35.

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Millie caminaba por la gigantesca casa de Lilia Buckingham buscando algo que en realidad llamara su atención, sin embargo, por más que se adentraba en la inmensa casa, más se enfrentaba a la cruda soledad que la envolvía, que ironía, se encontraba en una mansión repleta de por lo menos unos 70 adolescentes y en ella se formaba aquel sentimiento de soledad en su estómago, después del beso con el cuál le habían dado una romántica bienvenida al año nuevo, las cosas no habían cambiado mucho desde el inicio de la fiesta, Finn había vuelto a los brazos de Iris en cuestión de segundos. Se sentía terrible.

Edward había intentado convencerla de que debería volver a atacar y conseguir la atención plena del pecoso, pero para Millie todo se sentía como una absoluta derrota. Infeliz, vacía e incompleta, esas tres palabras definían sus demonios interiores que la atacaban sin cesar en el último piso de la casa Buckingham.

Antes creía que estar al lado de Finn era como recibir una oleada de viento en un día caluroso y fatídico, el pecoso parecía arrullarla con sus brazos delgados hasta transportarla a la serenidad, la alejaba de una manera suave del hostigante mundo que la rodeaba, de sus monótonos días, al momento de observar al pecoso a los ojos creía ser la única persona en el mundo, alguien especial, diferente a las del montón. Y su risa, grave, hacía que su piel se erizara y que sus piernas temblaran en una alegría inexplicable.

Odiaba haber convertido a Finn en su día a día, haberlo incluído en su rutina matutina, porque ahora podía observar desde lo lejos como la relación que habían construido se desmoronoba, de una manera casi agonizante que la hacía sentirse aterrada, tenía miedo de que el momento de alejarse hubiera llegado y que la derrota la aplastara de una manera cínica, no podía imaginar un día sin llegar a la escuela y tener al pelinegro esperándola de manera paciente en la entrada, regalándole una de sus famosas sonrisas de las cuales se había vuelto adicta. Sería un verdadero caos la imposibilidad de sacarlo de su vida, de su insistente mente que no la deja en paz ni un solo segundo.

Pie izquierdo y derecho, moviéndose en sincronía al ritmo de la música que puede escuchar desde la última planta de la casa, debe de estarse divirtiendo allí abajo, sin ella, en cambio acompañado de una rubia de curvas despampanantes y sonrisa perfecta.

Intenta alejar aquellos pensamientos de una vez, pero esta ya es la octava vez en que lo hace y sabe que será en vano.

—Te estuve buscando por toda la casa, eres muy buena escabullendote, Millie— Edward Benson le dice con una sonrisa pequeña en el rostro.

—Eso creo, siempre fuí la campeona en el juego de las escondidas— le guiña uno de sus ojos intentando sonreír, por razones obvias no lo consigue, y aquello la hace sentirse cada vez peor.

—Millie, los dos sabemos muy bien el porque estoy aquí— Edward se acerca a pasos lentos, intentando de no asustar a la castaña de ojos marrones interesantes, la cual se encoge en su lugar, como un cachorrito asustado.

—¿No sabes donde está el baño? —trata de hacerse la tonta, con suerte, el jugador de fútbol americano llegaría a rendirse y se iría de allí para dejarla de nuevo a solas, solo ella y su melancolía.

—Muy graciosa, Mills— rueda sus ojos mientras se recarga en la misma pared en la cual ella se encuentra— Tienes que hablarle— refuta de manera decidida, intentando encontrar los ojos marrones de la menor, la cual parece estar muy distraída mirando una pintura de una pequeña de cabello rubio y sonrisa enorme a la cual le faltaban un par de dientes, Lilia, sin duda alguna.

—No ha cambiado en absoluto— otro intento de bloqueo hacia el tema, en el cual Edward no piensa caer, al menos es persistente.

— Ajá, ¿Ya bajarás a buscarlo? —ignora por completo las palabras de Millie la cual le lanza una mirada furibunda.

—Eres tan molesto— le reprocha de inmediato, cruzándose de brazos.

