22 - Pesadillas

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Desperté a la mañana siguiente, con el maravilloso olor de la comida recién hecha cuando tienes hambre. Me levanté de la cama y bajé al piso de abajo, donde mi padre se encontraba haciendo tortitas para desayunar.

Correteé por la cocina hasta él y le planté las manos en la espalda.

- ¡Bu! – Le grité. Luego huí hasta la mesa riendo a carcajadas infantiles.

- Cariño, qué susto. – Dijo mi padre poniéndose una mano sobre el corazón. – Casi me matas, hija.

Yo reí más. Arthur sonrió con dulzura y me puso delante un plato con tortitas y sirope de chocolate y caramelo. No perdí un momento en comérmelas a dos carrillos, sin cubiertos.

Mi padre encendió la televisión, se sentó a mi lado y me tendió unos cubiertos y una servilleta.

- Gdaguias. – Le dije masticando.

Comenzamos a ver un Reality Show que en realidad a ninguno nos gustaba, pero resultaba divertido verlo juntos y reírnos de algunas de las personas que actuaban. Entonces bajó mamá.

- Hola, chicos. – Pasó tras nosotros por la cocina, le dio un beso a mi padre en la mejilla y a mí en la coronilla.

- Hola, mamá. – Saludé. - ¿Pueden venir unos amigos a casa hoy?

- Claro.

Se preparó un café y fue arriba a despertar a Ben.

- A mí no me lo preguntas, ¿no? – Mi padre me dio un golpecito cariñoso en el brazo.

- Tú te vas a trabajar, papá. – Reí como una niña pequeña y feliz. – Además, mamá es la que manda.

- No sabes lo mucho que me gustaría quedarme aquí con vosotros todo el día, ¿eh?

- Y a nosotros.

Seguimos viendo la televisión y engullendo tortitas sin parar un rato junto con Ben, que bajó con mamá y se sentó a nuestro lado.

- Vaya. – Soltó mi padre levantándose un rato después. – Tengo que irme ya, chicos.

- Adiós. – Me despedí dándole un beso en la mejilla.

- Adiós, papá. - Ben le chocó la mano como hacen a veces los hombres.

Mamá le dio un casto beso en los labios y él se fue por la puerta como cada día. Y, de hecho, fue un día normal, hasta que llegó esa llamada.

Me encontraba con un par de amigos en casa, viendo una película, cuando el teléfono sonó. Me levanté ignorando sus protestas y descolgué.

- ¿Quién es? – Pregunté automáticamente.

- Buenas tardes, señorita, lamentamos decirle que su padre, Arthur Daconte, ha muerto esta mañana en un accidente de tráfico. Lo sentimos mucho. Saludos.

Me quedé procesando la información unos instantes, completamente paralizada. Me aparté el teléfono de la oreja lentamente, mientras descolgaba. La sensación de vacío se fue apoderando de mi cuerpo y dejé caer el móvil al suelo.

- ¿Ire? – Preguntó una voz a mi espalda. - ¿Estás bien?

Asentí sin mirar a mis amigos.

- ¿Podríais iros? – Pregunté en un hilo de voz.

- ¿Qué? Pero si la película...

- Iros, por favor. – La voz me tembló tanto en tres simples palabras que se fueron sin decir nada más.

Cuando escuché el chasquido de la puerta al cerrarse y los murmullos de mis amigos disminuyendo hasta desaparecer a lo largo de la calle, subí las escaleras hasta mi habitación. Una vez allí cerré la puerta con pestillo y me quedé quieta hasta asimilar lo que acababa de oír.

¿No volvería a ver a mi padre? ¿No miraría otra vez esos pequeños ojos azules? ¿Jamás reiría junto a él de nuevo? Me dejé caer al suelo, presa de las convulsiones del llanto, pero las lágrimas no salían. Y sabía que me sentiría mejor si lloraba, pero mis ojos se negaban a dejar salir las lágrimas. Así que grité. Grité y grité desgarrándome la garganta, pero me daba igual.

Y gritando como aquella tarde me desperté. Acababa de revivir todo de una forma cruel, hacía demasiado que no tenía ese tipo de pesadillas. Me incorporé en la cama y dejé salir las lágrimas.

Entonces la puerta se abrió de golpe y Thomas entró corriendo hasta la cama.

- ¿Estás bien? – Preguntó preocupado, sacudiéndome por los hombros para que reaccionase.

Negué con la cabeza, sollozando. Él copió mi gesto. Subió a la cama, frente a mí, e iba a decir algo, pero le rodeé el cuello con los brazos. Necesitaba abrazar a alguien, me daba igual quién. No me importaba si me apartaba de un manotazo, pero en ese momento lo único en lo que pensé fue en que le necesitaba. Se tensó al instante, pero poco a poco fue dejando que me abrazase a él del todo.

- Solo ha sido una pesadilla. – Musitó acariciándome la cabeza. – Tranquila.

Pero él no lo entendía. Negué más con la cabeza, tratando de alejarme, comprendiendo que estaba cometiendo un error, que le estaba haciendo sentir incómodo, pero me rodeó los hombros con los brazos y me acurrucó contra él. Y entonces ya no quise moverme, abrumada por el calor que emanaba y por la sensación de protección en su regazo.

Puntos suspensivosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora