Capitulo 41

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Victoria se limpió las lágrimas de la cara mientras entraba en el camino de acceso al jardín. Apretó los dientes al bajarse del coche, y cerró la puerta con un fuerte golpe.

Al infierno con Niall. Podía quedarse atrapado en el libro para toda la eternidad. Ella no era un trozo de carne a su entera disposición.

¿Cómo pod…?

Buscó en el bolsillo las llaves de la entrada.

- ¿Y cómo no iba a hacerlo? — murmuró. Sacó la llave y abrió la puerta.

La ira la consumía. Estaba siendo irrazonable, y lo sabía. Niall no tenía la culpa de que Paul hubiese sido un cerdo egoísta. Como tampoco era culpable de que ella temiese ser utilizada.

Estaba culpando a Niall por algo en lo que no había participado, pero aún así…

Sólo quería a alguien que la amara. Que alguien quisiera quedarse a su lado.

Y había esperado que al ayudar a Niall se quedara cerca y…

Cerró la puerta y meneó la cabeza. Por mucho que deseara que las cosas fuesen distintas, nada iba a cambiar, puesto que no estaba escrito que fuesen de otro modo. Había escuchado lo que Ben contó acerca de la vida de Niall. La historia que el mismo Niall contó a los niños sobre la batalla.

Recordaba el modo en que había cruzado la calle como una exhalación para salvar al niño.

Él había nacido para liderar un ejército. No pertenecía a esta época. Pertenecía a su mundo antiguo.

Era muy egoísta por su parte intentar mantenerlo a su lado, como si fuese una mascota que acabase de rescatar.

Subió las escaleras penosamente, con el corazón destrozado. Tendría que alejarse de él. Era todo lo que podía hacer.

Porque, en el fondo, sabía que cuanto más supiese acerca de Niall, más cariño le cogería. Y si él no tenía intención de quedarse, acabaría muy herida.

Había subido la mitad de la escalera, cuando alguien llamó a la puerta principal. Por un instante, se le levantó el ánimo al pensar que podía ser Niall; hasta que llegó a la puerta y vio la silueta de un hombre bajito esperando en el porche.

Entreabrió la puerta y emitió un jadeo.

Era Rodney Carmichael.

Llevaba un traje marrón oscuro, con una camisa amarilla y corbata roja. Se había peinado hacia atrás el pelo corto y negro, y le dedicaba una radiante sonrisa.

- ¡Hola Victoria!

- Señor Carmichael — lo saludó glacialmente, aunque el corazón le latía a toda prisa. Había algo definitivamente espeluznante en este tipejo delgado

—. ¿Qué está haciendo aquí?

- Pasaba por aquí y me detuve para saludar. Se me ocurrió que pod…

- Tiene que marcharse.

Él frunció el ceño.

- ¿Por qué? Sólo quiero hablar contigo.

- Porque no atiendo a mis pacientes en casa.

- Vale, pero yo no soy…

- Señor Carmichael — le dijo con brusquedad

—. Tiene que marcharse. Si no lo hace, llamaré a la policía.

Sin hacer mucho caso a la ira de Victoria, asintió con la cabeza, demostrando tener la paciencia de un santo.

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