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Roberto.

Ese día salí temprano de trabajar y fui a casa.
Mi hermano Erick ya estaba ahí y nos pusimos a platicar. Yo le conté lo que había pasado con Daphne.

— ¿Dices que se apellida Collins? — pregunta Erick.

Asentí. — ¿La conoces? — frunció el ceño.

— ¡Por supuesto! Era mi amiga y compañera de trabajo, desde que cambié de bufete perdí contacto con ella.

—Oh dios...

— ¿Por qué tanto interés? — levanta las cejas sorprendido.

—Porque me preocupa su estado emocional. Hoy llegó al hospital muy mal.

—Sí claro. Ya sé que Daph no es nada fea pero...

—Pero nada. Yo sé respetar y sobre todo que es la casi esposa de Harold Prescott.— digo con firmeza.

— ¿Y eso qué? Él la dejó sola y tú puedes ayudarle, yo siento que te interesa. Desde que me contaste que atendiste a su hija hace unos 4 años atrás noté una especial atención. Sé que Kiara resultó una psicópata pero tú eres joven y necesitas de alguien que se parezca a ti.

—Estás loco Erick. Yo siempre me intereso por mis pacientes sin fines románticos. Y con el asunto de Kiara, eso ya está olvidado y no quiero que lo vuelvas a mencionar.

—Eso dicen todos— tomó la guitarra. —prometo no mencionarte nada más de Collins.

—Estaré en la azotea— tomé unos libros y salí.

— ¡No te enojes! — gritó y se rió.

No es que Daphne me interesara pero si me preocupaba qué había pasado entre Prescott y ella para que estuviera tan mal.

Quería ayudar a arreglar su problema.
Se me ocurrió algo loco pero que quizá fuera la solución a sus problemas, aunque ella no me considerara un amigo cercano, quería que ella y su hija fueran felices.

Consulté con Ian, al principio se sintió un poco sorprendido pero finalmente aceptó mi plan.

En el transcurso de los días reunimos el dinero necesario, hasta la esposa de Ian cooperó con nosotros y así pudimos cumplir con la primera parte y que Miranda se lo diera.

Un día que estaba en mi consultorio alguien llamó a la puerta. La abrí y una Daphne sonriente estaba del otro lado.
Apenas pude decir algo ella ya me tenía abrazado.

—Gracias, gracias mil gracias— decía.

— ¿Gracias de qué? — respondí haciéndome el sorprendido.

— ¿Cómo que de qué? ¡de los boletos! Es un gran amigo— sonrió ampliamente.

—Oh, no todo fue obra mía, sus amigos también cooperaron.

—Son los mejores, muchas gracias. Aunque no era necesario que hicieran semejante sacrificio.

—No agradezca. Pensé que esa sería la solución a su problema y yo quiero lo mejor para mi paciente favorita.

—Es un gran amigo y médico. ¿Nos acompañará?

—No, prefiero enterarme después. El viaje es para ustedes y que lo disfruten.

—Vamos... hay lugar para usted.

—De verdad no le prometo nada, pero haré lo posible.

—¡GRACIAS!— volvió a abrazarme y después se retiró.

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