23 - Desayuno en compañía

19 9 6
                                    

Me despertó la luz en los ojos. Se colaba por detrás de las cortinas, llegándome directamente a la cara. Me levanté poco a poco, no parecía estar muy descansada. Me asomé a la habitación de Ben para ver si estaba despierto y nos podíamos ir sin estar demasiado tiempo a solas con Thomas, pero seguía dormido a causa de la resaca.

Bufé y bajé las escaleras pensando en qué decirle sobre lo de anoche. Después de todo yo le había abrazado sin razón aparente. Un olor a tostadas me llegó cuando abrí la puerta de la cocina, y al instante la boca se me hizo agua.

- Buenos días, supongo que tu hermano no ha despertado aún. - Me saludó tranquilamente.

- Sí. Cuando se levante nos iremos, no hay por qué seguir ocupándote la casa.

- Ya me cobraré lo que me debes. – Me guiñó un ojo.

Continuó haciendo lo que estuviese haciendo en la encimera, así que me encaramé a una silla y escruté por encima de su hombro.

- ¿Haciendo el desayuno? – Pregunté curioseando cómo iba sacando mermelada y mantequilla de un cajón.

Asintió.

- Yo te ayudo.

- ¿Qué? No hace falta que...

Lo callé con un <<Shh>> y saqué una sartén.

- ¿Tienes huevos? – Abrí la nevera.

- Sí. Arriba a la derecha.

Los saqué junto con el beicon y los puse en la sartén caliente. Thomas colocó tres platos, cubiertos, vasos y servilletas en la mesa.

Cuando estuvieron listos, saqué los huevos con el beicon y los coloqué en los platos junto a las tostadas y unos vasos de zumo.

- Perfecto.

- Tengo que invitarte a dormir más a menudo. – Comentó sentándose frente a mí a la mesa.

- Ni de broma, Thomas. Cuando nos vayamos, olvídate de este tipo de cosas.

- ¿Tan malo ha sido? – Preguntó sonriendo.

No respondí. En parte porque no sabía qué decir, y en parte porque lo que estaba pensando no se podía decir así como así.

- Todavía me debes una cita. – Dijo de pronto.

Oh, vaya. Maldita memoria de elefante la suya, y de pez la mía.

- Sí, bueno. – Me rasqué la nuca, de pronto nerviosa. – Podemos dejarlo, yo diré igualmente que sí que salimos y el puesto será tuyo. Fin.

- Pero yo quiero salir a una cita contigo. – Puso un puchero. - ¿Por favor?

- Pero si ya tienes lo que querías, ¿por qué complicarte la vida? Además, tienes todas las chicas Barbie que quieras tener y más.

Ya conversación ya me empezaba a molestar. ¿Se creía que podía jugar conmigo como con cualquier chica? Salir conmigo una vez, ilusionarme, gustarme, y dejarme. No. Yo no iba a sufrir por un mujeriego ególatra y malagradecido como él. No iba a estar ni un minuto más de lo necesario en su compañía.

- Pero yo ya te he dicho lo que quiero de verdad. – Sonrió de lado, con esa sonrisita tan suya.

- Pues no lo vas a tener. Lo siento.

- ¿Por qué no? Yo cumplí mi parte, he aguantado a Skylar una noche.

- Sí. Felicidades. También has echado a Marie de la fiesta y me has hecho pasar aquí la noche. Una terrible noche, por cierto.

Aún que la verdad era que no la recordaba tan mal, después de todo.

- Vaya, no sabía que estabas enfadada. Pensé que te había gustado.

Su indiferencia de pronto me molestó más que si se hubiese puesto a la defensiva. Cogí el plato, los cubiertos y mi vaso y los metí en el fregadero con furia.

- Eh, eh, ¿a dónde vas?

- A por mi hermano. – Espeté caminando hacia las escaleras.

- Pero si sigue dormido.

- ¿Ves acaso que me importe? – Le dediqué mi peor sonrisa falsa mientras abría la puerta de su habitación. O de la que creía que era su habitación.

Había abierto la puerta de una sala que no era ni una habitación ni una sala de estar ni nada que yo recordase haber visto, y como ni siquiera me había fijado, había entrado. Me quedé parada mirándolo todo unos segundos, hasta que me di cuenta de lo que era, porque ya había visto uno una vez.

Era una sala blanca vacía completamente excepto por una especie de mesa con varios pisos en los que descansaban flores, velas, dibujos y... fotos de una chica. Una chica que debía de tener un año o dos menos que nosotros.

Quise cerrar la puerta, pero el daño ya estaba hecho. Thomas apareció como un relámpago a mi lado y cerró la puerta con una mirada que no le había visto nunca.

- Lo... siento. – Musité mirando al suelo con las mejillas a punto de estallar.

Negó con la cabeza.

- Ahora sí que me debes esa cita.

Puntos suspensivosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora