26 - Benjamina

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La tarde del viernes resultó ser aburrida. Pensando en cómo sería mi cita con Thomas, y tratando de olvidar ese tema.

- ¿Cenarás con él o te hago comida también a ti? – Preguntó mi hermano cuando llegué a casa.

- Supongo que cenaré por ahí. – Me encogí de hombros. – Pero haz para dos por si acaso, y me lo comeré mañana si al final hoy no lo necesito.

- O puedes quedarte sin cenar. – Comentó como si nada. Le di una torta. - ¿Cuándo va a venir?

- No lo sé. Dijo que sobre las siete.

- ¡Irene! – Se giró hacia mí y me enseñó su reloj. - ¡Son las seis!

- ¿Y?

Se dio un golpe en la frente con la cara.

- Necesitas prepararte, enana estúpida.

- No necesito una hora para ello. – Le pasé una mano por el pelo y luego me la limpié con teatralidad en el pantalón. – Quizás tu sí.

Él lanzó una carcajada.

- Sube, y si te sobra tiempo te doy permiso para pegarme.

Sin pararme a contestar, subí corriendo las escaleras hasta mi habitación, escuchando sus risas en el piso de abajo.

Me duché y me lavé el pelo. Luego llegó el momento de elegir la ropa, pero, ¿qué hay que ponerse para una cita en la que no sabes a dónde vas a ir? Podría ponerme una falda, pero sería incómodo si íbamos a andar mucho, lo mismo con un vestido. Quizás iba demasiado informal si me ponía unos vaqueros rotos, pero muy elegante con algún mono.

Al final, me metí en unos vaqueros negros y una blusa blanca de tirantes. Me puse unos playeros blancos y me até el pelo en una trenza que me llegó hasta la mitad de la espalda. No me maquillé.

Una vez estuve lista bajé orgullosamente a la cocina, donde mi hermano me esperaba apoyado en la encimera.

- Son las siete menos diez, pequeño saltamontes. – Me enseñó su reloj. – He ganado.

- En realidad, hermanito, tú decías que no llegaría para las siete. Y de hecho estoy lista con diez minutos de sobra.

Sonrió.

- No estás maquillada.

- Ni que eso fuese nuevo.

La sonrisa se le extendió más a lo largo de la cara, se puso una mano en la cintura y sacudió las pestañas.

- Pero, querida, una no es persona sin maquillaje, o sea, de verdad. – Dijo con voz afeminada.

Lo aparté de un empujón, sonriendo.

- Anda, quita, señorita. – Le espeté.

- ¡Por favor! – Continuó con esa voz chillona. – Tienes que, o sea, ir perfecta para tu cita, nena. ¿No quieres ir perfecta para tu cita?

- No es una cita seria.

- ¡Pero es una cita!

Reí y me pasé las manos por la cara.

- Qué pesada eres, Benjamina. No voy a...

Entonces me sonó el móvil en el bolsillo trasero del pantalón. Maldita sea.

- ¿Sí?

- Hola, pequeña.

- ¿Thomas? ¿De dónde has sacado mi número?

- Ah, contactos, ¿no te parece bien? – Casi podía sentir su sonrisa de no-me-importa-si-no-te-parece-bien al otro lado de la línea. – Me gusta cómo te queda la trenza.

Me sonrojé, y traté de ocultarlo, aún que sabía que él no podía verlo.

Espera. Él no podía verlo.

- ¿Cómo has...? ¿Cómo...?

Escuché su risa amortiguada.

- Asómate a la ventana.

- Verás al niño en la cuna... - Musité mientras me encaminaba hacia ella.

Vislumbré el coche de Thomas al otro lado de la calle.

- Podrías haber llamado al timbre, ¿sabes?

- No habría quedado tan bien. Ale, sal.

Me despedí de mi hermano y salí a la calle. Todavía no había anochecido, y estábamos en ese momento del día en el que el cielo era azul blanquecino y con los bordes naranjas. Bajo esa luz suave de los últimos rayos de sol, el coche negro parecía tener reflejos dorados.

Entré en el coche y me senté en el asiento de copiloto, junto a Thomas. Él iba con una camiseta blanca de manga larga con las costuras negras hacia fuera y unos pantalones negros también.

- ¿A dónde vamos? – Pregunté alegremente. Después de todo, no había por qué amargar la cita. Solo sería una vez. Él arrancó el coche y lo puso en marcha.

- Sorpresa.

- Dame alguna pista.

- ¿Por ejemplo?

- ¿Voy bien vestida?

Me lanzó una mirada de reojo antes de volver a posar la mirada sobre la carretera.

- Perfectamente.

No sé si fue la forma en la que lo dijo, pero apartéla mirada de él, cohibida, y me dediqué a mirar por la ventana hasta que llegamos a nuestro destino.

Puntos suspensivosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora