Al día siguiente, cuando llegué al instituto, todo estaba bastante en calma, así que me senté junto a Valerie en las escaleras de la entrada.
- Hey, chicas. – Dijo de pronto una voz masculina sorprendiéndonos.
Me alegré de oírle.
- Hola, Alex. – Saludamos Val y yo al unísono.
Se sentó entre las dos y estiró las piernas con aire distraído.
- ¿No estás con tus amigos? – Preguntó Valerie al cabo.
Él bajó la mirada.
- Me he peleado con ellos. – Confesó. – Por lo de ayer con Marie.
- ¿Qué? – Pregunté yo, atónita. ¿Se había peleado con los del equipo de fútbol por su mejor amiga? Me parecía precioso.
- Sí, bueno. No. Es que... - Se rascó la nuca, incómodo. – Es que las chicas esas me tienen frito, ¿sabéis? Siempre de rosa, siempre muy pelotas y pegajosas. Prácticamente son como nuestras guardianas, es desesperante. Y ayer exploté con ellas.
- Entonces no te has peleado con los del equipo, ¿no? – Dijo Valerie algo esperanzada.
- No exactamente. Cuando les estaba gritando a las chicas Barbie – Me guiñó un ojo. – para que me dejasen en paz de una vez, algunos del equipo las protegieron. Supongo que les gustará tener ese tipo de fans locas, pero a mí no.
- ¿Les gritaste a ellos también? – Pregunté.
- No, pero me fui. Ya sabes.
Suspiré.
- Bueno, siempre te puedes quedar con nosotras. – Saltó Marie desde detrás de nosotros. Pegué un bote.
- ¡Marie! ¡Tienes que dejar de darme esos sustos! – Grité. – He perdido dos años de vida...
Todos rieron.
El día transcurrió más o menos normal. Esa tarde volví a casa y me dediqué a ver Netflix desde mi tableta. De pronto, unos ruidos me distrajeron.
- ¡Ben! – Grité. - ¡Llaman a la puerta!
- ¡No me digas! – Contestó. – Yo no puedo, estoy haciendo la cena.
Maldije entre dientes y bajé al piso de abajo. Abrí la puerta y me encontré con la única persona a la que no me apetecía ver en ese momento.
- ¿Qué haces aquí? – Le solté a Thomas entre dientes. - ¿Cómo sabes dónde vivo?
- Me lo imaginé. Es la única casa que se ha vendido últimamente por aquí. – Sonrió orgulloso y pasó sin invitación. – Tenemos un trabajo que hacer, ¿no?
- Para empezar yo no te he dado permiso para entrar, y para seguir, nadie te dijo que vinieses. – Gruñí.
- Oh, vamos. – Susurró acercándose peligrosamente y entrecerrando sus profundos ojos negros. – No creerás que vas a hacer el trabajo tú sola...
- Para. – Le posé una mano en el pecho y lo eché hacia atrás. Mi espacio personal es sagrado.
Se revolvió el pelo y sacó el libro del bolsillo. Lo sacudió en mis narices.
- ¿Vamos o quieres un cero para contrarrestar tu excelente expediente limpio? – Preguntó con voz de niñita dulce.
Y lo conduje escaleras arriba mientras me preguntaba por qué sería ilegal atar a las personas a una silla y tirarla desde un segundo piso.
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Puntos suspensivos
Novela Juvenil- Y, ya que te gustan tanto los libros, - Comentó él mientras se acomodaba mejor en su asiento. - ¿No hay ningún aspecto de ellos que odies? O, por lo menos, que no te guste. - Bueno, no me gusta cuando el libro termina con un final abierto, o con...