36 - Difícil perdón

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MARATÓN (4/7)

Marie se apartó un paso de John cuando este la cogió suavemente de la cintura. Él ladeó la cabeza y trató de besarla como tantas veces últimamente. Por primer vez, ella se apartó antes de que sus labios se rozasen siquiera.

- Tenemos que hablar. – Dijo.

Malditas tres palabras. Al ver que no decía nada, continuó.

- ¿Por qué...? ¿Qué somos... nosotros?

Esa pregunta lo descolocó completamente, no esperaba enfrentarse a ese tema tan pronto. Quería disfrutar de ella un poco más.

Marie subió la mirada hasta los ojos de John, un tanto avergonzada. No quería que él pensase que ella iba a rogarle. No pensaba hacerlo. Le quería, sí. Le amaba. Pero no iba a rebajarse por él si él no la quería a ella.

- ¿A qué te refieres? – Preguntó él tratando de no mostrarse por dentro.

Ambos con su coraza. Ambos mostrándose impasibles ante lo que les mata por dentro. Solo con que uno diese un paso hacia delante, que dijese dos palabras, que confesase...

- A esto. – Respondió Marie. – A todo esto. Sales... con Luna. Y llevamos un par de meses haciendo encontronazos de este tipo, y no hay indicios de que nada vaya a cambiar. ¿Qué soy yo para ti?

John se pasó una mano por el pelo. Una pregunta demasiado directa. La tensión se podía cortar con un condenado cuchillo.

- Eres... - ¿Mi vida? ¿Mi amor? ¿Mi todo? ¿Mi mundo? Más que eso, pero, ¿qué decirle? No podía decirle la verdad, y estaba harto. Apretó los puños con fuerza.

- ¿Soy?

- No lo sé, Marie, qué más da, ¿a qué viene esto?

Ella se rascó la muñeca. Algo muy típico de ella cuando estaba nerviosa. John lo estaba demasiado como para darse cuenta.

Marie decidió salirse por la tangente.

- Ese día... cuando nos mandaron ir a buscar los balones. Me dijiste que me querías. Yo... quería saber si lo decías en serio.

John no podía. No podía mirarla a los ojos y mentirle otra vez. Simplemente era imposible. Imposible como el hecho de que la necesitase, pero era cierto. Y la verdad era lo que ella quería, lo que se merecía. Pero tampoco podía decírselo todo y ver qué pasaba.

- Significas mucho para mí. – Respondió simplemente.

- Mi perro significa mucho para mí, John. – Repuso Marie con una risa escéptica. – El verano significa mucho para mí, sacar buenas notas significa mucho para mí. Esa no es una respuesta a la pregunta que te he hecho.

- ¿No puedes dejarlo estar?

- ¡Lo he dejado estar meses!

Nada más decir eso Marie dio un paso atrás. Sacudió las manos para recuperar el control de sus emociones y respiró hondo. <<No te muestres débil, no te muestres débil>>

- Lo siento. – Se disculpó. – Solo quiero saberlo, no sé.

- ¿Por qué?

- Porque quiero poder comprender lo que pasó con nosotros, ¿contento? Quiero saber... por qué.

Por qué. Dios, si en el fondo era tan fácil. Pero en sus mentes todo estaba tan tergiversado, y habían calculado tan mal lo que podría pasar si eran sinceros otra vez el uno con el otro que ya no podían serlo.

Estaban rotos, sí. Uno por culpa del otro y viceversa. Pero estaban rotos desde antes de conocerse, mucho antes de amarse, mucho antes de dolerse. Y a pesar de todo se daban la libertad de culparse de todas las grietas que llevaban.

- ¿Por qué no puedes olvidarlo y ya está? – Soltó John dando un paso hacia delante.

A Marie se le cortó la respiración.

- ¿Olvidarlo? – Su voz sonó en un susurro casi inaudible.

¿Olvidar el qué? ¿Las noches enteras hablando sin aburrirse ni un instante? ¿Los besos compartidos? ¿Las risas? ¿Las aventuras vividas?

- Olvídalo, ¿sí? Se acabó.

Ella se sintió hervir la sangre.

- ¿Me llevas utilizando todo este tiempo? – Le espetó con los ojos secos, pero ardiendo. - ¿Es eso? ¿Te has aburrido de Luna y has acudido a mí?

John se envaró.

- No te he utilizado en ningún momento.

- Pues dime qué es todo esto, Miller.

- Venga ya, ¿siempre tienes que ser tan cabezota?

Eso le dolió como una puñalada. Así que cerró los ojos, respiró hondo y se tranquilizó.

- Pues sí. Soy una cabezota. Está bien, lo acepto. Soy torpe, escandalosa, fría, seca, cortante, intensa...

- Marie.

- Fastidiosa, estresante, desconfiada, todo lo quiero a mi manera, soy impaciente...

- Marie, basta.

- A veces me ilusiono rápido, soy frágil, no hablo con todo el mundo, soy penosa, me cuesta expresar mis sentimientos, terca...

- Eres perfecta.

Y, Dios, había tanto sentimiento en sus palabras que el siguiente insulto dirigido a sí misma, fuera cual fuera, murió en su garganta.

Ella levantó la vista de golpe y se lo encontró ahí, mirándola realmente como si fuera perfecta. Observando su reacción con cautela, como si a ella eso le hubiese podido parecer mal.

Los ojos se le llenaron de lágrimas. Maldita sea, ¿por qué siempre lloraba?

- Escúchame. – John dio un paso al frente. – Eres perfecta. Y... y ahora debería soltarte aquí un discurso precioso sobre cuánto te quiero pero es que ahora mismo no puedo pensar, ¿vale? No puedo porque tú eres perfecta y yo soy un maldito desastre.

Cerró los ojos, bajando la cabeza y masajeándose la sien con la mano. Soltó un suspiro entrecortado.

- No vuelvas a decir todas esas cosas de ti. – Dijo al fin. – Eres perfecta, pero no como esas chicas de revistas. Eres perfecta por la forma en la que piensas, por esa chispa en tus ojos cuando hablas de algo que te gusta. Eres perfecta por la capacidad de hacer que las personas sonrían incluso si estás triste. Eres hermosa, y no por algo tan temporal como tu aspecto. Lo eres en el fondo de ti, y yo tengo la suerte de verlo. Tengo la enorme suerte de quererte.

Quererla era una suerte. Él la quería.

Marie le observó con detenimiento. Ese mechón de pelo despeinado, las manos quietas a ambos lados de su cuerpo, los ojos fijos en ella.

Dios, solo quería ir a abrazarle, decirle que ella también le quería. Pero había algo que no encajaba.

- Si me quieres, - Susurró con la voz temblorosa. - ¿por qué estás con Luna?

John abrió la boca para decírselo de una vez por todas, porque estaba harto. Porque estaba harto de quererla y no poder decírselo a todas horas. De que ella no comprendiese nada porque nadie se había molestado en explicarle ni siquiera lo que podía saber, y entonces el teléfono de Marie comenzó a sonar.

- Marie, soy René. No te enfades, pero Luna está en mi casa. Me ha explicado un montón de cosas. Tienes que venir, por favor. Te prometo que no te vas a arrepentir.

El mensaje terminó y el silencio inundó la estancia de nuevo.

John ya sabía lo que Marie iba a descubrir ese día y, por el amor de Dios, tenía que ser él el que se lo dijese. Tragó saliva, hizo acopio de valor y se preparó para soltarlo todo. 

Puntos suspensivosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora