2 - Viejas novedades

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El despertador comenzó a sonar, taladrándome los oídos, y bajé al piso de abajo. Desayuné rápidamente, tratando de, por una vez en mi vida, no manchar nada. Me puse unos vaqueros negros y un jersey fino azul oscuro. Me despedí de mamá y corrí hacia fuera, donde mi hermano me esperaba subido al coche.

- ¿Qué, te quedaste dormida? – Se burló poniendo en marcha el coche y arrancando hacia el instituto.

- No. – Me giré hacia la ventanilla. Hacía un día bonito. – Vamos veinte minutos adelantados, Ben.

- No te enfurruñes, es para hacer amigos.

- Hacer amigos. – Repetí en un bufido. - ¿En qué me ayuda llegar temprano a hacer amigos?

- Si llegas pronto tienes tiempo de hacer migas con alguien antes de que empiecen las clases.

No me digné a contestar. Mi hermano, tres años mayor que yo, era el chico más popular de su curso en nuestro anterior instituto. Yo, en cambio, solo tenía una amiga. Tenía, porque habíamos perdido el contacto este verano al decirle que me iba a mudar a, nada más ni nada menos que a Inglaterra. Británicos por todas partes.

- Feliz primer día, hermanita. – Dijo Ben abriéndome desde fuera la puerta del copiloto. Ya habíamos llegado.

Bajé y observé la preciosa construcción tipo Hogwarts, solo que de madera y piedras blancas. Era enorme, y estaba posicionada en un gigantesco prado. Detrás de la edificación monumental, se encontraba un campo de fútbol americano brutal. Un estadio en toda regla. Sobre la puerta principal del instituto, había una placa metálica gris que rezaba; Tottenhall College. Y, encima, una bandera de Inglaterra.

Vi una chica sentada en un banco. Creo que era la única tan estúpida como yo como para llegar a esas horas al instituto. Así que saqué un libro y me senté junto a ella a leer tranquilamente.

Estuve así, sin darme cuenta de que la gente iba llegando y formando grupitos de amigos contentos de verse por fin después de las vacaciones, hasta que sonó el timbre. Salí de mi ensimismamiento y seguí a la acalorada multitud que, entre gritos, golpes, empujones y jaleo corrían hacia las taquillas. Giré sobre mis talones al llegar al aula que, supuse por el letrero, sería de información. Golpeé suavemente la puerta y entré.

Era una sala pequeña, con un par de sillas para esperar, y un mostrador en el que se encontraba una mujer mayor. Me miró confundida, seguramente porque nunca antes me había visto por allí, y luego pareció atar cabos. Me hizo un gesto con la mano y me acerqué.

- Tú eres la nueva, ¿verdad?

- Sí, soy yo. ¿Me podría dar mi horario, por favor?

Se puso a buscar entre montañas de papeles perfectamente clasificados y sacó uno. Lo observó unos instantes antes de darle el visto bueno y me lo pasó por encima de la mesa.

- Bueno, esta es la hoja que le tienes que dar a tu tutor al llegar a clase. – Dijo pasándome otra hoja con una sonrisa amable. – Y la de antes era el horario. ¿Puedo ayudarte en algo más?

- No, gracias. Tengo que irme ya o llegaré tarde. – Me disculpé señalando hacia la salida.

- Bienvenida al colegio entonces, señorita... - Pasó una uña rosa por la hoja de papel y paró en mis datos. – Irene.

Sonreí y me dirigí hacia mi clase. Por suerte, el instituto no era muy laberíntico. Llegué a mi aula. Tomé aire y, con el corazón a punto de estallar, llamé a la puerta. Me abrió un hombre redondito, grande y con unas gafitas que casi parecían de juguete en comparación con él. Sin decir nada, y aguantando la respiración, le entregué la hoja que me había dado la secretaria. La leyó y luego me miró incrédulo, como si nunca recibiesen nuevos alumnos.

Puntos suspensivosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora