43.

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Millie caminaba con decisión por aquella calle que muy bien conocía, se aferró como pudo a su largo abrigo ya que el clima de aquella mañana no le favorecía en lo absoluto. Subió los escalones del pórtico dando saltitos y rezando para no tener que dar la vuelta y arrepentirse, como ya había hecho las dos veces anteriores hace unos minutos. Se sorprendió si misma al verse dando dos fuertes golpes a la puerta de la casa de la familia Wolfhard.

Algo aterrorizada, escondió sus heladas manos en los bolsillos de su chaqueta con la esperanza de encontrar algo de calor allí. Tardaron quizá unos dos minutos en abrir, los minutos más largos de su maldita vida, Mary la recibió con una expresión que denotaba felicidad y confusión.

—Millie, cariño— la mujer le sonríe de manera dulce, tomándola de los hombros y dándole un fuerte abrazo— No esperaba volver a verte por aquí, bueno, no después de... —la mujer hace una pausa, frunciendo sus labios e intentado leer las expresiones que Millie le regala.

—¿De aquello? Si, lo sé— le responde de manera incómoda, intentando despejar su mente.

—Mamá, las gallet- Oh—Finn se queda estático al observar a la chica de cabello castaño justo al frente de su puerta en una posición incómoda.

—¿Que decías, cariño? —Mary le cuestiona con una pequeña sonrisa cómplice en su rostro.

—Yo, Uhm, ¿Cuánto tiempo le faltan a las galletas? —su hijo desvía por fin su mirada de la castaña para responderle, haciendo uso de un tono de vez algo tímido.

—Lo suficiente como para que yo pueda ir a la tienda— su madre le guiña un ojo, tomando del perchero su abrigo favorito.

—¿Qué? ¿Te irás?— el pecoso exclama lleno de sorpresa ante sus palabras, intentando perseguir a la mujer.

—Por supuesto, Millie querida, sigue por favor, esta casa también es tuya— la alegre mujer la arrastra al interior de su humilde morada sonriendo en grande.

—Pero yo-

—Sin peros, volveré pronto, diviertanse— les guiña un ojo con una sonrisa grande en su rostro mientras se acerca a la salida— Bueno, no tanto, no queremos pequeños inconvenientes después— los señala con una sonrisa pícara y los ojos entornados.

—¡Mamá! — Finn la reprende con las mejillas sonrojadas, no podía dar crédito a tal atrevimiento por parte de aquella traidora mujer.

—Solo digo, hijo, y no me hagas esa cara que aún no se me ha olvidado aquella vez en la cual disfrutarom de sobre manera la cocina de la casa Brown— Mary Wolfhard rueda sus ojos con molestia.

—Suficiente humillación por hoy ¿No crees?— el pelinegro suelta entre dientes.

—Touche, quedan advertidos— vuelve a señalarlos, esta vez si se retira de la casa, dejando a los jóvenes en un silencio incómodo.

Se dirigen a la cocina sin soltar palabra alguna, Millie casi pisándole los talones al entrar, nada parecía haber cambiado en aquel lugar, continuaban los mismos cuadros, la misma posición de los platos, como si nada hubiera pasado desde que la castaña había ingresado por última vez a ese lugar.

—¿Quieres algo de tomar? ¿Agua, un jugo, chocolate caliente, té? — Finn se recarga en la encimera con una sonrisa tímida plasmada.

—Creo que el té estaría genial— le responde con sencillez, de inmediato el chico se pone a trabajar en la bebida, mientras que Millie se encarga de observar los cuadros familiares que se encuentran en la sala de la casa. Se queda más tiempo del necesario contemplando una foto de Finn cuando tenía aproximadamente cinco años, sonriente, de la mano de una chica de cabello rubio, si, aquella era Iris.

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