—Lo sé, pero mis intenciones son las mejores, no quiero que caigas en un gran error, Millie—le responde con sabiduría, desviando su mirada verde en una clara señal de incomodidad.

—¿Error? ¿De que hablas? Mi relación se encuentra en perfectos términos— a Millie se le forma un nudo en la garganta al decir estas palabras, odiaba mentir, no sólo le mentía al chico, no, también se mentía así misma de aquella manera tan dolorosa que podía llegar a matarla. La mirada carga de ironía por parte de Edward no tarda en llegar.

—Mills, por favor no te hagas esto, no te destruyas a tí misma de esta manera, una vez que empiezas a nadar cada vez más profundo el oxígeno se va llendo y podrías lastimarte, no quiero que te sumerjas en algo tan profundo que después el sacarte de allí será un martirio total—le reprende, con sus ojos verdes fijos en el cuadro y puede escuchar de manera casi perfecta como su voz se corta, como si estuviera a punto de llorar.

—Edward... — Millie lo observa limpiar una lágrima rebelde que bajaba por su mejilla, jamás lo había visto en aquel estado, era deprimente.

—Sé que puede ser difícil, pero tu sí eres valiente, aún tienes algo por lo cual pelear, aveces es mejor arriesgar a perderlo todo y quedarte con la expectativa. Puedes arriesgarte y las cosas podrían tornarse aún peor o incluso podrían mejorar o podrías simplemente quedarte de brazos cruzados e ignorar la situación crítica de tu relación mientras observas como se destruyen... Mutuamente— le explica, mordiendo su labio inferior tratando de que su voz no se cortara.

—Odio que seas tan sabiondo— Millie rueda sus ojos, intentando sonreír tan solo un poco.

—Claro que lo haces, así que ¿Has tomado una decisión? —la observa de reojo con curiosidad.

Millie no responde, tan solo aprietan sus labios de manera fuerte y se dirige a las escaleras dando pasos innecesariamente pesados.

Si, iba a hablar con Finn.

Cuando llegó a la primera planta, no tardó en darse cuenta de que en realidad la fiesta se había transformado en un ambiente algo pesado. Caminó por la gigantesca mansión buscando alguna señal del pecoso, no encontró mucho y ya empezaba a desesperarse.

—¡Millie! —dió media vuelta hacia el lugar en donde creía haber escuchado a alguien llamando su nombre. Efectivamente, Wyatt la llamaba algo desesperado.

—Hey ¿Qué pasa? —se acercó de inmediato al ver su rostro de angustia.

—¿Sabes en donde mierda se ha metido Jaeden? Esta tan borracho como una cuba y me temo que la última vez que lo ví, hablaba sobre volar con los unicornios o algo así, siendo honesto, aquello me preocupa—el de cabello alborotado la observa con preocupación.

—¡Millie! —el recién nombrado llega, riendo sin parar y arrastrando las letras de la palabra.

—Maldición, Jaeden. Que bueno que sigues vivo, tu madre me hubiera asesinado si llegara a tu casa tan sólo con tu estúpido cadáver— ahora puede bromear acerca del tema, lo horrible ya ha pasado.

—Que lindo eres, amor—pronuncia entre risas, exagerando las "r"—Oh, Millie, mi nueva mejor amiga, tu cabello luce tan lindo hoy, aprovecha, recupera a tu hombre, si esa rubia oxigenada te pide pelea, tu no te preocupes, yo pelearé por tí, jalare su cabello como si la vida se me fuera en ello—Jaeden da su discurso de guerra con una sonrisa de suficiencia en su rostro.

—Creo que es mejor que antes de pelear vayas a casa y tomes un baño con agua fría— la castaña suelta con gracia ante la situación que se presentaba delante de sus ojos.

—Si si, ve y honra mi honor, los ví sentados en el sillón rojo de la sala—Jaeden la empuja hacia aquella dirección aún riendo y Millie no tarda en confirmar que tenía razón, allí estaban los dos, riendo de cualquier cosa que saliera de la boca de su novio. La hora había llegado y los nervios no la dejaban ni moverse.

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Quedó algo corto jaja.

Mejor tarde que nunca, gracias por leer ❤.

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