Cuando el coche por fin paró, nos encontrábamos frente a un bosque a las afueras. Nunca había estado ahí, pero había oído hablar varias veces sobre la cantidad de parejas que iban allí a "divertirse".
Miré a Thomas de reojo, que no parecía darse cuenta de mi incomodidad. O quizás no le importaba.
Le seguí sin decir nada mientras nos metíamos entre la maleza a pie. Me pareció raro que no hubiese ningún camino, y más aún que se orientase perfectamente y pareciese conocer cada rincón del bosque, pero decidí no preguntar.
Caminamos por entre los arbustos y las flores hasta que, un rato más tarde, llegamos a un claro. Era un espacio como de treinta metros cuadrados, un lugar relativamente pequeño para lo que era el bosque, y con suave hierba alta hasta la rodilla. En los bordes, cuando los árboles se alzaban como una barrera que separaba el resto de la maleza con el claro, las flores crecían como si alguien las hubiese plantado en un círculo perfecto, delimitando el lugar.
La luz del final del crepúsculo, ahora mucho más anaranjada, rozaba la hierba verde dándole un tono más suave y alegre. El aire olía a flores. Flores azules, blancas, rojas... Que se arremolinaban unas alrededor de otras en todas partes.
- ¿Qué es este sitio? – Pregunté dando vueltas sobre mí misma.
Él me miró y sonrió. En el centro del claro, una manta enorme, en la cual todo un festín de dulces varios se encontraban en distintos platitos. Sonreí, sintiendo hambre de pronto. Vaya, se me llega al corazón por el estómago.
- Dios, ¿has venido antes a preparar todo esto?
- La duda ofende. – Se sentó en el suelo, sobre la manta, y me señaló a su lado. - ¿Tienes hambre?
- La duda ofende.
Comimos pastelitos mientras hablábamos hasta que no nos quedaba espacio dentro ni para una miga más. Realmente me lo estaba pasando bien. Pero, eh, Irene, tú no puedes pasártelo bien sin cagarla.
- ¿Qué era...? ¿Quién era la chica... de la habitación?
Estábamos tumbados boca arriba en la hierba, mirando las estrellas. No quise girarme para ver la expresión de su rostro.
- Eso es como preguntarte con qué soñabas esa noche.
Tragué saliva. Pero yo de verdad quería saber quién era. De alguna forma trataba de saber más cosas sobre Thomas. Quería saber quién era esa chica, y poder así comprender mejor al hombre que yacía a mi lado.
- Quizá pueda decírtelo. – Musité. – Si tú me lo cuentas a mí después.
Negó con la cabeza. No lo vi, pero lo noté por cómo se movió la hierba a mi lado.
- No sería justo. – Suspiró. – Ni para ti ni para mí.
- Ah.
Me giré hacia él, quedando tumbada de costado, para verle la cara. Él no pareció notarlo, pero sabía que lo había hecho.
La luz de las estrellas se reflejaba en sus ojos, más oscuros todavía en comparación. Tenía las manos entrelazadas sobre el regazo, ese en el que yo me había refugiado aquella noche de viernes. Hacía exactamente una semana. No parecía que hubiese pasado tanto tiempo.
- Perdona. – Solté sin más.
Entonces sí giró la cabeza hacia mí, y estábamos tan cerca que si recortábamos veinte centímetros no habría distancia entre nosotros.
- ¿Por qué? – Preguntó en voz baja.
- No debería haber abierto esa puerta sin más, mucho menos no conociendo la casa. – Me encogí de hombros torpemente al tener uno pegado al suelo.
Asintió respirando hondo.
- Era mi hermana. – Confesó devolviendo la mirada al cielo. – Tuvo un accidente de coche.
No supe qué decir. Porque, ¿qué le dices a una persona a la que le ha pasado algo similar a ti si tú no sabes qué pensar? Lo malo de los accidentes de coche es que no sabes qué pasó exactamente. ¿Chocó porque iba distraída? ¿Se equivocó de pedal o giró mal el volante? ¿Chocaron contra ella? Nadie lo va a saber nunca concretamente. Esa es la peor parte, que llegas a pensar que no la conocías realmente, y ya no hay oportunidad para hacerlo.
- Mi padre también murió.
Me sorprendió haber dicho eso, pero me sorprendió más que era la primera vez que lo decía en voz alta, que decía la palabra <<murió>>. Me giré de nuevo, mirando las estrellas, y pestañeé para espantar la humedad en los ojos.
- Ella no murió en el accidente. – Su voz sonó extrañamente afligida, como nunca lo había oído. – Estuvo en coma dos meses. Luego la desconectaron.
Ahí sí que no supe qué contestar.
- Lo siento. – Dije sin más.
- Yo también.
Pasamos un tiempo en silencio, tanto que pensé que no volveríamos a hablar esa noche.
- ¿Cuál es tu color favorito? – Preguntó al cabo girándose para mirarme.
Reí bajito.
- ¿En serio?
- ¿Qué pasa? Una cita es para conocer mejor a la otra persona, ¿no?
Me incorporé, sonriendo, y me abracé las piernas con los brazos. Hizo lo mismo.
- El azul, ¿el tuyo?
- El verde, ¿qué te gustaría estudiar?
- Medicina, ¿a ti?
- Arquitectura, supongo. Heredaré la empresa de mi padre. ¿Cuál es tu estación favorita del año?
- Verano.
Uso una mueca.
- Qué típico. La mía el invierno.
- Eso es atípico, ¿por qué el invierno?
- Cuando llegue te lo demostraré. – Sonrió. - ¿Tu mayor sueño?
Respuesta automática.
- Un beso bajo la lluvia, ¿y el tuyo?
Se lo pensó durante un segundo.
- Que empiece a llover ya.
Bufé, riendo, y le di un manotazo en la nuca.
- Qué asco das, ¿no vas a cambiar nunca?
- Tampoco es que quiera.
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Puntos suspensivos
Teen Fiction- Y, ya que te gustan tanto los libros, - Comentó él mientras se acomodaba mejor en su asiento. - ¿No hay ningún aspecto de ellos que odies? O, por lo menos, que no te guste. - Bueno, no me gusta cuando el libro termina con un final abierto, o con...