9.

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Cuando Millie llega a la escuela, su mejor amiga Sadie se encuentra charlando animadamente con Edward, los dos ríen sobre algo y parecen estar a gusto.

La castaña decide no interrumpir el momento, así que gira sobre sus talones, dispuesta a irse.

La clase de Economía es un infierno para ella, y no puede estar más agradecida en el momento en el cual el timbre anuncia su finalización.

Recoge sus cosas de inmediato y no puede evitar notar el momento en el cuál su maestra retiene a Finn Wolfhard en el salón de clases. Se dirige a la cafetería, hambrienta, naturalmente ella tomaría unas galletas con un sandwich y algún jugo natural, pero hoy era día de pizza, así que toma una de las últimas porciones—que por cierto ella odia—y la acomoda en su bandeja.

Se dirige a la mesa que Sadie y ella acostumbran a usar, no se sorprende al no ver a la pelirroja allí sentada... Ultimamente ha estado muy ausente.

Su mirada se clava en la puerta de la cafetería, esperando la llegada de unos rizos enmarañados en compañía de una sonrisa despreocupada, no tarda en llegar el chico, la castaña sigue todos sus movimientos desde su propia mesa, para ese momento la pizza ya se ha acabado y el chico se resigna a tomar una tediosa ensalada y una Pepsi, una extraña mezcla que no suena bien.

Así que Millie decide hacer acto de aparición, se dirige a la mesa del pecoso y con una sonrisa que tira entre la timidez y la incomodidad, deja la porción de la jugosa pizza cubierta de queso al frente del ruloso. Con una mirada de cachorrito, Finn levanta la vista y le sonríe en confusión.

—Es para ti, Wolfhard—lo dice como si fuera obvio, el chico eleva una de sus cejas, aún sin pronunciar alguna palabra, Millie no tarda en notar las miradas curiosas por parte de los amigos de Finn sobre ella.

—Sientate con nosotros, Brown—el pecoso habla después de un tiempo, sonriendole exclusivamente a ella a la vez que le hace un espacio a su lado. La castaña parece dudar, mira de un lado a otro, parece que aún no hay señales de Sadie, así que, encogiéndose de hombros, toma asiento al lado de Wolfhard.

—Así que ahora haces obras de caridad, Brown—el chico decide bromear, mientras aleja la ensalada de sí mismo para atraer el jugoso pedazo de pizza.

—Algo así, soy una buena samaritana—destapa sus galletas, guiñandole el ojo al pecoso el cual se ríe ante sus palabras, con sus mejillas rojas.

—Muchas gracias Brownie, ya quedamos a mano—Finn destapa la lata de gaseosa para darle un gran sorbo.

—En realidad, aún te debo 5 pastelillos, y si contamos los vasos de agua-

—Brown, la pizza y el helado lo arreglan todo, sanan tu corazón y alma, créeme, lo dice mi madre... Ella nunca se equivoca—el parece estar seguro de sus palabras, se lleva la lata a la boca una vez más.

—De hecho... No me gusta la pizza—la chica arruga su nariz, Finn se atraganta con la gaseosa y la mira como si tuviera una tercer cabeza.

—Bromeas ¿Verdad?—entrecierra sus ojos hacia ella, mirándola con inseguridad.

—No lo hago... Es simplemente repugnante—su cara hace un gesto de estar a punto de vomitar. Esta vez, Finn la mira como si hubiera cometido el peor de los pecados.

—¡¿A quién no le gusta la pizza?!—su grito hace que muchos se giren a observar con curiosidad, Millie suelta una risa mientras rueda sus ojos, había escuchado eso millones de veces.

—A mí—se encoge de hombros, decide robar la ensalada que Finn iba a comerse.

—Dios mío Brown, eres tan extraña—Finn recarga su rostro en su mano derecha mientras observa a la menor como si fuera un experimento de ciencias.

—Gracias, supongo—le guiña uno de sus ojos y decide seguir comiendo de sus galletas.

—Tu eres Millie Brown, ¿Cierto?—un chico bajito de rizos que Millie había visto una que otra vez por los pasillos la cuestiona, se veía amigable.

—La única e inigualable, sí—Millie le sonríe amable, decide fijarse un poco en el grupo de amigos de Finn.

Estaba conformado por una bonita pelirroja de cabello corto y mirada fugaz, un chico alto con el cabello lleno de rizos y mirada chocolate, Gaten arruinador de camisas Matarazzo y finalmente el chico bajito que acababa de hablarle.

—Soy Jack Grazer, dueño y señor de Finn Wolfhard—dice con una mirada de superioridad, mientras acaricia los brillantes rizos del pecoso, todos en la mesa ríen ante esto.

—Finn no es un elfo libre—el pecoso habla en tercera persona, fingiendo melancolía.

—Yo soy Sophia Lillis, aveces actúo como la madre de estos cuatro imbéciles—la pelirroja le sonríe alegre, el tener a otra chica sentada con ellos la hacía sentirse mejor.

—Oh Sophia, eres una madre tan amorosa—Gaten suspira con una sonrisa falsa.

—Yo soy Wyatt, y no sé porque terminé en este zoológico y mucho menos la razón por la cuál son mis amigos—se encoge de hombros.

—Eso es porque nos amas—Jack le canta con un tono de burla.

Millie parece divertirse con la situación, la espontánea forma de ser de los amigos de Finn no tarda en agradarle, todos empiezan una divertida conversación en la cual el objetivo era averiguar quien contaba la historia más ridícula.

Gaten ganó aquella ronda, los convenció cuando el chico mencionó algo sobre Miley Cyrus en su bola demoledora y a un alien bien parecido a E.T vestido de ama de llaves.

El tiempo se pasó rápido para ella, y ya era momento de volver a clases, recogieron sus cosas y se dirigieron cada uno hacia sus respectivos salones.

Finn insiste en acompañar a Millie a sacar todas sus cosas para la clase de Química, la cual los dos compartían, caminaron hasta el salón entre risas y chistes tontos.

Y Dios, la menor se sentía tan bien acompañada cuando estaba al lado de aquel chico pecoso de sonrisas hermosas, enserio intentó evitar la escandalosa sensación en su estómago, intentó buscar alguna excusa para los malditos síntomas que sintió cuando Finn Wolfhard besó su mejilla en un gesto despreocupado.

Y justo en ese momento por su mente pasó la idea de que tal vez, solo tal vez, se sentía atraída hacia el pecoso, intentó eliminar aquella idea de su mente por el resto de día, pero le fue imposible, incluso se encontró a sí misma pensando en rizos de color oscuro, pequeñas sonrisas y bonitas pecas al momento de estar a punto de dormir.

Se golpeó a si misma contra la almohada por lo menos unas cinco veces seguidas, tal vez le cayó fatal aquella ensalada que le robó al chico, si, de seguro era eso.

Pero su mente, muy en el fondo, era completamente consciente de lo que le sucedía.

Mierda, pobre Millie, estaba tan perdida.

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Escribiendo esto me dieron unas ganas incontrolables de comer pizza.

Gracias por leer ❤ nos leemos el siguente sábado.

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