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Los días iban pasando y Alessander ya se estaba convirtiendo en mi mejor amigo.
Un día llegó muy contento llamándome a su habitación, yo le obedecí y lo seguí.

—¿Qué te traes Aless?

—Bueno, como me contaste que te gustaría trabajar de otra cosa, conseguir tu propio dinero e ir a ver a tu padre te conseguí esto...— él me pasó una carpeta y yo empecé a leerla con asombro.

—¡No puedo creerlo!— me tapé la boca del asombro. —¡Alessander! ¡Muchísimas gracias!— lo abracé dando muchas vueltas y saltitos.

—De nada, lo hago con mucho gusto para ti, te lo mereces, eres una buena chica— él me sonrió.

—¡Y tú eres el mejor amigo de todo el mundo!— le dije casi a gritos.

—Bueno, bueno, sé que soy genial, ahora tú preocúpate en conservar el empleo, en tus estudios y nada más ¿estamos?— extiende su mano.

—¡Estamos!— cerramos el trato con un fuerte apretón de manos.

Fui muy contenta a mi cuarto a guardar los papeles y luego a continuar con mis deberes.

Al día siguiente era sábado, Miranda quiso acompañarme a buscar el trabajo.
Cuando llegué, era un hospital grande. Sentí un poco de temor pero mi amiga me animó.

Al fin pude entrar a la oficina del director de ese lugar.
—Buenos días señor Cifuentes.

—Buen día, ¿qué deseaba?

—Vine de parte de Alessander Prescott a buscar el trabajo de recepcionista.

—Oh, Aless el buen amigo de mi hijo. Claro, él me ha hablado muy bien de ti, pero debo hacerte una entrevista, ya sabes, políticas.

—Claro, estoy lista—. Intenté estar tranquila y no volver a contestar como tonta.

Después de unas preguntas, el señor me dio el trabajo y podría empezar el lunes por la tarde.

Salí y le conté a Miranda, dimos saltitos de emoción en el piso de abajo.
Estaba tan emocionada y agradecida a Alessander. Lo bueno era que iba a poder estudiar y trabajar al mismo tiempo.

El día lunes llegó, por la mañana fui a la Universidad y en la tarde al hospital.
Me puse lo que sería mi atuendo para el primer día: un vestido rosa palo y zapatos negros. No quería llamar la atención con mi aspecto, así que tomé mi bolso sin antes que Aless me susurrara un: "mucha suerte pequeña". Eso me infundió confianza y salí más decidida aún.

Llegué a mi nuevo empleo, una enfermera joven estaba ahí guardando sus cosas.
Me acerqué a la repisa.

—Hola, soy Daphne Collins— saludé y la chica volteó.

—Ah, Collins la nueva, mucho gusto soy Nancy— la chica me sonríe. —Mi turno ha terminado, pero no harás gran cosa, solo contestar el teléfono, rellenar formularios y cosas así.

—Okey...

—Bueno, debo irme que se me hace tarde, suerte Daphne.

La risueña chica sale de su puesto con sus cosas y yo me puse detrás de esa gran repisa lo que ahora sería mi nuevo lugar de trabajo.

Al inicio todo estuvo tranquilo pero no dejaba de observar por todos lados.
Hasta que llegó un herido porque sus parientes fueron a darme los datos de su paciente.
Estuvieron esperando mucho ya que no sabían qué doctor lo estaba atendiendo. Al poco rato salió el doctor y les dijo unas palabras con las cuales los parientes se echaron a llorar. Supuse que el paciente había muerto... vaya manera de recibir mi empleo, pero debía acostumbrarme, vería enfermos, doctores, enfermeros, aparatos raros... ese sería un nuevo ambiente.
Entonces el doctor se acercó.
—Señorita por favor escriba esto en el expediente del paciente— me dio una hoja con el nombre y el "diagnóstico" del paciente.

—Enseguida doctor.

—Gracias señorita— regresa la mirada a mi. —¿Daphne?— se baja el cubrebocas y yo le sonreí de oreja a oreja.

—Doctor Prescott—. Ambos sonreímos.

—Que bueno verte aquí... quisiera hablar pero no puedo, ¿estarás libre más noche?

—Supongo que hoy sí— miré mi móvil.

—Okey, ¿te veo fuera del hospital a las 9 p.m.?

—Claro— le dediqué otra sonrisa y él avanzó al quirófano de vuelta.

El hospital era un ir y venir de doctores y enfermeros, debía acostumbrarme a estar rodeada de paredes blancas y de trajes blancos y azules. No era tan divertido ser espectador, pero a mí, medicina nunca me gustó. Soy demasiado sensible y si alguien se muriera en mis manos no podría soportarlo.

Las 9 llegaron muy tarde, otra enfermera que le correspondía guardia llegó a relevarme y quedé libre.
Harold tardó un poco, pero llegó.

—Lamento el retraso— sacaba sus llaves y llevaba su bata en mano.

—No te preocupes...

Caminamos al estacionamiento y nos pudimos subir al lujoso Mercedes Benz de Harold. Lo que me sorprendió es que él era relativamente sencillo, pensé que querría ir a algún restaurante caro o algo así, pero me presentó su cafetería favorita.

Nos sentamos en la mesa que estaba cerca del ventanal del establecimiento, pedimos nuestros cafés y empezamos a conversar.

—¿Sabes Harold? Me sorprendes.

—¿Yo? ¿Por qué?

—Pues, porque tú siendo un gran doctor invites a una simple recepcionista a un café... es algo raro...

—Daphne por favor, ¿no me digas que te fijas en esas insignificancias?

—Sinceramente yo...

—No lo digas, fíjate que no por ser un doctor no significa que no puedo hacer nuevos amigos— sonrió satisfecho.

—Eso me hace sentir más cómoda— recargué mi barbilla en mis dorsos.

—Y bien... ¿cómo conseguiste tu trabajo?

—Alessander me recomendó.

—¡¿Alessander hizo eso?!

—Sí...— fruncí el ceño.

—Vaya, quizás ya cambió.

—Él es un buen chico.

—Pues... yo que tú lo pensaría antes, aún no conoces el lado oscuro de Alessander.

—Wow...

—Bien... ¿cómo te has sentido? ¿cómo te tratan en casa de mamá?

—Me he sentido bastante bien, seguí tus recomendaciones y ya no tengo problema alguno, tu mamá y Aless son unos amores, pero Vanessa es muy... presumida.

—Oh sí, mamá es bastante hogareña, Vanessa es así, perdónala está amargada por no casarse—. Reímos con ganas.

—No puedo creer que hables así de tu hermana.

—Se lo merece la desgraciada— continuaba riendo. —¿y tu familia?

—Mi familia...— solté un suspiro. —Mi padre en Londres mi mamá quien sabe.

—¿No la conoces?

—No... solo en fotos pero no es igual— sentí mis ojos nublarse.

—¿Y tu padre por qué está en Londres?

Sentí la confianza de hablarle con la verdad a Harold como lo había hecho con Miranda, siempre omitiendo mi crimen. Luego empecé a derramar lágrimas que Harold me limpiaba con su dedo pulgar.
—No llores, una chica tan bella como tú no debe llorar... lo volverás a ver estoy seguro.

—Quiero darle la satisfacción de verme siendo una triunfadora y ya no como la tonta que era.

—No hables así, no eres tonta...— tomó mi mano. —Nunca te menosprecies.

—Si tan solo me conocieran más me entenderían— sentí que esas palabras no fueron muy apropiadas y me arrepentí de haberlas dicho.

Harold siguió consolándome para luego regresarme a casa...

Buscábamos lo mismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora