capitulo 8

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- Cuéntame entonces, ¿qué haces mientras estás en el libro, te tumbas y esperas que alguien te convoque?

Él asintió.

- ¿Y qué haces para pasar el tiempo?

Niall se encogió de hombros y Victoria cayó en la cuenta de que, en realidad, no demostraba poseer un gran número de expresiones.

Ni de palabras.

Se acercó a la mesa y se sentó en un taburete frente a él.

- A ver, de acuerdo con lo que me has dicho tenemos que estar juntos durante un mes, ¿qué tal si nos dedicamos a charlar para hacerlo más agradable?

Niall levantó la mirada, sorprendido. No podía recordar la última vez que alguien quiso conversar con él, excepto para darle ánimos o hacerle sugerencias que lo ayudaran a incrementar el placer que les proporcionaba. O para pedirle que volviera a la cama. Había aprendido a una edad muy temprana que las mujeres sólo querían una cosa de él: esa parte de su cuerpo enterrada profundamente entre sus muslos.

Con esa idea en la mente, paseó lentamente la mirada por el cuerpo de Victoria, deteniéndose en sus pechos, que se endurecieron bajo su prolongado escrutinio. Indignada, Victoria cruzó los brazos sobre el pecho y esperó a que él la mirara a los ojos. Niall casi soltó una carcajada. Casi.

- A ver — dijo él utilizando sus mismas palabras — Hay cosas que hacer con la lengua mucho más placenteras que charlar: como pasártela por los pechos desnudos y por la garganta — bajó la mirada hacia el lugar donde, aproximadamente, quedaría su regazo a través de la mesa — Sin mencionar otras partes que podría visitar. Por un instante, Victoria se quedó sin habla. Y después le encontró la gracia al asunto. Y un momento más tarde empezó a ponerse muy cachonda. Como terapeuta, había oído cosas mucho más sorprendentes que ésa, se recordó. Sí, claro, pero no lo había dicho una persona con la que ella quería hacer otras cosas aparte de hablar.

- Tienes razón, hay otras muchas cosas que se pueden hacer con una lengua; como, por ejemplo, cortarla — le dijo, y se regodeó en la sorpresa que reflejaron sus ojos — Pero soy una mujer a la que le gusta mucho hablar, y tú estás aquí para complacerme, ¿verdad?.

Su cuerpo se tensó de forma muy sutil, como si se resistiera a aceptar su papel.

- Es cierto.

- Entonces, cuéntame lo que haces mientras estás en el libro.

Victoria sintió como sus ojos la atravesaban con una intensidad tan abrasadora que la dejó intrigada, desconcertada y un poco asustada.

- Es como estar encerrado en un sarcófago — contestó él en voz baja — Oigo voces, pero no puedo ver la luz ni ninguna otra cosa. No puedo moverme. Simplemente me limito a esperar y a escuchar.

Victoria se horrorizó ante la simple idea. Recordaba el día, mucho tiempo atrás, en que se había quedado encerrada accidentalmente en el armario de las herramientas de su padre. La oscuridad era total y no había modo de salir. Aterrorizada, había sentido que se le oprimían los pulmones y que la cabeza empezaba a darle vueltas por el miedo. Chilló y pataleó contra la puerta hasta que tuvo las manos llenas de moratones.

Finalmente, su madre la escuchó y la ayudó a salir. Desde entonces, Victoria sentía una ligera claustrofobia debido a la experiencia. No podía imaginarse lo que sería pasar siglos enteros en un lugar así.

- Es horrible — balbució.

- Al final te llegas a acostumbrar. Con el tiempo.

- ¿De verdad? — no estaba muy segura, pero dudaba que fuese cierto. Cuando su madre la sacó del armario, descubrió que sólo había estado encerrada media hora; pero a ella le había parecido una eternidad. ¿Qué se sentiría al pasar realmente una eternidad encerrado?. — ¿Has intentado escapar alguna vez?.

La mirada que le dedicó lo decía todo.

- ¿Qué sucedió? — preguntó Victoria.

- Obviamente, no tuve suerte.

Se sentía muy mal por él. Dos mil años encerrado en una cripta tenebrosa. Era un milagro que no se hubiera vuelto loco. Que fuera capaz de sentarse con ella y hablar. No era de extrañar que le hubiese pedido comida. Privar a una persona de todos los placeres sensoriales era una tortura cruel y despiadada. Y entonces supo que iba a ayudarlo. No sabía muy bien cómo hacerlo, pero tenía que haber algún modo de liberarlo.

- ¿Y si encontráramos el modo de sacarte de ahí?.

- Te aseguro que no hay ninguno.

- Eres un tanto pesimista, ¿no?

La miró divertido.

- Estar atrapado durante dos mil años tiene ese efecto sobre las personas.

Victoria lo observó mientras acababa la comida, con la mente en ebullición. Su parte más optimista se negaba a escuchar su fatalismo, exactamente igual que la terapeuta que había en ella se negaba a dejarlo marchar sin ayudarlo. Había jurado aliviar el sufrimiento de las personas, y ella se tomaba sus juramentos muy en serio.

Quien la sigue, la consigue. Y aunque tuviese que atravesar océanos o cruzar el mismo infierno, ¡encontraría el modo de liberarlo!.

Mientras tanto, decidió hacer algo que dudaba mucho que alguien hubiese hecho por él antes: iba a encargarse de que disfrutara de su libertad. Las otras mujeres lo habían mantenido encerrado en los confines de sus dormitorios o de sus vestidores, pero ella no estaba dispuesta a encadenar a nadie. - Bien, entonces digamos que esta vez vas a ser tú el que disfrute, tío. Él alzó la mirada del cuenco con repentino interés. - Voy a ser tu sirvienta — continuó Victoria — Haremos cualquier cosa que se te antoje. Y veremos todo lo que se te ocurra. Mientras tomaba un sorbo de vino, curvó los labios en un gesto irónico. - Quítate la camisa. - ¿Cómo? — preguntó Victoria. Niall dejó a un lado la copa de vino y la atravesó con una lujuriosa y candente mirada. - Has dicho que puedo ver lo que quiera y hacer lo que se me antoje. Bien, pues quiero ver tus pechos des-nudos y después quiero pasar la lengua por… - ¡Oye grandullón!, ¡relájate! — le dijo Victoria con las mejillas ardiendo y el cuerpo abrasado por el deseo - Creo que vamos a dejar claras unas cuantas reglas que tendrás que cumplir estés aquí. Número uno: nada de eso. - ¿Y por qué no?. Sí, le exigió su cuerpo entre la súplica y el enfado. ¿Por qué no?. - Porque no soy ninguna gata callejera con el rabo alzado para que cualquier gato venga, me monte y se largue.

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