuelto loca? ¿Quién te has pensado que soy? Ten cuidado, que al final te cortarás.

- No te soporto, me das asco, payaso. - dijo ella, masticando las palabras.

- Entonces es mejor que te vayas, ¿no? No me gusta compartir mi piso con gente como tú. - respondió él muy tranquilo. Y luego todavía se le acercó más, hasta casi tocar su cuerpo y las tijeras que ella esgrimía como un pequeño ariete.

- Venga, clava, putita.

Héctor le lanzó un manotazo al pubis para provocarla y Julia dio un salto hacia atrás y se golpeó los riñones contra el lavabo; las tijeras le temblaban en las manos; tenía las puntas de los dedos blancas.

- ¿Sabes? Tenías razón, Julia, tú no eres igual que yo.

Y se dio media vuelta lentamente. Para él supuso un pequeño triunfo oír la puerta estamparse violentamente tras él.

El infierno de Marta (Pasqual Alapont)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora