7 - Fantástica realidad

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Al día siguiente, cuando llegué al instituto, todo estaba bastante en calma, así que me senté junto a Valerie en las escaleras de la entrada.

- Hey, chicas. – Dijo de pronto una voz masculina sorprendiéndonos.

Me alegré de oírle.

- Hola, Alex. – Saludamos Val y yo al unísono.

Se sentó entre las dos y estiró las piernas con aire distraído.

- ¿No estás con tus amigos? – Preguntó Valerie al cabo.

Él bajó la mirada.

- Me he peleado con ellos. – Confesó. – Por lo de ayer con Marie.

- ¿Qué? – Pregunté yo, atónita. ¿Se había peleado con los del equipo de fútbol por su mejor amiga? Me parecía precioso.

- Sí, bueno. No. Es que... - Se rascó la nuca, incómodo. – Es que las chicas esas me tienen frito, ¿sabéis? Siempre de rosa, siempre muy pelotas y pegajosas. Prácticamente son como nuestras guardianas, es desesperante. Y ayer exploté con ellas.

- Entonces no te has peleado con los del equipo, ¿no? – Dijo Valerie algo esperanzada.

- No exactamente. Cuando les estaba gritando a las chicas Barbie – Me guiñó un ojo. – para que me dejasen en paz de una vez, algunos del equipo las protegieron. Supongo que les gustará tener ese tipo de fans locas, pero a mí no.

- ¿Les gritaste a ellos también? – Pregunté.

- No, pero me fui. Ya sabes.

Suspiré.

- Bueno, siempre te puedes quedar con nosotras. – Saltó Marie desde detrás de nosotros. Pegué un bote.

- ¡Marie! ¡Tienes que dejar de darme esos sustos! – Grité. – He perdido dos años de vida...

Todos rieron.

El día transcurrió más o menos normal. Esa tarde volví a casa y me dediqué a ver Netflix desde mi tableta. De pronto, unos ruidos me distrajeron.

- ¡Ben! – Grité. - ¡Llaman a la puerta!

- ¡No me digas! – Contestó. – Yo no puedo, estoy haciendo la cena.

Maldije entre dientes y bajé al piso de abajo. Abrí la puerta y me encontré con la única persona a la que no me apetecía ver en ese momento.

- ¿Qué haces aquí? – Le solté a Thomas entre dientes. - ¿Cómo sabes dónde vivo?

- Me lo imaginé. Es la única casa que se ha vendido últimamente por aquí. – Sonrió orgulloso y pasó sin invitación. – Tenemos un trabajo que hacer, ¿no?

- Para empezar yo no te he dado permiso para entrar, y para seguir, nadie te dijo que vinieses. – Gruñí.

- Oh, vamos. – Susurró acercándose peligrosamente y entrecerrando sus profundos ojos negros. – No creerás que vas a hacer el trabajo tú sola...

- Para. – Le posé una mano en el pecho y lo eché hacia atrás. Mi espacio personal es sagrado.

Se revolvió el pelo y sacó el libro del bolsillo. Lo sacudió en mis narices.

- ¿Vamos o quieres un cero para contrarrestar tu excelente expediente limpio? – Preguntó con voz de niñita dulce.

Y lo conduje escaleras arriba mientras me preguntaba por qué sería ilegal atar a las personas a una silla y tirarla desde un segundo piso.

Puntos suspensivosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora