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Después de unos días más de cuidado, estuve lista para salir del hospital.

Un enfermero me ayudaba a ponerme de pie y retirarme el catéter, en eso llegó Harold y le indicó al enfermero que él lo haría.

—Ya está en buen estado. Espero poder volver a verla—. dijo con una sonrisa que dejaba ver su blanca dentadura.

—Todo gracias a usted doctor—. le dediqué una sonrisa.

—No es nada, es mi trabajo y lo hago con gusto—. al fin pude ponerme de pie y quedé frente a él.

—Supongo que esto es todo—. miré a los alrededores tratando de evadir esa hipnotizante mirada de Harold.

—Sí, lo es—. asintió con tristeza.

—Debo irme ahora.

—Cuídese mucho y siga todas mis instrucciones—. me pasó una receta la cual tomé y la guardé.

No dije nada más que otro "gracias" y caminé con su ayuda hasta la puerta del hospital.
Le di un espontáneo beso en la mejilla y caminé hacia una dirección desconocida.

Ahí estaba ahora, perdida y sola en un país que no conocía, al menos hablaba el español y eso era ventaja para mi.

Pasé días y días buscando empleo, pero nadie quería dármelo. Yo omitía que era una asesina, ya que si lo sabían me entregarían a la policía.
Sabía que no iba a encontrar un trabajo de la noche a la mañana, pero por ser extranjera, nadie confiaba en mi.

Llegué a una residencia, en donde me dijeron que solicitaban ama de llaves, quizá eso sí podría hacerlo bien...
La señora Marie escuchó atentamente mi historia y me dio el trabajo, le agradecí eternamente por la oportunidad y prometí no fallarle. Mi ahora jefa, estaba inválida, y siempre se la pasaba en cama.
Esa misma tarde empecé con mis deberes. Marie Prescott me dio un pequeño cuarto donde podría quedarme, así ya no tendría que preocuparme por mi alojamiento.

Sus hijos llegaron, un chico alto, delgado y muy guapo, y una chica igual de bonita, con mucho parecido a su hermano.
Marie me los presentó como Alessander y Vanessa Prescott, también me mencionó que tenía otro hijo pero prefería no hablar de él.

Alessander era muy bondadoso y amable, Vanessa era presumida y orgullosa, y con razón, su casa parecía todo un palacio.
Ella estaba empeñada en hacerme la vida de cuadritos, pero Alessander siempre estaba al tanto de lo que pudiera necesitar.

En poco tiempo el joven Prescott y yo, formamos una amistad y no por el hecho de tener los dos 20 años, sino porque compartíamos casi los mismos sueños, él estudiaba para abogado y yo quería serlo. Así que un día me dio la grata sorpresa de que me había conseguido una beca en la Universidad donde él estudiaba, más bien era un colegio ya que por el folleto que Alessander me dio, parecía una escuela para gente de clase alta.
Lo abracé con tanta ternura y le agradecí hasta el cansancio, lo mejor era que podría empezar mis clases justo a la semana entrante. Estaba tan contenta por haber encontrado gente que me demostrara su cariño...

Marie estaba contenta porque Alessander hizo eso por mí, me dijo que me lo merecía y que lo aprovechara al máximo. Yo asentí y la señora estuvo dispuesta a darme los días necesarios para poder estudiar sin ningún inconveniente.
También le di un fuerte abrazo a ella y después bajé a hacer mis quehaceres, y Vanessa estaba ahí sentada en el sofá, con una laptop en las piernas y sus grandes lentes puestos.

—Ya me enteré que mi hermano te consiguió una beca—. me dijo mientras se quitaba los lentes.

—Pues sí, Aless es un buen chico.

—Lo es cuando le conviene—. frunció el ceño. —Mira Daphne, quiero que te quede algo bien claro, en esta casa tú siempre vas a ser una ama de llaves, una indigente que no tenía futuro, pero que gracias al tonto de mi hermano, lo tendrás. También que aquí hay reglas específicas, y la primera es que no te le acerques a ninguno de mis hermanos ¿está claro?— se puso de pie y quedó frente a mi, esa chica alta y de ojos avellana me estaba haciendo sentir aplastada e inferior, pero no podía hacer nada más al respecto, más que solo asentir y bajar la mirada. 

—Quiero que no des molestias—. continuó. —Nada cambiará que tu estancia aquí sea de una simple sirvienta ¿estamos Daphne Collins?

—Sí señorita Vanessa—. tuve que decir humillada.

—Bien, ahora esfúmate no quiero verte cerca de aquí—. regresó al sofá y yo caminé a la cocina.

Estando ahí, lágrimas empezaban a escurrir por mis mejillas, la vida no es siempre de color rosa y tienes que aguantar lo que venga, y es que en parte Vanessa tenía razón... si no fuese por Alessander yo nunca hubiera alcanzado mi sueño.

Él llegó a la cena y como siempre les serví, mientras me iba a la cocina. Mis ánimos estaban por el suelo, quería gritarle a Vanessa, pero ni qué. Después de todo ella era mi jefa también.
Cuando hubieron terminado de cenar, recogí los platos y fui a lavarlos.
Alessander se acercó a mí.

—¿Necesitas una mano?—. él metió sus manos entre la espuma del jabón.

—Qué haces Aless, deja eso—. le quité el plato. —Eso lo debo hacer yo que soy la sirvienta.

—¿Por qué dices eso? De vez en cuando te ayudo y lo sabes—. hizo un puchero.

—Porque es la verdad, ahora sécate las manos—. le pasé una franela seca.

—¿Quién te metió esas ideas Daphne? Tú sabes que para mí no eres solo una sirvienta, eres mi amiga.

—Nadie, yo sola me di cuenta, ahora ve a tu habitación... debes tener mucho que estudiar.

—¿Fue Vanessa cierto?—. me miró frunciendo el ceño.

—No...

—Daphne...

—Te contaré después, puede escucharnos.

—Okey, pero déjame ayudarte—. volvió a meter sus manos.

—No tienes remedio Alessander—. reímos juntos

—Tú eres la que no tiene remedio, mira que negarme ayudarte...—. levanta el dedo y me lanza una gotita de jabón.

—¡Tonto!— le grité y le regresé la gotita de jabón mientras hacíamos una mini guerra de espuma.

Terminamos de lavar los platos y nos sentamos juntos en la mesa de la cocina.

—¿Ahora me lo dirás?

—Pues...—. después de tartamudear un poco, le conté a Alessander lo que Vanessa me dijo, él se indignó mucho pero le pedí que no le mencionara nada de lo que hablamos.
Él asintió sin quitar su cara de indignación, hice algo para sacarle una sonrisa y lo logré, pronto nuestra tensa y  desagradable plática se convirtió en una guerrilla de cosquillas, Aless todavía llevaba un niño dentro pues me hizo bromas aún mejores que las mías.

Buscábamos lo mismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora