A las seis me presenté en el West Side y, al no ver a Thomas por ninguna parte, opté por sentarme en un banco a leer hasta que llegase. Escogí uno bajo un gran olivo en un rincón tranquilo y alejado de todos los caminos por los que la gente pasaba dando gritos y hablando.
Al cabo de un rato, no sé exactamente cuál porque estaba muy metida en el libro, alguien se sentó a mi lado. Elevé la vista, esperando ver a mi compañero de trabajo.
- ¿Sorprendida? – Preguntó sarcástica Luna elevando las cejas y sonriendo cínicamente. – No es a mí a quien esperas.
Negué con la cabeza, aun sin comprender qué hacía ella ahí. ¿Cómo me había encontrado? ¿Me habría seguido? No. Eso era turbio hasta para una chica como ella.
- Pues no. – Repuse molesta por su interrupción.
Ella se apartó el pelo de los hombros y cruzó las piernas de forma femenina y perfectamente ensayada.
- He venido a avisarte de algo, Irene. – Sonaba tranquila, como si dijese algo así todos los días. Con el mismo tono de voz podría haber comentado el tiempo que hacía. - Quiero que sepas que me caes bien, y que solo hago esto por esa razón. – Puso una sonrisa angelical.
No respondí, así que ella continuó.
– Quiero ayudarte, y me han dicho que esto no se lo cuente a nadie, así que voy a hacer una excepción contigo para que no lo pases mal.
Tenía curiosidad. Mucha curiosidad.
- Los del equipo de fútbol americano que quieren ser capitanes han decidido que el que consiga que la nueva acepte una cita con él será capitán del equipo.
Me quedé de piedra. ¿Me iban a usar de apuesta? Creo que abrí mucho los ojos, porque soltó una risita y pasó un brazo por detrás del respaldo con aire satisfecho.
- ¿Quiénes quieren ser capitanes? – Pregunté. Como mi hermano estuviese metido en eso...
- Bueno... - Se llevó una mano a la barbilla, pensativa. – Garrett, Nathaniel y Clayton.
Malditos los tres.
- ¿De quién fue la idea?
- De Nathaniel. – Entonces se llevó la mano a la boca, como se me fuese a contar un secreto importante, y susurró; - Creo que le gustas.
Bufé y rodé los ojos, molesta por todo un poco. ¿Madurarían los chicos algún día? Creo que no hace falta que conteste.
- Gracias. Pues vale.
- Vale.
Sonrió, se levantó y se fue.
El tal Nathaniel, al que yo solo conocía de vista, había dado la idea de utilizarme como apuesta. Y Thomas, el cretino, y ese Garrett, otro al que solo había visto, habían aceptado.
Maldita sea, qué caprichoso era el mundo.
El hecho de que Luna me hubiese dicho eso, se hubiese arriesgado por mí... Ay, Dios, pues claro que no se había arriesgado por ayudarme. Lo había hecho para pillarme enchufe, para que, al final, yo terminase marginando a Marie y a las demás. Lo más probable era que lo de la apuesta ni siquiera fuese cierto y lo hubiese dicho para matar dos pájaros de un tiro y alejarme de paso de sus tan queridos chicos populares.
Aunque, si lo pensaba mejor, no me parecía tan raro viniendo de Thomas, y seguramente sus amigos serían iguales. Bueno, menos Alex y Ben.
- Hola, pequeña.
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Puntos suspensivos
Teen Fiction- Y, ya que te gustan tanto los libros, - Comentó él mientras se acomodaba mejor en su asiento. - ¿No hay ningún aspecto de ellos que odies? O, por lo menos, que no te guste. - Bueno, no me gusta cuando el libro termina con un final abierto, o con...