28 - Ciervos

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Después de eso la conversación se fue por otro rumbo algo más normal dentro de lo que cabía. Hablamos sobre las próximas fiestas que habría, incluida la del siguiente viernes en casa de Garrett, y estuvimos charlando sobre varios típicos temas de gente de instituto. Clases, algunos profesores, compañeros...

En mitad de una frase sobre la bazofia que nos daban para comer, Thomas se calló de pronto.

- ¿Qué pa...?

- Shh.

Me pareció mal que me callase así como así, pero él miraba un punto fijo donde el claro se fundía con el resto del bosque, así que seguí su mirada. Allí no había nada.

- Pero, ¿qué mira...?

- Shh. Shh. – Agitó una mano frente a mi cara, acallándome. Me crucé de brazos.

De pronto vi algo moverse por el rabillo del ojo y, ahí, justo ahí, donde Thomas señalaba, había algo color canela que se movía majestuosa y torpemente por entre las flores sobre sus largas y delgadas patas, camuflado por las manchas blancas en el lomo.

- Un cervatillo. – Susurró sin mirarme antes de que yo pudiese decir nada. – Atenta.

Silbó. Y el animal alzó las orejas y giró la cabeza hacia aquí. El cervatillo emitió un sonido como de cabra o de oveja, y luego se tumbó y desapareció a nuestros ojos entre la maleza.

Unos pocos segundos más tarde una cierva grande se abrió paso hasta donde se encontraba escondido el bebé. Lo olisqueó, bajando la cabeza, y luego la elevó junto con las orejas, tensas, y nos miró. Por un segundo pareció como si fuese a recular y huir, que me parecía lo más natural en un animal salvaje, pero luego dio un paso al frente, bajando la cabeza como un perro curioso, y luego otro.

Thomas silbó de nuevo, y prácticamente la cierva galopó hacia aquí, frenando a dos metros de distancia hasta nosotros.

- Hola, Muse. – Saludó él. Le miré raro, ¿la acababa de llamar Muse? Espera, ¿había estado allí más veces? Quizás con otras chicas, otras citas.

La cierva pareció reconocer el nombre, porque se acercó más y le rozó la nariz con el húmedo hocico. Él rio amistosamente y la acarició la cabeza al animal.

Entonces el cervatillo salió de los matorrales y se acercó a nosotros con prudencia.

- Has tenido un bebé. – La felicitó Thomas agachándose y tendiéndole una mano al animalillo.

La cierva madre se tumbó en el suelo junto a él y el cervatillo corrió tropezándose consigo mismo hasta tumbarse a su lado.

Thomas se sentó y le imité, sentándome a su lado, frente a los animales.

- ¿Qué es todo esto?

Se encogió de hombros, sonriendo como un niño pequeño.

- Solía venir aquí con mi hermana cuando éramos pequeños. Un día apareció una cachorrita que no nos tenía miedo y se nos acercaba bastante. – Señaló a Muse con la cabeza. - Poco a poco, día tras día, conseguimos que no nos tuviese ningún miedo en absoluto. Cuando mi hermana murió dejé de venir, pero se ve que todavía me recuerda. ¿Eh, Muse?

Ella apoyó la cabeza sobre la mano extendida de Thomas. Él la acarició y luego la apartó suavemente.

- Ven. – Me cogió de la mano y la posó sobre la cabeza de Muse, dejando la suya encima.

La cierva me miró y emitió un sonido parecido a un ronroneo.

- Vaya. – Musité.

El cervatillo se levantó, dando saltitos desacompasados, y se acercó a mí. Le acaricié el lomo, pasando la mano sobre las manchas blancas.

- ¿Cómo lo quieres llamar?

Me senté y fingí pensar.

- Diría que Manchas, pero es muy típico.

Soltó una carcajada.

- Si todo el mundo piensa que un nombre es típico, al final nadie se llama así y es un nombre raro.

- Manchas. – Llamé al pequeño. – Manchas, bonito, ven aquí.

El pequeño dio saltitos y se acercó, como si hubiese entendido toda la conversación, y se tumbó entre mis piernas.

Pasamos un rato más, acariciando a los ciervos y hablando sobre tonterías, y el tiempo se nos pasó volando.

- Son las dos, pequeña. – Se levantó del suelo haciendo un ruidito. – Será mejor que volvamos.

- ¿Podemos volver otro día?

No sé por qué pregunté eso. Era un lugar especial para Thomas, no había más que ver cómo lo miraba todo, y yo sólo estaba allí por una cita que en realidad no era más que una competición absurda. De hecho, no debería haber otra cita. Y le estaba pidiendo volver.

Pero él solo se dio la vuelta, sonriendo incluso con los ojos, y me tendió la mano para ayudarme a levantarme.

- Claro.

Puntos suspensivosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora