Thomas se levantó sonriendo de lado. Enarcó las cejas, apartándose el flequillo de los ojos negros, y me miró.
- ¿Tienes alguna objeción, pequeña?
¿Me medía? No quería estar a solas con él en un espacio tan pequeño, pero necesitaba preguntarle algo. Además, así se tragaría esa voz orgullosa.
- Ninguna. – Le sonreí angelicalmente y me dirigí al armario con él a mi espalda.
Abrí la puerta y entré en el estrecho espacio. Un segundo más tarde, Thomas se metió frente a mí y cerró la puerta, dejándonos completamente a oscuras.
- ¿Empezamos a contar? – Nos gritó alguien desde fuera.
- Sí. – El aliento de Thomas me llegó a rozar la oreja, ya que yo tenía la cara girada.
El armario era tan delgado que las puntas de sus zapatos chocaban con las puntas de los míos, y podíamos escuchar cada uno la respiración del otro.
- ¿Estás enfadada? – Preguntó al fin.
- ¿Por qué le hiciste eso a Marie? – Respondí yo.
- ¿Por qué continúas respondiendo a mis preguntas con preguntas?
- ¿En serio, Thomas?
Él rio en voz baja.
- Estás evitando mi pregunta. – No contestó. - ¿Estás borracho?
- No. Por Dios. – Era cierto, el aliento no le olía a alcohol. - ¿Nunca te han dicho que el anfitrión no bebe?
Negué con la cabeza.
- ¿Qué tal la fiesta junto a Sky? – Pregunté para evitar centrarme en su cercanía y ponerme más nerviosa aún.
- Ya sabes, se comportó un poco...
- ¿Cómo una acosadora?
- Sí. – Sonrió. – Cuando Jackson vino a pedirme salir prácticamente casi la mata.
- ¿Te lo llegó a pedir? Jackson, me refiero.
- Sí.
- ¿Y qué le dijiste?
Le quitó importancia con un gesto de la mano.
- Que no, pero, ¿por qué te importa tanto?
Me encogí de hombros. Fui a apartarme el pelo de la cara, pero estábamos tan cerca que al subir la mano le di en la cara.
- Auch. – Se quejó.
No sé por qué, pero la situación me hizo gracia.
- ¿De qué te ríes? – Podía escuchar su sonrisa.
- No lo sé. – Reí.
- A veces pienso que estás loca, de verdad.
Le di un golpe totalmente intencionado en el brazo.
- ¿Ah, sí? – Preguntó. – Vas a ver.
Me inmovilizó los brazos con una mano y con la otra me comenzó a hacer cosquillas. Solté una carcajada medio de sorpresa y medio de risa.
- ¡Thomas! – Reí. - ¡Para!
- No hasta que me pidas perdón por pegarme y digas que soy genial. – Me pegó la espalda a la pared para que no pudiese resistirme a las cosquillas, y no podía. – Ah, y que mis ojos son más bonitos que los de Nathaniel.
Negué con la cabeza. Mis visión ya se había acostumbrado a la oscuridad, así que le podía ver sonreír peligrosamente cerca de mí, aún que era lo más lejos que se podía estar en ese armario, y más haciéndome cosquillas.
- ¡Basta, por favor! – Seguía riendo sin parar.
- ¡Dilo!
- ¡No!
Subí los brazos para liberarme de su agarre, pero solo sirvió para acercarnos más y para que ya no los pudiese bajar.
- ¡Vale, bien, vale! – Grité al final. Él paró al instante, pero no me soltó.
- Adelante. – Sonrió orgullosamente.
- Siento haberte pegado y eres genial.
- Vaya, gracias. – Su respiración me llegaba a la cara. Respiré hondo. - ¿Y qué tal mis ojos?
- Son... más bonitos que los de Nathaniel. – El corazón me iba más rápido de lo normal y la voz... ¿me acababa de temblar?
- Así me gusta.
Me soltó los brazos y los bajé a mis costados. Pero ni yo me aparté ni él lo hizo. Notaba mi rápida respiración y sentía las mejillas calientes. Agradecí en silencio que estuviésemos a oscuras.
Sus ojos, que me miraban suaves, parecían incluso más oscuros (cosa que no creía posible) en esa oscuridad. Realmente eran muchísimo más bonitos que los de Nathaniel o cualquier otra persona que hubiese visto en mi vida.
Para, Irene, ¿qué haces? ¿Qué dices? Es Thomas Clayton, ¿acaso te has dado un golpe en la cabeza? Es un mujeriego. ¿Cuántas veces habrá hecho algo así para encandilar a alguien?
Apoyé la mano en su pecho y lo aparté de mí. Él jadeó, pero se alejó de mí hasta pegar la espalda contra la pared de enfrente.
- Lo siento. – Susurré, aún que no sabía por qué me disculpaba exactamente.
Negó con la cabeza y, sonriendo juguetonamente, me dio un golpe en el brazo.
- Karma. – Dijo mientras pequeñas arruguitas se le formaban detrás de los ojos al sonreír.
Iba a decir algo cuando la puerta del armario se abrió dejando entrar la luz de golpe a nuestros ojos acostumbrados ya a la oscuridad.
- ¡Nathaniel! – Grité tapándome los ojos con el brazo.
- Oh, vaya, ¿molestamos? – Preguntó inocentemente. – Si queréis os damos siete minutos más.
Thomas rio saliendo del armario y yo le seguí hasta sentarnos de nuevo en el círculo junto a los demás. Realmente se me había hecho muy corto, pero a la vez parecía que llevábamos allí dentro mucho más de siete minutos.
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Puntos suspensivos
Teen Fiction- Y, ya que te gustan tanto los libros, - Comentó él mientras se acomodaba mejor en su asiento. - ¿No hay ningún aspecto de ellos que odies? O, por lo menos, que no te guste. - Bueno, no me gusta cuando el libro termina con un final abierto, o con...